Películas “S”: los saldos del celuloide
Más de un millón de españoles, exactamente 1.184.523, decidieron afrontar el peligro y ver a Emmanuelle durante el mes de enero. Hasta estas fechas aún no se han hecho públicos ni el número de lesionados en su sensibilidad, ni la importancia de sus heridas. Salvo la vieja noticia, difundida en su momento por la agencia Efe, de que un jubilado parisiense había fallecido durante la proyección, no se dispone de ningún dato que permita ajustar la relación entre los pecados de SyIvia Kristel en 35 milímetros, las secreciones de adrenalina y los soplos cardiacos. Se sabe, empero. que además de Emmanuelle Uno, primera clasificada en el ranking oficial, también Emmanuelle Dos, cuarta, y Emmanuelle negra, séptima en la lista, contribuyeron a que un mes tan difícil como enero fuese estupendo para la economía de los exhibidores, cuyas cuentas corrientes se incrementaron en 215 millones largos de pesetas. Es decir. en unos 107, si se tiene en cuenta que reparten ganancias con los distribuidores a 150%.
La guerra de las ganancias
El reparto de dividendos al final de una campaña de proyección de películas «S» es el desenlace de una curiosa guerra entre personajes que emplean la prisa como única estrategia. A las cinco de la tarde de cualquier sábado varios cientos de parejas de novios, decenas de grupos de matrimonios de cierta edad, ciudadanos anónimos con tiempo libre, solterones ostensibles y otros rezagados en la democracia del celuloide acuden a toda velocidad a una de las cinco salas madrileñas en las que se proyecta Emmanuelle dos o La antivirgen. Si alguien se aproxima a la cola para preguntarles por qué están allí, logrará reunir varios tipos de respuestas en mitad de la fiebre por llegar hasta las taquillas. El novio medio dirá que la Kristel es muy buena artista, la novia asintirá con una tímida sonrisa y algún ligero balbuceo. Las señoras de cierta edad disputarán a sus maridos el turno para contestar: «Venimos porque a éstos les gusta mucho ver piernas, y mejor será que nosotras estemos delante cuando las vean», dirán entre permanentes interrupciones de los cabezas de familia. Los solterones ensayarán una opinión intelectual sobre el director, evitando mencionar siquiera a Sylvia Kristel: para ellos el erotismo es puramente el medio de aglutinar elementos fílmicos ambientales según una teoría estética lineal, y Francis Giacobetti lo utiliza sin renunciar a la ironía, o sea, que están allí para ver a Sylvia Kristel. Un gay, reconocerá que ella es muy maravillosssa, aunque hoy las curas de adelgazamiento te impidan saber dónde está la mano del artista, oye, y dónde la del cirujano plástico, y un vigilante enmascarado gritará, como siempre, haga usté el favor a un caballero que se acerca distraídamente a la taquilla.
Vende la taquillera otras seis entradas, y despega en el aeropuerto de Barajas un avión con destino Roma. Entre los viajeros va un distribuidor: puede ser un enviado de Diasa, o quizá José Luis Dibildos, que quiere probar suerte otra vez, después de su gran éxito en la importación de El último tango en París. Puede ser cualquiera de los hombres del maletín que conocen el mercado romano. uno de los más importantes del mundo, con el de Los Angeles, de California. Repasa sus anotaciones: como siempre habrá tres posibilidades: comprar directamente la distribución de una película, o la distribución de un lote, o la opción sobre alguna aún prohibida en España. Ha oído decir que a un productor amigo suyo le han ofrecido, hace sólo unos días, un paquete con varias de porno blando que salen a menos de 300.000 cada una. Confía relativamente en la junta de apreciación. Tiene buenas referencias de Antonio Mercero y Paco Ardura, aunque desconfía de los conocimientos de algunos de sus compañeros de junta. Pero está seguro de que los criterios para clasificar las películas no van a cambiar de repente: aquellas en las que el acto sexual sea simulado o no llegue a ser evidente tendrán asegurada la «S» de soft o de porno blando.
El hombre del maletín tiene prisa por llegar al mercado. Se ha puesto en camino porque alguien a quien suele hacer un regalo en cada viaje le ha dado un aviso: «Hay importantes ofertas, caro.» Quizá convenga comprar los derechos sobre alguna cinta hard o porno duro: nunca viene mal tener una serie de buenas «X» para cuando abran las salas especiales. Pero en cualquier caso hay que llegar antes que los demás.
