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Crisis y cooperativismo

Director general de Cooperativas y Empresas Comunitarias

Más de quinientos millones de personas de todo el mundo celebran el Día Internacional de la Cooperación. Esta cifra, aséptica como todos los guarismos, significa que los hombres y mujeres del cooperativismo representan dos veces la población de Rusia, dos veces y media la de EEUU, aproximadamente el doble de los habitantes de los países que hoy componen el Mercado Común Europeo y casi duplican el número de seres que viven en el continente africano. La verbigracia pierde cualquier asomo de triunfalismo, tanto por basarse en la puridad aritmética, cuanto por la ausencia de liderazgo específico en ideología, raza o religión, tal como propugna el cooperativismo en uno de los principios universalmente aceptados.

Dentro de esta corriente que salpica los países del Este y del Oeste, que se desenvuelve tanto en las sociedades capitalistas como en las marxistas, España aporta casi tres millones de individuos que han decidido construir su casa, explotar sus tierras, enseñar, pescar o trabajar en régimen cooperativo. Y estas personas, que pertenecen a diferentes familias ideológicas, a distintos países, regiones o nacionalidades del Estado español; que profesan la religión que íntimamente les acomoda y, por ley natural, se dividen en sexos, con su esfuerzo de cada día, unidos en el cordón umbilical del cooperativismo, representan, aquí y ahora, según los economistas más reticentes, el 10% del producto nacional bruto.

Vayan, pues, los números por delante para evitar cualquier tentación emocional, cualquier manipulación aparente o subterránea. Y en este 57 Día Internacional de la Cooperación poder hacer algunas reflexiones sobre el cooperativismo español.

El cooperativismo español nace de un pasado inmediato o, mejor dicho, es consecuencia de ese pasado inmediato, sin que eso suponga olvidar los voluntariosos y significativos esfuerzos anteriores a 1939. Desde ese punto de vista, el cooperativismo es una consecuencia del régimen anterior, se inscribe de forma aparente bajo sus coordenadas y, administrativamente, entra bajo el ala paternalista dé la Obra Nacional Cooperación, inscrita en el antiguo sindicato vertical. De ahí todos los defectos que se quieran achacar sobre algo construido de arriba hacia abajo, toda la teoría de la dependencia y todo el descenso admisible hasta la casuística, que puede empezar -o terminar- cuando aquel gobernador civil, aburrido en su provincia, decidía en mala hora darle marcha al cooperativismo como quien pone en marcha una fábrica de gaseosas con cinta e inauguración oficial incluida. Pero dentro de la anécdota, o más allá del telón oficialista, la realidad de un cooperativismo respetado en sus principios democráticos y asamblearios, hasta el punto de que el derecho al veto que la ley concedía a la Organización Sindical no fue -según mis noticias- ejercido nunca. Y vaya desde aquí el homenaje a los estudiosos, a los gerentes, a los rectores y a las personas de por libre que colaboraron en darle autenticidad y responsabilidad al movimiento cooperativo, porque entonces más valía encender una cerilla que maldecir la oscuridad reinante.

Hoy, por primera vez en una Constitución española, se habla del cooperativismo. Hoy, la diversidad de orígenes, fórmulas e interpretaciones se valoran con tablas distintas. Hoy desaparece el miedo y amanece la espontaneidad. Hoy, en medio de una feroz crisis económica, el cooperativismo se muestra imaginativo, inteligente, con un instinto de conservación que para sí quisieran muchos empresarios acomodaticios, y que ha devenido en que un puesto de trabajo en régimen cooperativo se pueda crear con una inversión que no llega a las 400.000 pesetas, mientras que cualquier actividad de la iniciativa privada alcanza la cifra de tres millones de pesetas de inversión. Hoy, en medio de una crisis, lanzados hacia fórmulas cooperativas, ciudadanos españoles que hasta ayer no escucharon ninguna información al respecto y que desean satisfacer una necesidad y no una mística, defender un puesto de trabajo y no un lugar en la historia lírica del cooperativismo español, amanece un reto, mezcla de realidad y esperanza, al que los cooperativistas quisiéramos atraer la atención para que el juicio de los más no obnubilara el juicio de un falso concilio de iniciados ni sirviera de arma arrojadiza a quienes sienten tentaciones de selectividad exquisita o de representatividad fantasmal. Hoy, más que nunca, en una sociedad en crisis económica y donde el cooperativismo ha sido siempre una consecuencia y no un motor, un convidado y no un protagonista, interesa la mirada de todos y la buena voluntad colectiva para que ni la Administración se desvíe ni los falsos budas se arroguen capacidades que sólo competen a las bases.

El mañana del cooperativismo español ha de ser y debe ser un fruto de los cooperativistas españoles. Nacido del esfuerzo, del éxito y de la lección de los fracasos. Y sin miedo a pecar de optimistas, ni de místicos, podríamos tomar prestadas las palabras de Dürrenmat cuando decía que la tragedia de nuestro tiempo es demostrar lo evidente. Ahí está la evidencia cooperativa para quien quiera demostrarla, para quien quiera servirla y para quien quiera trabajar. El 57 Día Internacional de la Cooperación es una fecha adecuada para que cada cual haga sus reflexiones al respecto.

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