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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El sistema político español y la orientacion del PSOE

Senador del PSOE por AsturiasNuestro país está definiendo su sistema político. Del acierto en la operación depende, a la postre, la estabilidad y el progreso de la nación. En este trance no es indiferente, sino, por el contrario, muy importante que las principales formaciones políticas acierten con la función que la historia y la estructura social les asignan. Una de estas fuerzas, el socialismo democrático, ha encontrado en el PSOE la organización clave para que la izquierda desarrolle plenamente sus posibilidades y funciones. Desde esta perspectiva, el debate en torno al Congreso Extraordinario rebasa en importancia el ámbito intrapartidista.

Un sistema político se puede componer de los siguientes elementos: a) las leyes y principios constitucionales; b) los usos y convenciones políticos; c) el sistema de fuerzas políticas; d) la definición del sistema resultante frente al exterior, es decir, la posición internacional del Estado.

En cada uno de estos elementos el PSOE ha jugado, y va a desarrollar, una función importante, incluso decisiva.

El sistema constitucional y su desarrollo

Se ha dicho que la Constitución de 1978 es un conjunto articulado de concesiones. El término importante es, en la expresión, articulado. Una constitución es la representación en el plano jurídico supremo del equilibrio de fuerzas de una sociedad. Para que sea exitosa debe satisfacer los requisitos de otorgar seguridad y no entorpecer el desarrollo social y político del país. Una congelación de la evolución futura produciría una separación entre las fuerzas de cambio y la normatividad. Hasta el punto de llegar a la separación entre el sistema jurídico y la dinámica social. En la sesión del Congreso del 21 de julio de 1978, al aprobarse el proyecto de aquella Cámara, el diputado socialista catalán Reventós Carner señalaba que el texto era aceptable para los socialistas, porque satisfacía las siguientes condiciones: la efectiva consagración de la soberanía popular, la posibilidad de una transición legal al socialismo, la creación de un Estado común basado en la autonomía política de las nacionalidades y regiones y en la solidaridad entre ellas.El régimen se define como una monarquía parlamentaria. El régimen parlamentario es el único que ha permitido el avance en el camino del socialismo en las sociedades europeas. Sin la posibilidad de que una mayoría de izquierdas pueda, mediante la aprobación de leyes, emprender reformas estructurales, no cabe ni establecimiento del socialismo por la vía democrática ni siquiera las reformas que permitan acercarse al mismo. La Constitución constitucionaliza la idea del cambio social en su artículo 9.º La supremacía del Parlamento es, pues, la condición inexcusable para que la superación de la actual estructura se realice constitucionalmente. Todo esto es obvio. Una constitución tan rígida como la nuestra lleva la reforma al campo de la legislación común o de las leyes orgánicas.

Por otra parte, la Constitución de 1978 no agota la definición del sistema. El mismo texto encomienda su desarrollo a, al menos, unas cincuenta leyes, orgánicas u ordinarias.

Recientemente los debates sobre el Tribunal Constitucional plantearon -no creo que con la atención suficiente- la necesidad de que el carácter parlamentario del régimen no se desvirtuase. De inclinarse el desarrollo de la Constitución hacia otras direcciones, se habría separado la situación que se dibuje de la base que sirvió a la articulación de las concesiones. La izquierda se encontraría o en la necesidad de la renuncia a su función o en una contestación progresiva del sistema. Recordemos de pasada que el presidente Roosevelt, para poder implantar reformas tan neoliberales y moderadas como las del New Deal -lucha contra el paro, Tennessee Valley Authority, etcétera-, tuvo que recurrir al nombramiento de jueces del Tribunal Supremo. Para no citar el papel del Tribunal de Garantías Constitucionales en el caso de la rebassa morta.

Para que el sistema funcione, el socialismo debe definirse desde una posición que Fernández Santos precisaba en estas páginas de esta manera: «Un proceso más o menos largo de reformas de estructuras que vayan socavando el poder y la integridad del capital, en favor de un sistema que, inanteniendo el salario y, por consiguiente, la plusvalía, vaya reduciéndolos progresivamente y organizando la producción con una lógica que no sea la del beneficio máximo, sino la de la satisfacción de las necesidades sociales no manipulada por aquélla» (EL PAÍS, 15-IX- 1979).

Si el socialismo inscrito en el sistema que se crea no entiende que esta es su función, las fuerzas de cambio irán colocándose progresivamente fuera de él.

Al desarrollo del sistema político y, por tanto, a la estabilidad corresponde un socialismo reivindicador de la alternativa del sistema social y económico. No es una paradoja: la estabilidad española depende a plazo medio de un socialismo radical en sus objetivos que adopte la vía reformista radical en el Parlamento. No se trata de utopismo, sino de todo lo contrario: de encontrar cuál es la función de la práctica socialista. El motor utópico no es un consuelo en el plano de lo no realizable. Lo que se puede llamar así es simplemente el impulso de la función del cambio dentro del sistema político.

