Cuando el socialismo se hace "progre"
Curioso. La democracia española es como una de esas pizarras escolares que borran de manera inmediata lo que se escribe en ellas. Llegaron las elecciones con su barahúnda de datos, que pocos políticos se molestarán en estudiar en serio, pero que, sin embargo, todos manejan ya con increíble desparpajo. No sólo arrimando el ascua a su sardina, lo que en definitiva resultaría lógico, sino, a través de la extrapolación, elevándolos a categoría ideológica absoluta. Sin apenas análisis, desconectándolos de las respectivas campañas, los votos entran en las arcas de los partidos como particular patrimonio, de donde sólo saldrán convertidos en singular «prêt à porter» para uso y abuso de sus propietarios.Pongamos algunos ejemplos. A las tres de la mañana del día 2, en el Palacio de Congresos, hubo quien aseveraba que este país había votado derecha por los siglos de los siglos y que, en el fondo y a juzgar por los resultados, estas elecciones podían haberse realizado con Franco. Estupendo. A las cinco de esa madrugada, inolvidable.por muchos conceptos, los salones del Eurobuilding, alquilados por UCD, parecían un Olimpo poblado por dioses que, una vez pasado el susto, se olvidaban de posar sus pies en la lejana tierra de los problemas económicos, autonómicos, terroristas, laborales, educativos, etcétera. Como si ciento sesenta y siete escaños, en lugar de ciento sesenta y cinco fuesen la lámpara de Aladino, capaz de hacer milagros con las cosas antes mal hechas o, simplemente, no hechas. El Centro, después de su campaña al fin derecha, se mostraba poseedor, gracias a un par de diputados, de un emotivo y conmovedor providencialismo.
La izquierda se está haciendo «progre»
Horas después, más o menos a las seis, la sede socialista de García Morato era pura desolación. Rosa Montero lo ha descrito muy bien en estas páginas. La «derrota» se palpaba en los vasos de limonada por los suelos y en los ramos de claveles marchitos. Y en la ausencia de seguidores en la calle a esas horas vacía de atascos y de estacionamientos en tercera fila. La flamante pantalla apagada. A partir de las tres no hubo datos que ofrecer ni ruedas de prensa que celebrar. Alfonso Guerra diría que este país había perdido una gran oportunidad histórica, en unas declaraciones con cierto dejo de patemalismo ilustrado. Probablemente sería un mal sueño o vapores de una noche de insomnio, pero el ambiente reinante, parecido a los vestuarios de un equipo de fútbol después de haber perdido la Liga, recordaba el final de ciertas decadentes fiestas de la burguesa progresía. Lo que también había sido palpable en el Centro de Comunicaciones, esta vez protagonizado por la clase periodística, que rápidamente se sumió en los efluvios depresivos de la noche electoral. Y es que, por lo que parece, la izquierda se está haciendo «progre». Y esto tiende al desánimo y a buscar explicaciones tan fáciles como contundentes cuando sus esperanzas e ilusiones no coinciden con lo que el pueblo, en uso de su soberanía, decide votar. Que en este caso y aunque sea por poco, y con la ayuda del señor Hont, ha sido a UCD.
Ya nadie se acordaba de la campaña electoral que unos y otros han hecho. Ni en su culminación, la noche del 27 en la pequeña pantalla. Felipe González estuvo mal y en la cuestión de su fallido debate con Suárez, las cañas se le volvieron lanzas. En cuanto a éste, ¡al fin!, se presentó al electorado sin ambigüedades progresistas. El «voto del miedo» era su baza natural y la jugó. No parece lógico que ahora el PSOE se rasgue las vestiduras en relación con un posible juego sucio. Innecesariamente sucia había sido la campaña por parte de casi todos los partidos y un mínimo «fair play» había brillado por su ausencia. Pero es que además hay que considerar la intervención de Suárez como positiva. Por primera vez, el presidente perdió su ambiguo equilibrio y continuó la campaña de su partido, sin guiños hacia el electorado de izquierda. Mostrarse tal y como se es, es decir, como cabeza de un partido de derechas no es juego sucio. En tal caso, clarificador.
Una mala campaña electoral
No se puede olvidar además que la izquierda hizo una mala campaña, utilizando exactamente el mismo lenguaje y los mismos esquemas que la derecha. Por su parte, el PSOE confundió la realidad con las encuestas e hizo con el Gobierno un fácil «pim-pam-pum», olvidando llevar el debate a terrenos ideológicos. El problema no estuvo ni siquiera en la moderación programática, sino en encerrar ésta en latiguillos publicitarios y a menudo demagógicos. Por lo demás era más que evidente que a los socialistas se les había subido a la cabeza el espectacular resultado del 15 de junio de 1977, renunciando a análisis elementales y, cosa muy peligrosa, dando sensación de desprecio a los contrarios o a los competidores. Unos por pequeños, caso del PSA y el abertzalismo vasco, y a otros, como a UCD, negándose a reconocer que la derecha ya no es lo que era y que su capacidad de adaptación y de gancho comienza a ser notable para algunas capas de la población. Parece mal síntoma que los socialistas hayan echado mano a veladas alusiones a la financiación del PSA para explicar su éxito en Andalucía. No es ése buen camino de reflexión. Como no lo es no reconocer que fue un error político de primera magnitud no poner a un nacionalista al frente del Consejo General Vasco.
De todas maneras, no es todavía el momento de pasar revista a los errores cometidos. Pero sí de forzar un análisis serio para no caer en la estéril dinámica, antidemocrática además, de creer que los votos son de menos calidad cuando van a engrosar las candidaturas de los contrarios. La realidad demuestra que más de un 45 % de los votos de este país han sido para la izquierda. No hay motivos para la depresión por parte de ésta. Sí hay, sin embargo, muchas cosas que meditar. Entre otras, que también la derecha es electoralmente fuerte y que ha cambiado más de lo que parece. Si la izquierda se deja llevar por el talante «progre», con fundiendo a UCD con el franquismo, vamos a tener Suárez para rato. El llamado centro es, por primera vez en la historia de España, una derecha moderna. Y eso exige el replanteamiento de algunas tácticas de la izquierda, si no quiere gastar su pólvora en salvas. Como en buena medida se ha hecho en las tres semanas de campaña electoral. Como se hizo en la poco estimulante noche del 1 de marzo, donde los socialistas, algunos, olvidaron cosas tan ele mentales como que la lucha por una sociedad nueva no se gana, ni se pierde, en una sola baza electoral. No es ninguna tragedia no acceder al Gobierno. Sí lo sería que la izquierda en general, y los socialistas en particular, olvidasen sus objetivos ideológicos y de clase, para sumirse en el foso insondable, y políticamente castrante, de la autosatisfecha y depresiva progresía.
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