Un Atlético embarullado tardó en doblegar a un duro Zaragoza
La verdad es que uno desearía escribir de una vez que en Madrid se ve buen fútbol -entre otras cosas, para divertirse también-, pero esto parece imposible por el momento. Naturalmente, la mayor parte de culpa la tienen los equipos madrileños, pese a que dos de ellos -el Rayo al margen- están por la cabeza de la Liga, lo cual es todavía más lamentable. Menos mal que partidos como el televisado de ayer, entre el Spórting de Gijón y la Real Sociedad, devuelven la esperanza de que el fútbol español no está perdido y aún ve los espacios abiertos. Desde luego, en el Atlético-Zaragoza del domingo, como en el Barcelona-Madrid del sábado, no. Otra vez una falta tuvo que abrir el camino de un triunfo al que no podía llegar el equipo rojiblanco con su juego embarullado, ante un rápido rival, muy duro en los marcajes. El partido terminó así con un desagradable tono de violencia.En realidad, fue una pena que el equipo puesto en juego por Szusza, mucho más ofensivo que en ocasiones anteriores, no funcionara. Pero también fue lógico, porque no aprovechó a sus cuatro delanteros, Ayala, Cano, Leivinha y Rubio, hasta que el Zaragoza se abrió al marcar el brasileño el primer gol, poco después de iniciarse la segunda parte. Antes, la inferioridad rojiblanca en el centro del campo, con un Marcial bien marcado por el joven debutante Guerri, y un Robi impreciso en el pase, apurado por la brega constante de Víctor, fue una desventaja evidente. Los pocos ba lones que llegaron a los hombres-punta -que tampoco los buscaron bien atrás, sobre todo Leivinha y Ayala, los teóricamente más apropiados- nunca fueron por los extremos. Esto favoreció la dureza, a veces excesiva, del Zaragoza. Oñaederra, desde luego, se excedió en su «cercana vigilancia» a Leivinha, pero éste tampoco supo evitarlo. Lasa jugó limpiamente ante Rubio, y tanto Camus como India no se excedieron más de lo normal frente a Cano o Ayala.
La eterna cantilena del inútil juegó por el centro fue la única respuesta a la inercia lógica de la iniciativa que siempre toma el equipo de casa. Pero de juego al primer toque, evitando más los contactos, nada. Sólo en una ocasión, a los siete minutos, se abrió un balón magnífico por la izquierda a Marcelino y Nieves tuvo mucha fortuna en salvar su tiro con la pierna. Después, nada, sálvo dos faltas -no menos centradas- a cinco metros del área, que paró magníficamente el guardameta zaragocista. La rapidez de los maños, opuesta a la de sus rivales, y sus férreos marcajes, pusieron, nuevamente, en evidencia la orfandad de ideas local. Antes de la media hora sonaron los primeros pitos.
Pero en fútbol, está visto, tambiéri se premia la tozudez y, por dos veces, a falta de diez y tres minutos para el descanso, dos centros sobre el área del Zaragoza.ya pudieron acabar en gol. El cabezazo de Leivinha rozó el poste izquierdo, tras el primero de ellos -falta sacada por Marcial-, y su tiro se estrelló en él, después de hacer Nieves una enorme parada al tiro de Ayala, tras el segundo. El Zaragoza, que había comenzado incluso con ambiciones de ataque, dada su rapidez de movimientos, se encerró pronto adefender y únicamente un tiro de Víctor a los veintiséis minutos ofreció peligro cerca del poste izquierdo de Navarro. Tendría que encajar el primer gol para irse al ataque, pero ya iba a ser tarde y, más que nada, contra la corriente de adversidades e infortunios. Alonso, que dos minutos después del gol perdió el empate al ser lento, tras un fallo tremendo de Marcial, fue sustituido poco más tarde y Crespo hizo menos que él todavía. Por otra parte, el Atlético, que tuvo ya más huecos para penetrar, y hasta jugó por los extremos, pudo marcar incluso antes de lo que lo hizo, y sólo Nieves y el larguero -a otro tiro de Leivinha- lo impidieron. Para colmo, la expulsión de Víctor, consecuencia de la inmerecida primera tarjeta, pareció cortar más aún sus esperanzas.
Pero, como ejemplo, para el miedoso fútbol actual de que la valentía y el riesgo también tienen su premio, cuando más dominaba el Atlético y también había contado con dos ocasiones más de oro para aumentar el 2-0 -una, especialmente, de Marcelino, como en la primera parte, pero espléndida, al tirar sobre la marcha-, el Zaragoza consiguió su gol. Quizá se empezaba a cumplir la máxima de Helenio Herrera de que juegan mejor diez hombres que once, pero no, sólo era que entonces el cuadro de Boskov, obligado, jugaba al fútbol, no al antifútbol, tan lamentablemente puesto de moda. El bello ejemplo de la Real Sociedad ante el Spórting, aunque acabara perdiendo, incluso injustamente, fue elocuente para toda la España televisiva. En Madrid, la moda es venir a empatar, pero los visitantes pierden en su mayoría, pese a que los dos equipos de la capital dan facilidades hasta para ganar. El miedo previo les derrota, porque cuando quieren reaccionar ya no pueden. Y, además, como en el caso del Zaragoza, se les «remata», con penalties injustos, aunque tanto antes como después el Atlético mereció ya marcar. Pero esos momentos, con la dureza confundida ya con la mala uva, y el Manzanares convertido casi en un circo romano, mejor hubiese sido borrarlos. El ambiente estaba demasiado caldeado como para enderezar un partido que había empezado mal por ambas partes. El Atlético, con iniciativa torpe; el Zaragoza, con el miedo habitual de los que juegan fuera de casa. Al fútbol español lo salvó el domingo RTVE.
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