_
_
_
_

La final de Grenoble, fiel reflejo del baloncesto europeo

Esta tarde, a partir de las 8.30 y con televisión en directo desde Grenoble, Emerson de Varese y Bosna de Sarajevo disputarán la final de la XXII edición de la Copa de Europa. Italianos y yugoslavos protagonizarán un encuentro de auténtico baloncesto europeo que además será un fiel reflejo de la realidad del deporte de la canasta en el continente.

Al no estar presentes los soviéticos, no cabe la menor duda de que Yugoslavia e Italia, en este orden, poseen el mejor nivel. La supremacía que ejercen los primeros, en cuanto a selecciones nacionales se refiere, encuentra fácil explicación si observamos que los italianos están sensiblemente reforzados con dos americanos.Desde siempre y hasta hace poco menos de diez años, el mando en el baloncesto continental, tanto a nivel de clubs como de selección, correspondió a la Unión Soviética, que consiguió ocho de los veintiún títulos europeos (cuatro, el TSSKA, de Moscú; tres, el ASK, de Riga, y uno el Dinamo de Tbilisi). El trofeo no cambió de nacionalidad desde que se inició en 1958 hasta 1964, que lo ganó el Madrid por primera vez. Esto no debe llevar a pensar que el baloncesto español estaba entre los mejores ni tampoco es cierto que hubiese bajado de nivel el soviético. El secreto -a voces- tiene una palabra que lo explica todo: americanos. Los equipos de los países occidentales, ante la imposibilidad de doblegar a los del Este, empezaron a llenar sus filas de norteamericanos que reforzaban de forma fundamental a los equipos.

El Real Madrid, que como club es el único que consiguió seis veces el título, además de fichar americanos nacionalizó a Clifford Luyk, primero, y a Wayne Brabender, después, lo que durante unos años permitió a los blancos poner en cancha a cuatro hombres nacidos en Estados Unidos, cuna y cátedra del baloncesto mundial. La mejor prueba de que estos títulos no tenían casi nada que ver con el progreso del baloncesto español es que tan sólo hace diez años que la selección alcanzó un nivel que le permitió estar entre los primeros europeos. El mismo camino siguieron los italianos; primero, el Simmenthal, y, después, el Ignis (después Mobilgirgi y, ahora, Emerson) se alzaron con los trofeos continentales. Los de Milán consiguieron uno y los de Varese, cinco, por lo que de ganar esta tarde igualarían el palmarés del Madrid.

Poco a poco la Copa de Europa se iba arrimando a Occidente o, para ser más exactos, a España e Italia, y todo empezaba a depender de acertar con el fichaje del americano de turno. El Madrid tuvo una época gloriosa cuando pudo alinear al mismo tiempo a Brabender, Luyk, Aiken y McIntire con Lolo Sainz como base y representación española. Lo mismo o algo parecido hicieron en esto de los Fichajes belgas, holandeses y no digamos israelíes. El vaso de la paciencia soviética se fue llenando y rebosó. Ellos no querían jugar una Copa de Europa americanizada y con la disculpa de preparar a la selección con vistas a un Campeonato de Europa o a unos Juegos Olímpicos declinaban su participación en la Copa de Europa, sin cuya participación quedó evidentemente devaluada.

Esto hizo que surgieran novedades en forma de Maccabi, de Tel Aviv, campeón en 1977, y en esta edición en que por segunda vez un equipo yugoslavo, el Bosna, llega a la final (la primera fue Jugoplastika, de Split, que la perdió en Tel Aviv, en 1972, frente al Ignis por un solo punto: 70-69). Es lógico preguntarse cómo un país, Yugoslavia, campeón del mundo y de Europa y medalla de plata en los Juegos Olímpicos no accede con más asiduidad a la final de la Copa de Europa. La razón es que en Yugoslavia no hay ningún equipo que monopolice las figuras. Estas están bien repartidos, obedeciendo a una estructura y una planificación federativa coherente. De ahí que el Bosna esté esta tarde en Grenoble, que el Partizan haya ganado por segunda vez consecutiva la Copa Korac o que el Estrella Roja, de Belgrado, haya conseguido el título en la Copa de Europa femenina, por citar aigunos ejempios. Lo cierto es que cualquier aficionado al baloncesto conoce a varios equipos yugoslavos (Bosna, Partizan, OKK, Jugoplastika, Olimpia, Zadar ... ), mientras que el baloncesto español a nivel de clubs tiene que estar pendiente de que acierte el de siempre.

Después de ver en acción al Bosna, que tan sólo perdió por cinco puntos en el Pabellón, y al Emerson, que ganó, todo hace pensar en que el partido de esta tarde puede ser francamente bueno. Los dos equipos hacen un baloncesto que tiene varios puntos comunes, los dos basan su fuerza en el juego de conjunto para a partir de ahí aprovechar al máximo sus individualidades. Las defensas pueden decidir y, salvo que los yugoslavos acusen inexperiencia en este tipo de finales, no está nada claro que el favorito, pese a su historia, sea el favorito. Lo que podríamos definir como el «baloncesto total» del Bosna es muy difícil de doblegar. Un gran acontecimiento baloncestístico, en suma.

En cuanto a individualidad es se refiere, hay, indudablemente, ventaja del Emerson, pero conviene insistir en que la compacta defensa del Bosna es capaz de frenar a los Ossola, Yelverton, Morse, Meneghin y Carraria, que probablemente será el cinco inicial italiano, con Gualco como primer cambio. Mirza Delibasic será el hombre más difícil de parar del conjunto yugoslavo, ya que, salvo Gualco, no hay ningún hombre en el Emerson con características adecuadas para defender ante el fabuloso jugador yugoslavo, que se verá apoyado en los rebotes por Radovanovic y Vucevic, los otros pilares.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_