La revuelta de los atletas
Sociólogo
Estamos asistiendo desde hace unas pocas semanas a uno de los conflictos más profundos del deporte no profesional español. La escala de acontecimientos que se iniciaron con el enfrentamiento de un grupo de atletas del equipo nacional con su director técnico muestra en estos momentos un saldo de acusaciones mutuas muy abultado, la negativa de unos atletas a participar en los Juegos Mediterráneos y la amenaza de la aplicación de unas sanciones que pueden dejar casi indefenso al ya maltrecho atletismo español.
La prensa especializada, tomando partidopor un lado u otro, ha venido presentando las declaraciones y contradeclaraciones, réplicas y contrarréplicas de directivos y deportistas de una forma lineal y no pocas veces tergiversadas. Algunos pocos periodistas deportivos, como los que escriben en EL PAIS y unos pocos más, han tratao de presentar una panorámica más amplia de los hechos y han reclamado serenidad y moderación en una situación que ha llegado a alcanzar ribetes tragicómicos.
El problema, sin embargo, no radica en las decisiones erróneas de un equipo directivo y técnico determinado ni en el pretendido comportamiento caprichoso de unos jóvenes deportistas. Todo lo más, ambos factores pueden entenderse, en la medida que sean reales, como catalizadores de una situación contradictoria cuya crisis está saliendo a la luz en los momentos actuales. La creación de una organización de atletas internacionales con el fin de velar por sus intereses en sus relaciones con la Federación, y la solicitud de una mayor participación de los atletas en la toma de decisiones de la política federativa son hechos que cobran su dimensión exacta en el marco de dicha situación contradictoria.
La contradicción a la que me refiero es, dicho en breves palabras, la que nace como consecuencia de la incompatibilidad del desarrollo organizativo y técnico del deporte de alta competición, y el mantenimiento hipócrita y a ultranza del mito del amateurismo como fundamento básico de la práctica del deporte olímpico. Un segundo nivel de contradicciones, el que se produce entre el desarrollo del deporte de masas o deporte popular, por un lado, y la mejora de la capacidad técnica de las élites deportivas por otro, es otra dimensión: del problema que conviene entender en el contexto de la actual sociedad de masas, altamente tecnificada, pero sin perder de vista el marco de la contradicción anterior.
El deporte moderno, nacido en el seno de la burguesía inglesa del siglo XIX, y rápidamente aceptado por las blarguesías nacionales de las grandes potencias europeas, ha seguido un curso que ha estado fuertemente marcado por su nacimiento. La conversión de la práctica deportiva recreativa por parte de unas minorías privilegiadas, en una competición de alto nivel técnico y de especialización, en la que se mezclan fuertemente los intereses políticos nacionalistas, ha conducido a la creación de una situación en la que se sigue manteniendo un mito en el que nadie cree, pero que a pocos interesa denunciar. Sólo los deportistas de alto nivel, convertidos muchos de ellos en auténticos «trabajadores del deporte», con conflictos como el que ha motivado estas reflexiones, van a ser los que en los próximos años promuevan una situación de cambio que considero históricairnente inevitable y que ha de conducir a la superación de la hipocresía del amateurismo, y al reconocimiento de un «trabajo del deporte» claramente diferenciado de la práctica deportiva popular y recreativa.
Para entender la mitología del amateurismo olímpico y su hipócrita tergiversación, quizá convenga recordar que en los primeros reglamentos deportivos publicados en elsiglo XIX, los Participants Regulations, del inglés Henry Regatta, se define como deportista amateural que no ha tenido nunca entrenadores y no ha recibido previamente instrucción deportiva. Además,, se insiste en la conveniencia de mantener a los trabajadores alejados de la práctica del deporte.
Este énfasis en la práctica deportiva no remunerada de las burguesías europeas de finales del XIX y principios del XX ha sido mantenido por la mayoría de los dirigentes del movimiento olímpico conteniporáneo, miembros casi todos ellos de los grupos más privilegiados, social, económica -y políticamente, de la sociedad. Sin embargo, el deporte de alta competición se ha convertido en algo tan tecnificado y especializado, que sus practicantes más destacados y dedicados están más cerca por su extracción social de la clase trabajadora, a la que se pretendía mantener alejada del deporte, que de la burguesía dirigente. De ahí que las demandas de unos deportistas que se sienten más «trabajadores del deporte » que disfrutadores de una práctIca. recreativa vayan en la dirección de reclamar becas generosas, seguridad, profesional, médica y social, y no en la de insistir en el mantenimiento de un ideal olímpico que la propia situación social de los deportistas de alta competición hace inalcanzable.
Esto por lo que se refiere a los deportistas de alta competición. En cuanto a los dirigentes y técnicos, entiendo que también ha llegado la hora de la profesionalización. La cita de unos datos reales, a guisa de ejemplo, nos puede ayudar a centrar nuestro argumento. En 1960, el presupuesto de la Real Federación Española de Atletismo no sobrepasaba los cinco millones de pesetas. En 1979, el presupuesto es de unos doscientos millones. Claramente, el incremento cuantitativo del presupuesto parece demandar un cambio cualitativo en el funcionamiento organizativo y técnico de este organismo. Cualquier empresa que tenga un volumen de negocios anual de doscientos millones de pesetas recurrirá a detenidos y sofisticados métodos de selección de personal para ocupar los cargos directivos, métodos y prácticas que se está muy lejos de aplicar en el mundo del deporte no profesional, en donde los buenos deseos suelen superar con creces a las adecuadas capacidades.
No es que intente solidarizarme con la sin duda exagerada opinión de un amigo mío que trabaja en una multinacional, de que personas que permiten que un conflicto como el del atletismo español alcance cotas tan altas de enfrentamiento e incomprensión mutua no pasarían de ser, profesionalmente, conserjes en su empresa. Pero lo que sí quiero señalar es la necesidad de que se produzcan cambios profundos en el reclutamiento del personal directivo y técnico que maneja instituciones tan complejas y caras.
Por todo ello, entiendo que en una situación como la presente las sanciones pretendidamente ejemplares poco pueden servir para resolver problemas tan graves como los anteriormente señalados. El sentarse todos los protagonistas del conflicto -directivos, técnicos y deportistas- alrededor de una mesa dispuestos a negociar, esto es, a ceder cada uno por un poco para lograr un área de común acuerdo, y la reflexión profunda sobre el deporte de élite por parte de los « hombres del deporte» que ocupan puestos de alta responsabilidad política, son las iniciativas que me atrevo a reclamar para que exista paz en el atletismo español y para que se inicie una nueva etapa, más acorde con los tiempos históricos actuales, en el deporte español de alta competición.
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