Habrá otros tangos después de "El último"
Da una cabezadita el hombre del maletín, y abre los ojos un novio a ocho filas de distancia de «la antivirgen». Detrás de él, una señora de mediana edad ha dicho algo así como desvergonzado, y tiene dudas sobre la identidad del destinatario: puede ser él mismo, o el amante de Sylvia Kristel, o el encargado de los carbones, que ha vuelto a bajar a la cafetería de enfrente y ha permitido que la pantalla vaya convirtiéndose en una esquela mortuoria. Al menos, el encargado participa en una conversación interesante, ahora le está comentando un segundo operador excedente que a él no le parece mal la importación de películas de la serie Emmanuelle. «Mire usted, Claudio: el tango y las emmanuelles son películas de categoría. Sin embargo, no nos estamos enterando de que, al lado de media docena de eses más o menos decentes, nos están colando las vergüenzas nacionales de otros países. Un ochenta por ciento de lo que viene es material de derribo, son cintas cansadas hace siete años en Francia, en Inglaterra o en Italia. Y ¿sabe usted lo peor, Claudio? Nosotros, los que hacemos cine aquí, no podemos competir con ese producto. Rodar una película «S» es gastarse entre quince y veinte millones de pesetas, para que luego te salga el Tontosutra ese que ha protagonizado Susana Estrada, o como se llame. Para empezar, nosotros no podemos aspirar a rodajes en exteriores, no le digo ya en Hong-Kong o en Balí: ni en Torrelodones. Tenemos que hacer las películas en estudios. con los medios justitos. Y eso cuando no rodamos en dieciséis milímetros y luego tenemos que hinchar las cintas a treinta y cinco. La gente tampoco sabe que hay un mercado paralelo de ocho milímetros, y que esto no se mueve desde supuestos artísticos, sino desde principios exclusivamente comerciales. A veces nos ocurre que lo que estamos autorizados a vender en ocho milímetros no salva la Junta de Apreciación en treinta y cinco, así que tenemos que pasarnos las tardes oscureciendo planos en el laboratorio. Naturalmente, Claudio, no le cuento la pérdida de calidad que hay que aceptar con las hinchadas y los oscurecimientos.» Súbitamente, Claudio se acuerda de los carbones. Entre tanto, una señora de mediana edad sigue acordándose de él, detrás del novio que se frota los ojos en la octava fila.
No mandan los cánones
Despierta el hombre del maletín en la vertical de Fiumicino. Una hora después está cambiando liras por fotogramas, y a la mañana siguiente dedica la sobremesa en una trattoria a buscar títulos y slogans geniales para el material que acaba de adquirir. Esta vez quizá ponga en pantalla a «La perseguida hasta el catre», o «Forzadas y voluntarias», o...., sí: a la primera le añadirá un subtítulo que diga algo así como «La historia de una mujer que enterró su vida en la corrupción y el vicio», y a la segunda, «La historia de unas mujeres influenciadas por las perversiones y contactadas por el diablo». Y no se preocupará en absoluto ante el grave rieseo de herir la sensibilidad de los académicos de la Lengua.Volverá a Madrid echando cuentas. «Medio millón de pesetas por cinta, en concepto de canon de importación, y otro tanto por canon de doblaje dan un millón de desembolso extraordinario. Llevo diez películas a uno quinientas, Serán veinticinco millones en total. Buena compra.» Aterrizará en Barajas a la misma hora en que concluye el último pase en los cines donde se exhibe Emmanuelle. Entonces, las puertas de salida devuelven a la calle a señoras de mediana edad que ríen violentamente, después de susurrar alguna picardía al oído de sus vecinas. Salen también maridos agobiados que no se atreven a confesar su rubor, y solterones que se esfuerzan en mirar como si estuvieran de vuelta, y un gay que miente con el descaro de un traductor medio: «Pues ella no es tanto como dicen: ya me gustaría a mí verla sin ese vestuario.» Al fondo, alguien se atreve a decir que el erotismo es el esperanto de la cinematografía, como las hamburguesas son el de la astronomía.
Y mil kilómetros más allá, Sylvia Kristel acepta la quinta Emmanuelle y solicita presupuesto para una cura de engorde en Suiza.
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