Greta Garbo: "Ana Karenina"
Se emite hoy a las nueve de la noche, por el segundo programa de televisión, la cuarta película del ciclo Greta Garbo, Ana Karenina, de Clarence Brown (1935), su director favorito que en la película El demonio y la carne (1927) le dio el carisma de mujer fatal, la vamp de hielo del cine mudo. Favorito, después de Stiller, el clásico que dio nombre artístico a Greta Loysa Gustafsson, empleada de unos grandes almacenes y nacida en Estocolmo a principios de siglo, en 1905.Greta Garbo, muda, ya había interpretado a la heroina de Tolstoi, en una película de Carewe (1927), que se tituló simplemente Amor, y que fue suficiente para que ninguno de los cientos de filmes posteriores que incluyen la palabra amor en sus rótulos pudiese titularse con un bisílabo tan austero. La primera Ana Karenina fue dirigida en la Unión Soviética de 1911, para la Pathé moscovita, por Maitre. De aquella primitiva adaptación se sabe tan sólo que tenía 350 metros de longitud. Tres años más tarde, también en la Unión Soviética, V. Gardin volvía a la heroina de Tolstoi con metraje estándar y para espectáculo.
Esta historia de un romance ilícito en la corte imperial de Rusia, pese a las torpezas de la puesta en escena de la época, las interpolaciones del texto y la pesadez de unos diálogos que ya no son de nuestro gusto, emerge por la fuerza de su protagonista. El mito Greta Garbo compensa las deficiencias de una adaptación, en la que Tolstoi todavía es reconocible.
El ciclo interesa, más que al cinéfilo, a tres generaciones de cine que se quedaron con Greta Garbo y propone una nueva lectura de la diva. Quizá, Greta Garbo resiste el paso del tiempo y perdura en la memoria de las salas, porque prefirió morir para el cine antes de hacerse vieja, hace ya 37 años, cuando en 1941 se retiró con el enigmático título La mujer de las dos caras, de Cukor. Más que por su belleza y dotes dramáticas poco comunes, Greta Garbo cautivó por su vida reservada, por el misterio de su soledad en los estudios de Hollywood, por la irregular vida amorosa de sus personajes, sensuales y revestidos de inevitable tragedia. Siempre huyó de la publicidad y cuenta la leyenda que la única vez que habló, con ocasión del éxito de Gran hotel (1932), fue para pedir: «Quiero estar sola.» Un sentimiento tan intenso y popular hacia Greta Garbo, la estrella que no fue distinguida con el Oscar, tal vez sólo se justifique porque fue una romántica tardía, una substancia nostálgica común a todos los pueblos de Occidente, sacudido por las mil crisis y desgracias del siglo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.