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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Elogio de mi nariz

Me había propuesto no escribir más de mi nariz, ni de nada mío, porque luego dicen que hago narcisismo, cuando lo que verdaderamente hago es naricismo.El otro día me lo dijo el Rey, en un cubata fino que nos dio:

-¿Y tú, por qué no has venido de negro total, como sales en la televisión?

-Porque la televisión es triste, aburrida y enlutada, Majestad.

O sea, que a uno le quieren de negro y con su nariz de siempre. En la adolescencia, cuando mi primera crisis de identidad, como todavía no era amigo de Rof Carballo, fui al Seguro a que me operasen la nariz:

-Aquí no hacemos cirugía estética, joven; pero si quiere le podemos operar del apéndice, que es de lo que se opera ahora a todo el mundo.

Eran los años cincuenta. Era la residencia Girón del Seguro, en Valladolid.

-Es que yo encuentro que tengo un apéndice grecorromano y no me lo quiero quitar. ¿Ha visto usted por rayos, doctor, el perfil de mi apéndice?

-Sí, no está mal. Pero de narices, nada.

Eran muy tratables.

Voy a Barcelona (yo voy siempre a Barcelona, qué país) y Mary Santpere me da un beso de nariz, en plan lapón, frente al personal:

-¿Para qué sirve la nariz, Umbral?, me pregunta.

-Para oler. Hay escritores que no serían nada sin nariz. Están llenos de olores y sabores (que también son olores). Muchos escriben de oído y yo escribo de nariz.

Así Neruda, Gabriel Miró, Simenon. El gentío pinchota, el personal colgado, la basca ácrata vive hoy de la nariz. Se pasan la democracia sriffando (espúrea palabra que ya he denunciado aquí) y les hay que aspiran éter cada diez minutos:

-Me pone alto, tócame el corazón, parece que me voy a morir, toca aquí, me dice un psico rubio de la noche catalana.

Lástima que en vez de rubio no fuera rubia. O morena. En el cubata de don Juan Carlos, mi nariz, grande para lo que me merezzo, huele el europeísmo acatalanado de Carlos Barral, la bonhomía rea de García Hortelano, la tristeza velazoqueña de Buero, la facundia de Camilo, el marxismo de Carpentier, los alcoholes nada apolIinerianos de Onetti y los whiskies contados de Dámaso.

La lucecita de Dámaso. Mientras ustedes los españoles se han pasado cuarenta años mirando la lucecita de El Pardo, a ver si se apagaba o qué, yo me lo he pasado mirando la lucecita de Dámaso, que siempre está trabajando, leyendo, estudiando, escribiendo:

-Eso es un escritor -me dije- Tú, Umbral, lo que eres es un piernas y un colgado, que vas de nariz por la vida. ¡Ay!

Forges me lo dice muchas veces:

-Umbral, eres más hortera que bailar la música del telediario.

Razón que le sobra. Uno se deja llevar por los vientos de la calle y de la farra. (De una farra antigua de cuando efectivamente se decía farra.) Uno cree que para ser escribir basta con la nariz, con la pituítaria (donde, según Proust, reside la memoria involuntaria) y con la intuición. Pero hace falta la lucecita, la lucecita de Dámaso, la bombilla de la constancia y la paciencia. Juan Cueto, Paco Ynduraín, etcétera, me escriben cartas espontáneas, desmadradas y entusiastas sobre mi último libro Los amores diurnos. (Cinco líneas perdidas y equívocas en este noble diario, a modo de gacetilla. Alguien le ha montado un show litcrario a Carpentier con lectura del libro y entusiasmo del gran maestro.

Así como otros presumen de otras prominencias y preeminericias en este país machista, uno, tan macho, sólo presume de una buena nariz literaria. Congratuleisions, Dámaso, por los cinco kilos del Cervantes. Yo me he guiado estes cuarenta años por la lucecita de Dámaso, mientras la izquierda/derecha se guiaba por la lucecita de El Pardo. En Trauma de Barcelona he bailado sevillanas con Antonio el bailarín, con Senillosa, Cuixart, Raquel Evans, Nuri a Tórray y Mary Santpere. Ya comprendo yo que no soy serio. Jamás estaré a la altura de mi nariz.

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