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Oposición, contestación y filosofía como subversión

Quisiera hoy proseguir con el tema de la actualidad de la filosofía (dejando para otro día el de la actualidad recreciente de la religión), interrumpido en mi último artículo por la necesidad de responder a la carta de las jerarquías académicas de la Universidad Pontificia de Salamanca. La tesis que hoy me propongo desarrollar es la de la correspondencia, en los jóvenes, de esa actualidad, con la, para ellos, inactualidad de la política convencional. Creo que la reflexión sobre la génesis de este último sentimiento de despego ayudará a esclarecer el problema.El «diálogo constituyente» que ha sostenido hace poco mi amigo el profesor Maravall -la mejor crítica que conozco del anteproyecto del texto constitucional- empezaba por constatar el hecho de la «baja temperatura con que públicamente se está viviendo el proceso constitucional», en contraste con «la ebullición de aquellos meses» en que los jóvenes -y los maduros, y los viejos- vivieron, vivimos la preparación de la Constitución de la II República. La conclusión a la que acertadamente llega José Antonio Maravall no es la de una despolitización actual, sino la de un «desplazamiento» del punto de incidencia de la actual politización que -continúa Maravall- hoy es bien alto». Dejando para. otro día la consideración de la actitud de los jóvenes con respecto al tema, muy concreto, de la Constitución que se prepara, examinemos cómo ha ocurrido ese «desplazamiento».

En gran medida ha sido el resultado negativo de la vida bajo el franquismo -que no permitía ninguna oposición real- y de la imagen deformada -inevitablemente- bajo un régimen dictatorial y su retórica, de la democracia occidental como meramente formal y, en realidad, oligárquica (la «élite del poder»). La imposibilidad de una oposición legal, la inoperancia de una oposición más o menos tolerada y, como acabo de decir, el descrédito, de origen totalitario, de las formas occidentales de democracia, y de la oposición «dentro» del sistema, llevó a la juventud a la contestación, que se diferenció de aquella en ser global (política, económica, cultural), de la totalidad del sistema establecido. Fue la época de los Students for a Democratic Society en Estados Unidos, de los enfrentamientos en la Universidad Libre de Berlín, del mayo francés de hace ahora diez años justos, y de la lucha estudiantil española contra el franquismo.

Aquella época dejó tras de sí una estela de frustración y desencanto. Estos, entre nosotros, revisten un carácter peculiar que el próximo día consideraremos en detalle, justamente a propósito de la Constitución: el desencanto ante una democracia, llamémosla así, implantada por los franquistas, en continuidad -reforma sin ruptura, es decir, sin revolución, una revolución que no tenía que ser cruenta ni aún violenta-, continuidad rigurosa, incluso desde el punto de vista de la «legalidad», con el régimen anterior. ¿A quejoven, de la izquierda o de la derecha, a estos efectos es igual, puede entusiasmar el suarismo? La desilusión juvenil en España y fuera de ella es bifronte: desilusión de la democracia establecida -suarista, giscardiana, del «comprorniso histórico» italiano, de la socialdernocracia alemana-; y desilusión de una revolución económica conforme al estatalista modelo soviético, o de un modelo como el autogestionario que, si no desacreditado, como en el caso de Yugoslavia, aparece demasiado vago e inarticulado todavía, como para ofrecer una alternativa global, ni aun como ensayo. (También sobre esto hablaremos, con ocasión de dos recientes y buenos libros de Antonio Marzal.)

La situación actual es, por todo ello, la de un nuevo desplazamiento: de la contestación entusiasta de la segunda mitad del decenio del 60 a la por fortuna minoritaria, caída en el terrorismo desesperado (cuando no profesionalizado), la acción directa y la violencia exhibida por la extrema derecha; y, sobre todo, a lo que nos importa aquí, a la revolución cultural de la nueva izquierda juvenil. (¿Porqué, entre tantos partidos extraparlamentarios como existen casi todos ellos de una ideología anticuada, a nadie se le ha ocurrido -en lugar de aislar una opción y convertirla así en extrapolítica, como la de los ecologistas- la constitución de una nueva izquierda, puramente testimonial y por su alejamiento del «juego» parlamentario, peculiar e importante?) Revolución cultural (si no gusta la expresión por gastada ya -todo se consume hoy muy deprisa- póngasele el rótulo que se quiera) es, en tanto que actitud, por una cara, desinterés por la política al uso y escepticismo, pero por la otra, trabajo persistente y en profundidad por una modificación de las estructuras elementales -es decir, fundaraentales- de la sociedad. Los jóvenes quieren cambiar la vida y, e ntretanto, cambian su vida. La articulación de esta nueva propuesta se hace no en un «programa» al modo de los políticos (salvo la de UCD, que no lo tiene, ni falta que le hace -en esto discrepo de sus críticos-, al contrario, necesita no tenerlo: también de esto hablaré), sino a través del discurso filosófico. Naturalmente, se trata, según dije el último día, de filosofía como subversión, que aspira, como la de Marx, pero por otros medios, a la transformación del mundo, Naturalmente también se nutre de saberes más disciplinados e igualmente menos disciplinados (arte, poesía, literatura) que ella misma y, en este sentido, es supradisciplinar. Es la filosofía de nuestro tiempo, la de nuestra sociedad. Es posible que pase y que la añorada por otros, quiero decir, una nueva academia (la profesionalidad analítica y lingüística no andaba demasiado lejos de ellos) vuelva en un porvenir más o menos próximo. Pero hoy por hoy, y particularmente en España, la filosofía en estrecho contacto con la revolución cultural es la única filosofía socialmente vigente.

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