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Negativa británica a entrar en el sistema monetario europeo

Aunque no se espera un anuncio formal inminente, parece que Gran Bretaña no se incorporará al nuevo sistema monetario europeo (EMS) que, por iniciativa alemana, ha de entrar en vigor en enero de 1979.La decisión de mantenerse al margen, que no ha podido ser confirmada a este periódico, habría sido adoptada ayer en el curso de una tormentosa reunión conjunta del Gabinete y el comité ejecutivo del partido gobernante, dominado por la línea antieuropeísta. Los detalles de la sesión permanecen secretos, pero en ella se discutieron planes para maquillar el rechazo británico, como una posible asociación informal con el visto bueno de Bonn y París.

Una alteración de la posición británica sólo podría producirse ahora como consecuencia de improbables concesiones franco-germanas en terrenos clave de la política comunitaria-el agrícola y la financiación de la CEE- antes de la cumbre de Bruselas del 4 de diciembre, en la que se dará luz verde final al nuevo esquema, destinado a estabilizar las economías europeas a la sombra del marco alemán. En su reciente encuentro de Bonn, el canciller Schmidt, a quien el primer ministro británico habría anticipado sus intenciones, aseguró al señor Callaghan que las puertas de la CEE estarán abiertas para Londres hasta el último momento.

La crucial decisión británica de no alinearse tendrá no sólo repercusiones económicas domésticas difíciles de evaluar por anticipado, sino también un serio efecto sobre la permanentemente en entredicho cohesión política del Mercado Común, objetivo a medio plazo perseguido por el canciller federal.

En las últimas semanas, la oposición a participar en el nuevo esquema, ya manifestada por los sindicatos y por el comité ejecutivo laborista, se ha extendido a amplios sectores parlamentarios y a una fracción poderosa dentro del mismo Gobierno, de la que forman parte pro izquierdistas, como los ministros de Energía, Benn; Agricultura, Silkin, y Medio Ambiente, Shore, y conservadores, como el titular de Comercio, Edmund Dell. El número dos del partido, Michael Foot, también figura entre los antieuropeístas a ultranza, cuyos argumentos, han llegado a contagiar a David Owen y a enfriar los ánimos del ministro de Hacienda, Healey, el hombre que junto con Callaghan comparte la máxima responsabilidad por la decisión.

En última instancia, el primer ministro habría abdicado de seguir adelante con Ia unión monetaria para no dividir todavía más a la formación que dirige, que va a afrontar las próximas elecciones generales en medio de la seria crisis de fondo reflejada en las recientes conferencias de los sindicatos y del laborismo. James Callaghan, comprometido ante sus colegas comunitarios a dar fe del europeísmo británico, es un firme partidario de los beneficios políticos derivados de la integración en el EMS, aun cuando dudara seriamente sobre su planteamiento, excesivamente vinculado al marco alemán, y temiera sus repercusiones en la política antiinflacionista, de la que el premier ha hecho prácticamente su exclusiva arma electoral.

Entre los parlamentarios laboristas circula estos días un documento analítico según el cual la incorporación al sistema monetario europeo significaría para Gran Bretaña un descenso inicial de su actividad económica cifrado en 2.000 millones de libras (250.000 millones de pesetas), además de su posterior sumisión a un régimen de ralentí, fiscalizado por los restantes miembros de Ia CEE, que agravaría sus actuales problemas de desempleo y reduciría el lento despegue hacia mayores ingresos salariales.

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