El Rayo supo resolver su problema
Varias circunstancias se aliaron para mantener al Rayo en Primera División, pero hay que empezar por decir que el modesto equipo madrileño puso de su parte todo lo que tenía a mano: jugó un buen partido, en el que el coraje no fue su única virtud. El pésimo juego del Las Palmas, el arbitraje, ligera, pero decisivamente favorable, y el empate del Atlético en Vigo, no deben hacer olvidar ese innegable mérito del Rayo, que supo desenvolverse a buena altura en un trance comprometido.González planteó un excelente partido que comenzó a dar sus frutos a partir del minuto diez, cuando los jugadores aprendieron a moverse dentro de ese esquema y se sintieron a gusto en él. Nieto se ocupó, exclusivamente, del marcaje de Brindisi, mientras por detrás de él sus compañeros de defensa (Anero, Tanco, el libre Uceda y Rocamora) se empleaban a fondo en apuntalar la seguridad del equipo con un trabajo expeditivo, sin buscar el riesgo ni el lucimiento y sacrificándolo todo a la tarea de alelar el balón cuanto antes. En la media, Rial era hombre de contención, Robles y entretenía el balón, cuando era preciso, y Landaburu (vaya por delante que jugó un partido casi inmejorable) era el armador del contraataque, lanzador de pases a sus compañeros de vanguardia o buscador de los espacíos libres para aprovecharlos por su propia cuenta. Arriba, Alvarito y Salazar corrían, incordiaban y buscaban huecos.
Frente a este equipo, el Las Palmas se vio en inferioridad táctica. Tenía que dejar gente en el centro de la defensa para taponar las hábiles coladas de Landáburu, y eso le restó poder en la media. Además, Félix fue incapazde frenarel juego del magnífico interior rayista, a pesar de que se empleó a fondo por conseguirlo y, con ello, el Rayo se ase-uraba una capacidad de contraataque nada desdeñable. Adelante, el Las Palmas dejó de ser equipo cuando a rnitad del primer tiernpo Brindisi, quien sabe si por decisión propia desu entrenador, se metió como cuarto jugador de punta, restando así a su equipo su excelente conducción de juego desde atrás y aumentando al propio tiempo la densidad de hombres en el área rayista, con lo que se hacían más difíciles las penetraciones en la misma.
Con este planteamiento, que no cambió sensiblemente en todo el partido, a pesar de las sustituciones de algunos jugadores, puede hablarse de que el Rayo fue el dueño de la iniciativa, aunque el Las Palmas estuviese más tiempo en posesión del balón y aunque se jugase más cerca del área rayista que de la de Carnevali. El Rayo cerraba caminos atrás y el Las Palmas se estrellaba indefectiblemente en el orden defensivo del rival. Pascual jugó un partido relativamente cómodo, sin necesidad de apuntarse más que una parada de mérito. El gol llegó en un fallo de Maciel, que no supo controlar un balón que acabó a pies de Brindis¡. Pero antes de eso, el Rayo había tenido un par de ocasiones claras y había marcado su gol, en gran jugada de Landáburu, que supo ver el hueco y ganar la partida a toda la defensa canaria con un quiebro y unsprint, y luego, tendría muchas más.
En especial en la segunda parte, el Rayo contraatacó con tal facilidad que aparte de marcar el segundo y definitivo gol, creó algunas ocasiones tan claras que movió al público a las suspicacias infundadas y dio lugar a numerosas quejas. Sin embargo, no había renuncia del Las Palmas a la victoria. Había, simplemente, un equipo mucho mejor colocado en el campo que el otro, y con unos jugadores capaces de desarrollar ese esquema y de jugarse el pellejo en cada jugada, porque les iba el descenso en ello. Nada de esto tenía el Las Palmas, cuyos jugadores se encontraron en una situación incómoda, incapaces de anular al rival de abrir caminos a la puerta contraria, y sin un móvil de victoria tan fuerte como el del contrario. El partido se consumió entre la impotencia del Las Palmas y el ardor, cada vez mayor, del Rayo, aunque algo teñido de nerviosismo en los últimos minutos. El pitido final -esta vez Tomeo no descontó al final del partido ni un segundo, aunque hab a retrasado casi dos minutos el final de la primera parte- hizo que esos nervios estallaran en júbilo y en abrazos, y extrañamente, transformó la actitud del público, que despidió con ovación a los sufridos rayistas. A última hora, el espectador canario comprendió que el Rayo merecía el mejor de los tratos.
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