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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La Constitución y la Bolsa

Agente de Bolsa

1959-1979 es un período, económica y políticamente, suficientemente representativo para analizar sus repercusiones sobre la Bolsa. Comprende una primera parte de quince años (1959-1974), caracterizada por altas tasas de crecimiento económico, y una segunda fase (1974-1979), cinco años de crisis. Políticamente, las dos etapas de la vida española coinciden con la vigencia plena de las leyes Fundamentales, que la Constitución deroga. Bursátilmente, se sintetizan diciendo que hubo, durante aquellos años, globalmente considerados, una gran inestabilidad de las cotizaciones, expresada por un alza y una baja tasadas en una oscilación aproximadamente del 65%, entre el primero y el segundo tiempo del ciclo.

La Bolsa no es símplemente un edificio, sino que sus confines se amplían hasta donde se forman los juicios de los inversionistas, que toman decisiones de invertir o desinvertir. La opinión colectiva que subyace y alumbran los cambios bursátiles se elabora, básicamente, fuera de la Bolsa. La función: del contexto sociopolítico es servir de marco y albergar el sistema informativo que abastece esa conciencia inversionista y la misión de las leyes Fundamentales que regulan las relaciones político-sociales aplicadas a la inversión no es otra, sino la de contribuir a que los hechos e ideas que conforman la realidad se conozcan realmente y se proyecten fielmente sobre la pantalla bursátil y las previsiones inversionistas puedan formularse con la precisión posible. Es decir, velar por la transparencia.

¿Qué características tuvieron los estados de opinión bursátil construidos al.amparo de las leyes Fundamentales? Durante la expansión económica 1959-1974, aquel entorno rígido, anticonflictivo, acrítico, resistente al planteanuento abierto de los temas nacionales dotó de seguridad al proceso bursátil y el crecimiento empresarial y sus operaciones financieras se cotizaron en alza, prácticamente, ininterrumpida y acelerada. La participación que en la elevación de los precios de las, acciones hayan tenido los componentes netamente económico-financieros y el resto de los criterios e informaciones más generales que sustentan la confianza de ahorradores e inversionístas no es rigurosamente tasable. También se puede discutir si aquel concepto de la seguridad que se alojaba en el fondo de las decislones inversionistas era simplemente carismático e irreflexivo o también institucional y analítico -aunque algún papel habría que asignar a las leyes promulgadas-; pero lo que parece incuestionable es que aquella seguridad, qut parecía incontrovertible, no respondió a las propias creencias de quienes las profesaban, en cuanto se pusieron a prueba con la crisis económica, porque fueron los propios inversionistas los que dudaron de las leyes Fundamentales.

La razón está en que, cuando se inicia, en 1974, el descenso de las expectativas de beneficios empresariales y la Bolsa cotiza negativa y lógicamente la nueva situación económica, el inversionista comprueba que las cotizaciones no encuentran ese marco, ese entorno informativo que permita medir los acontecimientos y circunstancias, sino que se abre un vacío que parece insondable, interminable y todos los esfuerzos de análisis y previsión bursátiles se esterilizan, porque les falta esta dimensión, un auténtico conocimiento del medio social dislocado en el que las empresas desenvuelven sus actividades, fabrican sus perspectivas y proyecten su futuro.

El recorrido bursátil 1974-1979, en plena ingravidez bursátil, descubre la impotencia de los instrumentos disponibles para examinar y curar la conciencia colectiva enferma de inseguridad y poder encarar el comportamiento venidero del mercado de valores.

La Bolsa que viene

Una serie de obviedades se deducen de esta inadecuación y desequilibrio entre el régimen informativo -político- que rodeaba a la Bolsa y su propia estructura, como órgano de opinión que genera inversiones financieras.

Si la Bolsa es un mercado regido por la libre concurrencia entre la oferta y la demanda, su funcionamiento estará más asegurado, si más allá del local de la Bolsa imperan los mismos principios y normas entre las fuerzas económicas, políticas y sociales, que si, por el contrario, la formación de los juicios inversionistas carecen de este contexto plural. Si el entorno bursátil participa de la dialéctica de la libertad, información y oposición en la que se basa la mecánica tanto del mercado de valores y como la constitución de las sociedades anónimas incorporadas a él, esta mayor homogeneidad entre la Bolsa y su espacio sociopolítico colaborará al cumplimiento de sus fines.

La desorientación del análisis financiero ha radicado en esta mutilación de una parte de los datos que utiliza, los relativos a las matrices psicosociales que generan la confianza. Las previsiones de continuidad del medio empresarial basadas en las leyes Fundamentales carecieron del rigor suficiente para calibrar sus verdaderas posibilidades y el grado de seguridad que contenían. La zona que aparentaba luz, descubrió, al abrirse el sistema informativo, las penumbras del desarrollo económico, las dudas sobre la consistencia y calidad de sus realizaciones y metas, el estado financiero de las empresas, etcétera.

La aportación que hace la Constitución a la inversión bursátil es la de suministrarle un campo de formación de opinión mucho más seguro que el que han demostrado tener las anteriores leyes constitucionales, y tasar, hasta donde sea posible, el componente político en la elaboración de las decisiones financieras, aislando, en el marco del texto constitucional, las condiciones específicamente financieras del mercado.

Esta independización, despolitización de la Bolsa, es especialmente conveniente para la seguridad de la Inversión, si se observa que la Bolsa crea sus propias expectativas, derivadas del poder acumulativo de la publicación de las cotizaciones. Siguiendo el juego de los despropósitos políticos, tan al uso, si el 21 de noviembre de 1975, al levantarse los inversionístas, por vez primera, sin la confíanza política personal, se hubieran mágicamente encontrado con una Constitución, los elementos de juicio para tratar de investigar el curso futuro de las cotizaciones bursátiles hubiesen sido más claras y cuantificables y el peregrinaje de incertidumbres de estos tres años hubiera reducido su poder de deterioro exclusivamente a las razones económicas y financieras. La rentabilidad de la Constitución hubiera sido alta.

La Constitución aunque, desde el ángulo bursátil, haya sido tardía, no sólo va a situar a la inversión bursátil en sus propias coordenadas financieras, sino que también va a potenciar la movilización del mercado de valores. El proceso, como todos los psicosociales, es lento, pero inexorable. La concurrencia política y económica que la Constitución desaria y reglamenta, tiene su traducción igualmente bursátil en un incremento de la selección y diversificación de entidades admitidas en Bolsa y de los criterios y objetivos de los distintos tipos de inversionistas. Una conciencia inversionista más informada y autónoma, sustituirá a las actitudes pasadas uniformadas.

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