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Reportaje:

Más de cien kilómetros en una travesía con "surf" a vela

La navegación a vela en España tiene una nueva marca. Antonio Rodríguez, nacido en Vich (Barcelona) y de veinticinco años de edad, realizó, el pasado martes, la travesía marítima entre las islas Baleares y la Península Ibérica navegando con una plancha o tabla a vela (surf a vela). Diez horas invirtió el navegante en su travesía, de sesenta millas -en su recorrido en zig zag en busca del viento-, que se inició en la cala D'Hort, de Ibiza, y que concluyó en el Club Náutico de Jávea, en las primeras horas de la noche del mismo día. Informa Pablo Sebastián, nuestro enviado especial, a bordo del velero Norfeo, que acompañó y orientó el rumbo de Antonio Rodríguez en su recorrido.

A las diez menos cuarto de la mañana del martes 22 de agosto se iniciaba la aventura de Antonio Rodríguez, Tony o El Campeón, como le llaman sus íntimos amigos por su afición al deporte. En la cala D'Hort, de Ibiza, al suroeste de la isla, hombre, tabla y vela iniciaron un lento deslizamiento sobre las aguas ibicencas en busca de la costa peninsular.El cielo estaba cubierto y apenas soplaba una pequeña brisa que dificultaba la salida del navegante surfista a vela, ciñendo, con giros a babor y estribor, en busca de un viento que tampoco encontraría a la salida de la cala.Ditrante tres horas navegó Tony lentamente, con viento de fuerza 1,5 y dos paralelamente al barco que le acompañaba, de Miguel Comas, un Puma 32, de nombre Norfeo, en el que viajaban cuatro personas y que marcaba el rumbo al navegante de tabla-vela. El protagonista de la travesía llevaba un año preparándose para la prueba y, aunque la lentitud de su recorrido aconsejaba otra intentona, insistió en continuar rurribo a la Península. Navegaba Tony con una tabla del tipo Winglider, de 3,90 metros, y una vela modelo Flauta, de ocho metros cuadrados, de mucho peso, pero idónea para el viento de poca fuerza.

A la una menos cuarto de la tarde, el mar comenzó a rizarse. El navegante llevaba consumidas no más de diez millas, y la aguja del viento del Norfeo empezó a marcar fuerza tres y tres y medio. Aquí comenzó la auténtica travesía. El tiempo era ideal, y también el viento y el oleaje, que le permitía a Toni planeadas largas y de gran velocidad. A las cinco de la tarde, el viento oscilaba entre fuerza tres y cuatro, y el Norfeo, a motor y vela, comenzaba a encontrar dificultades para marcar el rumbo al navegante, porque la tabla-vela superaba en velocidad al velero en las rachas vespertinas, que le daban, velocidades de casi nueve nudos a la hora, con viento largo.

En esta misma hora habíamos perdido la vista de las costas de Ibiza, y se divisaba, como una sombra, el cabo de San Antonio, en la costa alicantina. Desde el Norfeo empezamos a dudar del éxito de la prueba. La vela de Toni caía al agua con demasiada frecuencia, y temimos que le fallaran las fuerzas. Es cierto que el oleaje se creció, y que el equilibrio se hacía difícil sobre la plancha, siempre en busca de la planeada en viento largo, que le fue favorable o casi favorable (ceñía contra el viento y luego se dejaba caer en largas planeadas).

El navegante llevaba ya siete horas de pie sobre su pequeño barco y acusaba el cansancio. Sólo se paró, sentado sobre su tabla -nunca tocó el velero que le acompañaba)-, a tomar unos tragos de naranjada, azúcar y unas galletas que llevaba en su mochila. Pero Tony, que luego reconoció el bache diciendo: «Me desmoralicé un poco al caer una vez bajo la vela y quedarme enredado con la cuerda de la botavara, con problemas para salir a flote; ahí pensé que la prueba era difícil y noté escasez de fuerzas», siguió su aventura.

Se incorporó, salió del bache y a las ocho menos cuarto de la noche, diez horas exactas después de su salida, tocó el espigón del Club Náutico de Jávea, ante la mirada incierta de una docena de pescadores de caña que vieron Regar al navegante en solitario, porque el Norfeo no pudo seguirle en el tramo final de la travesía, en el que la tabla no bajaba de los ocho y nueve nudos a la hora. No hubo en Jávea, a la llegada, ni en Ibiza, en la salida, ningún representante de la Federación Española de Vela, a pesar de que hacía un año que Antonio Rodríguez solicitó un juez para que homologara la travesía. La víspera de la prueba, en la delegación de Ibiza de la Federación, hubo buenas palabras y excusas por la ausencia del juez: «Hagan una declaración jurada si realiza la prueba», diría al campeón después de ronronear: «Está loco».

Ahora, Tony, eufórico por el resultado, con las manos llenas de ampollas -no llevó ni guantes, ni botas de agua y nada del sofisticado vestuario con que se adorna este deporte de temple y fuerza, tan sólo unas zapatillas de lona y un pantalón corto de agua con camiseta y mochila-, sueña con que la Federación le ayudará en una nueva travesía. Está pensando en participar en una regata sobre vela de la travelía del canal de la Mancha, prevista para el otoño, y espera ayuda oficial. Cuenta, eso sí, con un aval impresionante: sesenta millas (más de cien kilómetros) con vela y tabla y una simple declaración jurada de cuatro personas que fueron testigos asombrados de su aguante y de su hazaña.

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