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Sintaxis y sindiéresis

Siempre me inquietó aquella falacia versificada de Byron en la que decía que si el hombre es un ser razonable, lo mejor es que se embriague porque lo óptimo de la vida es la intoxicación. Y digo falacia, porque tan atractiva invitación a la merluza se infiere de una hermosa pero descabellada ecuación entre el sujeto y el accidente. Aunque ya se sabe que los paralogismos trascendentales gozan de buena salud y muy especialmente cuando actúan a modo de consoladores sociales. Suponiendo por el instante de esta columna provinciana que la, proposición de Lord Byron fuera indiscutible, llegaríamos a la conclusión de que nunca hubo país de razonadores tan bien servido. Para ello basta con invertir el hipotético silogismo byroniano: los profusos síntomas de embriaguez discurseadora, que sin mucho esfuerzo se observan desparramados por el país, indicarían que el raciocinio es norma y la irracionalidad, simpática desviación, trompa pasajera, cogorza transitoria, resaca jaculatoria.Resulta justamente todo lo contrario. La razón, el racionalismo, el neo-racionalismo, la cordura o como lo queramos nombrar, se ha convertido en lo exótico. Y en el mercado -político, cultural, social, sexual, moral- sólo la heterodoxia es ley y beneficio. Estas cotizaciones de la bolsa de los valores cotidianos no son de ahora, pero con las cifras de ventas en la mano es posible sostener que jamás las acciones del irracionalismo -sociedad anónima- estuvieron tan altas y sostenidas a costa del papel razonador -sociedad limitada-.

Explicaciones de esta hegemonía de la sintaxis sobre las sindéresis las hay para todos los gustos, profesiones y disciplinas. Ahí están las divertidas metáforas generalizadas de Los narcisos, de Amando de Miguel -que sigue confundiendo el alumnado con la juventud-, o las bien construidas teorías del pensamiento negativo -cuyos gurus madrileños suelen analogar la juventud con el alumnado-, o los ya inaguantables ensayos de pasotología comparada que cada dos por tres eleccíones nos sueltan los fetichistas del voto -que aún identifican los porcentajes de abstención con los males de la patria-, o qué sé yo, las filosofías del ecologismo, del nacionalismo, de las generacíones, del orientalismo, del californismo o del decepcionismo.

La explicación del fenómeno sólo nos conduce al siempre curioso fenómeno de las explícaciones reductoras, literatura periodística que debería estar -confinada en el recinto universitario para evitar la masificación del tedio que producen esos ejercicios de conjuro contra la propia perplejidad. Explicar implica aliarse del bando de los perdedores, porque taí acto es sinónimo de racionalidad. Lo que ahora se pone en solfa, precisamente, es ese sentido, ese fundamento, esasjustificaciones completas e inexpugnables que razonadamente intentan dar cuenta de la razón de algo o de alguien.

Sólo cabe agarrarse a, la paradoja como a un clavo ardiendo. Sólo puedo decir que el éxito nacional le ha jugado una mala pasada al irracionalisrno: de ser práctíca marginal, no hace mucho tiempo, se ha convertido hoy en industria, en medio de comunicación de masas, en demanda generalizada, en cultura dominante, en oferta indiscutible, en reina del mercado. Los editores, productores, directores, redactores y ejecutivos exigen al creador heterodoxias para convertirlas en best-sellers literarios, filosóficos, periodísticos o cinematográficos, fingiendo ignorar que el triunfo de la heterodoxia consolida su figura antagónica: el pensamiento negativo surge para triturar la opinión corriente y no para subrogarla. Cuando la irracíonalidad vence a la razón se transforma por arte de estadística en sentido, explicación, en sindéresis.

Dirán -lo escucho diariamente- que todo eso puede ser cierto y que el éxito es un riesgo, pero que mientras existan residuos de franquismos y neofranquismos las luchas de la heterodoxia serán indigeribles. Diré que pocos procedimientos me parecen más encantadores que el consistente en utilizar el racionalismo contra quienes jamás túvieron la razón.

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