La televisión, el referéndum constitucional... y después
El 6 de diciembre el pueblo español va a decidir la inauguración de su vida democrática y constitucional. Va a rebasar, al menos en buena parte, los condicionamientos impuestos por las circunstancias históricas que han configurado el modelo integrado por los dos factores reforma/ruptura. Va a adentrarse en una nueva época que el pueblo ha ganado mediante una opción reiterada e inequívoca por la convivencia en paz, por la modernización y por el cambio. En definitiva, por la democracia y el progreso social. Frente a esta dimensión y sentido del voto, importa menos -aunque importe bastante- que circunstancias, intenciones y, sobre todo, errores hayan prestado a esta manifestación de la voluntad popular un carácter -como escribía la revista Triunfo esta semana- defensivo. Al menos, la apariencia de un reflejo de sana conservación. El pueblo va a hablar para defenderse de toda posible involución, de toda criminal aventura. Pero su manifestación no se agota -aunque ello sea tan importante- en un mentís decidido al terrorismo de cualquier signo, a los catastrofismos proclamados, a los temores inducidos o permitidos. Su alcance es mucho mayor: se trata de entrar, en base a un texto constitucional suficiente, decididamente en la construcción del modelo político y social que nos corresponde. Desde esta perspectiva varias cosas son imperativas. En primer lugar, que el voto rebase la mera expresión mecánica de confianza en los representantes -Gobierno y Oposición-, sino que sea un primer acto de participación. Es bien sabido que en la democracia parlamentaria se produce una tendencia, a distanciar a representantes y representados que ha de corregirse con la máxima información y participación posibles de los segundos. La democracia es una forma de organización política que exige una relación muy constante y renovada entre las formaciones políticas y la ciudadanía.Todas estas evidencias nos pueden, tal vez, orientar para enjuiciar un aspecto importante de la actual vida nacional, la cual está siendo entendida por los medios de comunicación de masas estatales de una manera abstracta y formalista. El hecho constituyente no se agota en el texto de la Constitución, sino que apunta a una reestructuración social, jurídica y política: a un modelo propio de nuestro país en esta hora que no congele las posibilidades contenidas en nuestra sociedad. Pues bien, este proceso constituyente está siendo presentado como un producto. Si la guerra, decía Clemenceau, era algo tan importante que no se podía confiar exclusivamente a sus profesionales, el proceso constituyente no debe ser presentado en el principal medio de comunicación de masas, la televisión, por profesionales o aficionados al marketing político, por los publicitarios; aun me atrevería a decir que ni siquiera exclusivarnente por quienes han optado por la vida política.
Mediados 1977 acontece un hecho que considero decisivo: el fracaso del intento de renovación de TVE, mediante un consejo en el que participaban representantes de las fuerzas políticas parlamentarias. La resistencia y maniobras de la Administración a establecer una paridad real, el que los designados por el Gobierno -aparte los funcionarios del Ministerio de Cultura- no fuesen personalidades independientes representantes de las fuerzas culturales y sociales reales, sino funcionarios que duplicaban el peso del poder del Gobierno, obligó a socialistas y a los representantes del Grupo Mixto a abandonar dicho consejo. Los viejos hábitos franquistas permanecen, revistiendo, en ocasiones, técnicas y racionalizaciones del mundo de la publicidad comercial. Desde entonces, la función orientadora de este medio -que es el más decisivo en la configuración de la opinión, estado de ánimo e imágenes para el español medio- ha oscilado entre la descarada inducción partidista -el notorio programa sobre el congreso de la UCD- y el formalismo de los técnicos publicitarios.
El publicitario -hay una enorme literatura sociológica sobre el tema- parte del principio de inducir y no explicar. La carestía de cada minuto de spot televisivo, la magnitud y carácter heterogéneo del público obligan a la abreviación y a reducir el mensaje a la consigna y al mensaje. Es la teoría de la imagen que conduce a la eliminación de matices y al cultivo de los estereotipos. Los estereotipos son, se dice, válidos y operativos por sí mismos. Se eliminan las mediaciones en que se asentaba el discurso racional, base del juicio. La resultante es que, en sí, las técnicas de la abreviación descartan el contraargumento, base de la libertad intelectual. No estoy diciendo, ni insinuando, que la, imagen carezca de función en la vida política. Lo que quiero decir es que la técnica de imagen y mensaje supone un contexto conocido, asimilado como una evidencia. No puede suplir a otros procedimientos cuando se trata de un contexto en período de creación. Si en vez de presentar una marca de bebida, hubiese que introducir algo absolutamente nuevo -ni bebida, ni alimento, ni fármaco determinado-, habría que recurrir a otros medios. Por ejemplo, al coloquio, a la discusión. En cierto modo, en mayo y junio de 1977 se operó en TVE con mayor conciencia del momento. Los partidos y dirigentes fueron presentados durante semanas; aparte y con anterioridad de sus últimos mensajes electorales. En aquella ocasión, decidido el pueblo por el cambio, bastaba, quizá, esta referencia, puesto que no había llegado la hora de la concreción de los programas. Con todo, la obligada reducción e inconcreción de contenidos iba a ir creando más tarde confusiones y desconciertos que obligaría a la actual etapa de precisión.
