Aún hay estilistas del torneo de capa y un lidiador: Andrés Vázquez
«El toro que sirve y el que no sirve.» Los taurinos empezaron a cargarse el arte de torear con esta ridícula disyuntiva acerca del comportamiento del toro de lidia, y pretendieron justificar que la tauromaquia quedara reducida al último tercio.El argumentado, emocionante y bellísimo primer tercio, mediante estos supuestos, queda prácticamente eliminado. Donde había equilibrio en el trepidante juego del toro; en la medida de su fortaleza y su bravura mediante la pelea con el caballo; en la técnica propia del tercio, donde incluimos brega, terrenos, querencias; en la oportunidad, variedad y estética de los quites, hay ahora una cruenta e indefendible desigualdad a favor de las que llaman plazas montadas, ante la pasividad de los diestros, y todo es un trámite, a menudo engorroso, que dará paso al irrelevante tercio de banderillas, para llegar a la faena de muleta.
Es decir, que en la tauromaquia 1978, resultante de muchos años de deterioro del arte de torear, nos hurtan, ya por costumbre, los dos primeros tercios, con toda la funcionalidad y toda la carga de valores que suponen. Aquí es, por tanto, donde debe intentarse el renacimiento del espectáculo, con la colaboración de todos, desde la afición a la autoridad, pasando, naturalmente, por los profesionales del toreo y los criadores de reses bravas.
Por cierto que el Ministerio del Interior, el cual asumió el compromiso de reformar el reglamento taurino vigente, tiene aún pendiente de demostrar la consecuencia con lo que él mismo propugna, puesto que amparó la creación de una comisión que estudiaría la suerte de varas y, en general, cuanto concierne al primer tercio, y nunca la ha convocado. Tal día hizo un año.
En fin, aligerados del compromiso de emplearse con el capote, los diestros pueden dejar transcurrir toda una corrida (y toda una feria, o toda una temporada) sin utilizarlo más que para unos trapacillos de trámite.
No todos obran así, por supuesto, y hay que decir que en el escalafón actual contamos con algunos estilistas, aunque sean pocos; entre ellos, Julio Robles, Curro Romero y Rafael de Paula, de los cuales sólo el primero es completo, largo de repertorio, mientras los segundos están tocados por la magia del duende. Junto a éstos, y citamos a título de ejemplo, El Viti hubo un tiempo que veroniqueaba bien, y la media la da con hondura clásica; Raúl Aranda y Justo Benítez son buenos ejecutores de estos lances fundamentales; Ortega Cano tiene un repertorio amplio, algo barroco, que complementa con la adecuada técnica; lo mismo podría decirse de Galloso; Andrés Vázquez es hoy uno de los mejores artífices de la verónica, a la que imprime un aire de naturalidad -manos bajas, muñecas sueltas, cadencia-, sus medias verónicas son de cartel, y, además, tiene repertorio, con especial predilección por las navarras y las chicuelinas; El Inclusero es otro importante torero con el capote. Algo más, poco más, hay donde elegir.
Porque Manzanares lo normal es que sé haga un lío en el manejo del percal; Niño de la Capea pega chicuelinas como quien lava, pero no es eso; Dámaso González, qué horror; Paquirri es el de las largas cambiadas de rodillas y mucho oficio cuanto poco arte, de pie; Ángel Teruel, un relamido citar y paso atrás; a Ruiz Miguel le va el galleo por chicuelinas; Palomo aún no ha encontrado su sitio; Roberto Domínguez los rematá delante y él se va atrás; Paco Alcalde, mejor no meneallo... Y así.
Todo sería justificable si, en cambio, estas figuras y menos figuras dirigieran la lidia como debe ser y se emplearan en ella, pero tampoco es esta la actitud dominante. Antes bien, se esconden donde no molesten y son los subalternos quienes se encargan, de realizar la tarea. Hay excepciones, por supuesto, y entre éstas tenemos a Paquirri, quien, aunque sin arte, está sobrado de afición y poderío y se emplea con entrega y entusiasmo en los primeros tercios; El Viti, concienzudo y experto director. de lidia, perfecto conocedor de los terrenos y las condiciones de las reses; Ruiz Miguel y Miguel Márquez, que saben lucir a los toros, sobre todo cuando «tocan» victorinos, y Andrés Vázquez, que ha llegado a la veteranía en línea de maestro, une, afición y gusto a la técnica de la lidia y tiene multitud de recursos para realizar la tarea con gran lucimiento. Algún lidiador más habrá en el escalafón, pero muy pocos quedan por mencionar. En cualquier caso, la penuria de especialistas en la materia es evidente.
Y por aquí, principalmente, se resiente el espectáculo, como decíamos. En cuanto los toreros tornen conciencia de que todo toro tiene su lidia (por tanto, de que todos los toros sirven) y se apliquen a realizar la adecuada para cada caso, esta fiesta dejará de tener problemas de fondo. Porque si se desarrolla en su plenitud es siempre, un gran espectáculo.
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