Treinta millones de niñas y adolescentes son sometidas a mutilaciones sexuales
«Se sienta a la niña en un taburete bajo; detrás se coloca una mujer robusta, que sujeta sus brazos, mientras otras dos agarran las piernas de la niña para que no pueda moverse. La "operadora", que con frecuencia es la matrona del pueblo, se acerca con el instrumento (una, cuchilla de afeitar o un cuchillo especial), cercena el clítoris, luego los labios interiores, y termina arrancando la pared interior de los labios exteriores, fijando sus bordes con espinas de acacia enana (miden cerca de diez centímetros).Entre las espinas se pasa un cordón que cierra la herida como un corsé, dejando una abertura minúscula en la parte posterior para que pueda pasar la orina y las reglas. Con el fin de evitar que este orificio se cierre, la matrona coloca en él una cerilla o un minúsculo trozo de bambú. Seguidamente e extiende sobre la herida una mezcla de azúcar y goma arábiga, que forma una cola hermética. Después juntan las piernas de la niña y las atan hasta la altura de la rodilla para que no pueda moverse y cicatrice la herida. En este momento la niña, agotada, deja de gritar; se la coloca sobre una esterilla y se espera a que orine, lo que probará que el orificio no está bloqueado. Las primeras micciones provocan una intensa quemadura. Al cabo de una semana se le quitan las espinas y se le da un bastón para que pueda desplazarse con los pies juntos. Si la operación no ha sido un éxito, se vuelve a empezar.»
Esta descripción no forma parte del guión de una. película de horror ni ocurrió hace miles de años; es la realidad y está sucediendo en este: momento, en este mes de marzo de 1979: son las mutilaciones sexuales (disfrazadas bajo el nombre! de «prácticas rituales») a las que se somete, en veintiséis países, a niñas de entre nueve y trece años, y que afectan actualmente a treinta millones de mujeres.
El párrafo que encabeza esta página es la exposición que sobre la «técnica» de la infibulación hizo Edna Adab Ismail (de Somalia, delegada temporal de la OMS ante la Conferencia Internacional (en presencia de sesenta delegaciones), que se ha celebrado en Jartum (Sudán), por iniciativa del Buró Regional para el Mediterráneo Oriental de esta Organización Mundial, con la colaboración del Gobierno sudanés, y está sacado del magnífico artículo que bajo el título Treinta millones de mutiladas ha escrito Claire Brisset, enviada especial de Le Monde a la Conferencia.
Desde que en 1972 una americana fundó la Woman's International Networt, que realizó investigaciones para determinar el área geográfica en que estas prácticas se llevaban a cabo, se habían presentado en la ONU, en la sección de derechos humanos y en la Organización Mundial de la Salud, numerosos informes sin resultado alguno. En 1975, Año Internacional de la Mujer, la asociación Tierra de Hombres trató de poner a la OMS frente a sus responsabilidades. La respuesta que obtuvo fue: «Las operaciones rituales resultan de concepciones sociales y culturales, cuyo estudio no es de lajurisdicción de la OMS.»
Felizmente, este año esta Organización parece haberse acordado de pronto (más vale tarde que nunca) de que el principio número nueve de la Declaración de Derechos del Niño (aprobada por unanimidad en Asamblea General, 1969), se afirma que «todos los niños deben ser protegidos contra cualquier forma de explotación, de negligencia o crueldad», lo que ha dado lugar a la organización de esta conferencia internacional bajo el «discreto» título (si de algo se le puede acusar a la OMS es, efectivamente, en primer lugar, de discreción) de «Prácticas tradicionales que afectan a la salud de la mujer».
La descripción que el etriólogo Jacques Lantier hace de estas ceremonias, en su libro La cité magique, coincide y amplía la de la señora Adab. A todo lo ya dicho hay que añadir la tortura que supone para las jóvenes novias, la noche de bodas, en la que son abiertas, justo lo suficiente para dejar paso al sexo del marido, con un cuchillo (como lo hacen los somalíes) y por la fuerza (lo que puede hacer durar la «desfloración» varios días e incluso no llegar a efectuarse, lo que supone, naturalmente, el abandono y descrédito de la « impenetrable »).
La tortura aumenta todavía más en el momento de dar a luz, puesto que tiene que abrirse de nuevo a la mujer, pero esta. vez mucho más, pues el tejido cicatrizado se niega a dilatarse. Terminado el parto, se le cierra otra vez, «para favorecer el placer de su compañero».
Estas prácticas iniciatorias pueden realizarse bajo formas distintas, según los países. Las más generalizadas son tres:
- Excisión suave, denorninada «circuncisión sunna»: ablación del capuchón del clítoris con un instrurnento cortante.
- La más extendida en Africa, entre las poblaciones coptas y animistas: excisión total del clítoris y de los labios internos, que con frecuencia comprende también el arrancado de la pared interior del los labios externos y, en algunas etnias, la cauterizaIción de los órganos destruidos, al día siguiente.
- La infibulación o «circuncisión faraónica»: ablación del clítoris y (le los labios internos, cosiendo luego los labios externos, cuyas paredes interiores han sido previamente desencarnadas para que puedan soldarse.
Una vez realizada y cicatrizada la infibulación, el sexo de la mujer queda monstruosamente deformado y su sensibilidad afectada para siempre.
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