Esta última semana TVE nos está convocando al voto a través de spots -más o menos atractivos, pero de cuya eficacia instrumental no puedo juzgar-. Todos deseamos que esta operación sea eficaz, lo más operativa posible, puesto que tiene que compensar una carencia informativa en profundidad y en la dimensión que era precisa. Presenta a la Constitución como un producto, aislada de las realidades sociales, culturales, económicas, ideológicas que enmarca; separada del momento histórico. Hay un extraño aire de atemporalidad y de formalismo en todo ello.
Es cierto que TVE ha dedicado información a los debates en ambas Cámaras, y algunas tribunas y coloquios. Pero me temo mucho que el hombre medio haya carecido de referencias para intuir el sentido en que el texto va a operar, afectándole. Sobre todo, es posible que no se haya alentado la reflexíón y la discusión, buscándose simplemente la aceptación, conforme a técnicas inductoras. Tratar de inducir la aceptación en profundidad de un sistema de organización regional y de nacionalidades tan abierto y novedoso como el del texto, la forma de Gobierno o el equilibrio entre la libertad de empresa y la posible planificación por métodos tan huidizos parece, al menos, una de esas ilusiones a las que propenden los enamorados de las técnicas que profesan. El español de edad no proyecta, se encuentra con algo rigurosamente inédito: la participación en una construcción política. Posee el hábito de dejar al gobernante la decisión y también la crítica de toda acción de Gobierno en la que no ha participado. Hábitos esclavos. Una verdadera política de preparación para la participación ha debido provocar al máximo la discusión, la reflexión, la oposición de juicios. Terner menos a los juicios individuales. En un país donde la lectura de periódicos y revistas es la menor de Europa, con una audiencia televidente altísima, se ha debido no inducir la adhesión formal, sino facilitar la integración del hecho constituyente en el individuo, como una dimensión de sus asuntos directos. No se ha hecho.
Mucho tiempo ha perdido TVE durante este año tratando de potenciar la imagen del Gobierno -proyectando la imagen de su jefe- como un hecho de naturaleza; su carácter indispensable, como cualquier producto sin el cual nuestra casa estará vacía. Sin duda, son técnicas probadas en la reducción que una elección parlamentaria significa. Pero no se olvide que en una verdadera vida democrática una elección no es sino el momento en que se concreta y simplifica un debate mucho más largo. Sin este debate una elección pierde profundidad.
Es de desear que en los próximos días los dirigentes de los partidos -últimamente apartados de la pequeña pantalla por los dirigentes del medio- tengan la ocasión de orientar a la opinión. Estas apariciones, positivas, deseables, indispensables, patrióticas, pueden compensar, en buena medida, las carencias y errores de quienes dirigen la información. Tenemos delante el referéndum y su enorme trascendencia, y el español, con un instinto que demostró en junio de 1977, compensará la deformación informativa que ha venido padeciendo. No sé si aún es tiempo para que TVE corrija su error «publicitarista» y traiga a sus estudios a los hombres que sin ser políticos activos poseen crédito profesional, intelectual, social y a ciudadanos que carecen de estas cualifícaciones sociales, para que libre, y yo diría que casi informalmente, expresen sus opiniones, y aun sus dudas. Tengo la convicción -tal vez errada, al no moverme en el mundo de las encuestas y predicciones- de que tal proceder no significa ningún riesgo de abstencionismo. Por el contrario: daría consistencia y racionalidad al voto; lo motivaría en bases sólidas. Por último: el 6 de diciembre es el comienzo, de un período en que proseguirá la constitucionalización del país. No es una fecha aislada. Cincuenta leyes orgánicas configurarán nuestro modelo político y dibujarán el marco de nuestras opciones sociales.
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