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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Gobernar es elegir, o Suárez como pretexto / y 2

El caso de la democracia cristiana es más complejo y casi imposible de reducir a unas pocas líneas. En su haber hay que apuntar, en primer término, la indiscutible realidad del PNV, en el que la inextricable simbiosis de cristianismo y nacionalismo convierte a esa formación democristiana en el primer partido del País Vasco, tanto durante la clandestinidad como después de la muerte de Franco. En segundo lugar es necesario recordar que la democracia cristiana fue en los últimos años del franquismo y hasta principios de 1977 el quicio fundamental de todas las hipótesis sustitutivas del régimen autocrático.Pero, sin embargo, ni el mito de Carrasco i Formiguera en Cataluña, ni las personalidades de Giménez Fernández y de Gil Robles en el resto de España lograron promover la cación de un partido democristiano, fuerte y articulado, en toda la extensión del Estado. Existieron pequeños grupos, algunos de ellos muy estimables, y de mayor o menor actividad, pero su incidencia en la vida colectiva fue muy reducida y su resonancia popular fue casi nula. Por ello, a pesar de las embellecedoras reconstrucciones históricas «pro domo sua», no cabe atribuirles, en cuanto partido a nivel del Estado, ningún gran protagonismo político en la resistencia antifranquista. La reunión de Munich, que un premiado apologeta ha querido patrimonializar a su favor, ni tuvo en ellos su origen ni su principal apoyo, aunque a ella asistieran y en ella participasen. Y si no, mientras viva Enrique Gironella, tendremos con él testimonio suficiente.

El descalabro electoral de la democracia cristiana no se debió solo a la neutralidad de la jerarquía católica o a su inclinación hacia otras opciones políticas, ni tampoco al trasvase a UCD de Fernando Alvarez de Miranda, y de su compañeros, sino, fundamentalmente, a la ausencia de esa imagen popular de luchadores demócratas, desde la derecha, que allí donde existió, en el País Vasco, arrastró, de forma imparable, a los votantes. Dicho sea todo ello con la máxima consideración política y personal, hacia los queridos amigos democristianos, con los que, a pesar de las diferencias, uno ha combatido, codo con codo, durante tantos años.

Suárez y sus desafíos

Suárez, pues, en base a esa circunstancia histórica, ha podido congregar en un mismo ámbito las grandes siglas ideológicas de la derecha -y pienso que hemos dicho también del centro- europea actual, y si acierta en su congreso, fletará con UCD el primer partido español, con corrientes o tendencias auténticas y asumidas. ¿Y no es este el objetivo de todas las bases de todos los grandes partidos democráticos? A los que objetan la imposible coexistencia teórica y doctrinal de Joaquín Garrigues Walker y de Paco Fernández Ordoñez, basta con citarles a Eugene McCarthy y a George Wallace en el Partido Demócrata norteamericano, a Scelba y a Donat-Cattin en la DC italiana, a Benn y a Callaghan en el laborismo británico, a Defferre y a Chèvenement en el PS francés, etcétera.

Pero ¿qué quiere y qué puede hacer Suárez con ese novedoso, y a lo mejor hasta democrático, instrumento electoral y parlamentario? Como todo hombre de poder, pretende ocupar, con exclusividad y permanencia, el espacio social que representa, y desde él y en su beneficio, controlar la entera maquinaria del Estado y las grandes instituciones sociales.

Burguesía y política

Ese espacio social dijimos antes cuál era: la burguesía. Pero la burguesía, incluso en su más estricto sentido de clase social formada por los propietarios de los medios de producción, se dice hoy en España de maneras diferentes. Al menos de tres. La burguesía nacional o interior a la que pertenecen determinadas categorías de pequeños empresarios, toda la mediana empresa y los grandes empresarios no ligados directamente a los grupos bancarios, todos los cuales, a pesar de las notables diferencias que entre ellos existen, tanto por los diversos tamaños de sus empresas como por sus distintas localizaciones sectoriales y geográficas, tienen una problemática común; el capital financiero o burguesía monopolista, compuesto por los grandes grupos de capital español; y el conjunto de empresas y de personas ligadas a las compañías multinacionales o burguesía compradora.

Un análisis voluntarista o mimético, según los casos, del capitalismo español tiende a desconocer estas profundas descontinuidades estructurales, y la necesidad de su elucidación empírica, emparejando apresuradamente las dos últimas -como en el caso de Nicos Poulantzas y de José Acosta- o atribuyéndoles un vectorización y alcance político, por lo menos discutibles, como hace Jorge M. Reverte.

A esta diversificada estructura de la burguesía, con intereses específicos, con frecuencia antagónicos, debe agregarse la doble perspectiva, tradicional y modernizadora, que aún persiste a nivel teórico y en la práctica cotidiana de nuestro empresariado, y que explica la contraposición de sectores paleocapitalistas y de sectores neocapitalistas dentro de una misma clase social.

Este hecho, con estas características e intensidad, no existe en ningún otro país del Occidente europeo, ni siquiera en Francia e Italia, y da razón de la complejidad, en España, de las relaciones entre régimen político democrático y sistema social capitalista, que un optimismo, de escuela de párvulos, intenta ocultar y silenciar.

Modernización o decadencia

En cualquier caso, la operación política denominada «gran derecha» parece haber optado ya por un cierto sector de esa plural burguesía y por un determinado modelo de sociedad. Otorgar a esa opción el 20 % de los votos es equivocarse de país y de tiempo. Pero eso no impide que el reto esté ahí, y que no pueda hacerlo frente sólo con habilidades.

Los intereses de la burguesía tienen su propia lógica y sus propias exigencias, y todo lleva a pensar que la modernización de España está en su mismo centro. Tomando pie en él, y apoyándose en los sectores más dinámicos y mayoritarios de la clase social de. la que es expresión, y, también, en ciertas zonas de la pequeña burguesía -profesionales y técnicos- susceptibles de acompañarle, podría Suárez lanzar a su partido a la construcción de un país capitalista, pero definitivamente instalado en la Europa del último cuarto del siglo XX. Para ello, sin embargo, sería necesario que completase el magisterio de León Blum con el de otro gran mentor de la izquierda francesa, Pierre Mendès France, quien un día nos enseñó que «Gouverner c'est choisir».

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