El consenso, la conciencia de la, fragilidad, la clase política

La práctica del consenso ha sido un imperativo de la circunstancia histórica. Pero el consenso, como todo, es un producto dialéctico. Consenso, en sentido general, existe en toda situación no revolucionaria. Y la revolución triunfante crea un nuevo consenso: pacífico, si instaura la democracia o el forzado de la dictadura. Pero el consenso -que hemos visto desarrollarse ha cumplido otras Punciones: a) Ha remediado -y se ha alimentadode la fragilidad de la situación democrática. b) Ha configurado a los partidos. c) Ha creado la base psicológica de la solidaridad de los protagonistas, la nueva clase política.El consenso ha disciplinado a los partidos -lo cual era necesario, porque como tales, o no existían o eran embrionarios-, pero ha creado una separación creciente entre partidos y su opinión -sus militantes, sus votantes, los observadores indecisos. De manera que la tendencia a la oligarquización de todas las formaciones políticas -una constante histórica- se ha acelerado notablemente en nuestra experiencia. A veces se dice que el fallo en la práctica del consenso no reside en el mismo, sino en la falta de explicación de lo consensuado. Pero es que la explicación conlleva la participación y ésta reduce la utilización indefinida del consenso.

El consenso ha creado una solidaridad especial entre los protagonistas. Se sienten cercanos de aquellos que saben y distanciados de sus representados. En cierto modo, esta realidad es siempre inevitable en un régimen parlamentario y representativo. Ahora bien, en lo que se refiere a los partidos, el riesgo es la distanciación inevitable y la constitución en clase política.

La gran ventaja de un partido de izquierdas y de masas es, precisamente, ser más dificil al contagio de la tendencia. Pero, para que cumpla esta condición, es preciso que: a) Sus dirigentes no se aferren a justificar su papel político, por lo hecho, sino por el proyecto, aceptado por sus militantes y por su opinión. b) Que salgan de la endogamia, inevitable en la época de la creación o reconstrucción de sus formaciones, y se abran no solamente a las críticas, sino a la representación de las críticas.

Nuestra clase política envejece a una rapidez asombrosa psicológica y políticamente. Pero al menos el PSOE -y es deseable que las demás formaciones- tiene la ocasión de romper las inercias, encontrar en una nueva relación con el pueblo un correctivo a la sensación -a veces paralizante- de fragilidad y de abandonar el dogmatismo desde la relativización. Porque hay dogmáticos de lo relativo: se eleva la concesión y el compromiso a un valor total. Y la concesión, el compromiso, es precisamente lo contrario; la adecuación en un caso concreto del proyecto general a las limitaciones de la circunstancia histórica.

Al comienzo del debate que siguió al 28.º Congreso del PSOE se descubrió el mediterráneo sociológico de que la estructura de clases era más compleja que la dicotórníca que se atribuyó, no ya a Marx, sino a los marxistas. Sobre esto he escrito algo en este diario («Socialismo y populismo», EL PAÍS, 13-VII-1978). De la complejidad se deducía la necesidad de sectorializar el mensaje socialista; llegándose a hablar de lenguajes contradictorios, incluso, por ejemplo, para las amas de casa, con independencia de que el mundo en que éstas viviesen y se afanasen fuese el de la clase trabajadora o el de la burguesía financiera. Son las consecuencias naturales -y excusables- del ánimo polémico. El viejo vicio del predicador refutando al hereje por él definido conforme a su conveniencia.

Pero, en casi todo el debate se han excluido enfoques más orientadores, como el de la cultura política de las llamadas nuevas clases y los elementos que las hacen congruentes en la acción, con las clases que desean la reforma revolucionaria de la sociedad. Si no contasen más que los niveles de renta o empleo, ¿por qué habrían de alinearse en el socialismo, no ya las clases profesionales, sino los estratos mejor pagados de los obreros especializados? En este sentido, la pérdida de voto obrero de la socialdemocracia en Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca es ilustrativa. Mientras que el socialismo de definición no socialdemócrata -y aun de definición marxista- del PSF conserva y aumenta el voto de clases medias y de los profesionales. Este periódico hablababa hace poco del espacio para un nuevo partido. Si lo hay sería en base a quienes tienen una cultura de izquierdas que no satisfaría una definición primaria -a la vez obrerista y meramente reformísta- de los socialistas.

El PSOE en su sitio ideológico y abierto a la cultura política del desarrollo industrial haría con gruente el sistema político.

La política exterior, usurpada

Por último -y brevísimamente-, la definición frente al exterior. El Gobierno UCD está llevando una audaz -y exitosa a corto plazo- labor de hurto de la política exterior de la izquierda; en especial, del PSOE: Polisario, Centroamérica, visita de Arafat, etcétera. Se trata de vestirse de progresista para luego realizar la verdadera operación: vincularse a la OTAN. Incluso la apertura hacia la OLP puede ser una operación no concertada explícitamente, pero sí bien vista por el Departamento de Estado -no por la gran prensa americana ni los medios financieros- El PSOE se ha dejado robar esta política, primeramente porque en la vida internacional quienes cuentan son los gobiernos. Quizá también por la pobreza íntelectual de nuestros análisis en la materia.Pero lo importante es que la dimensión complementaria de la dimensión europea, que los datos imponen, no la puede llevar a cabo a largo y medio plazo un partido de derechas e inequívocamente -y sin restricción alguna- atlantista. Recuérdese el derrumbe de los intentos de autonomía de Castiella y su caída a manos de Carrero y de la embajada norteamericana. La función complementaria -que puede ser admitida por Estados Unidos-, para que sea creíble, corresponde a las fuerzas de la izquierda.

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