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Rubio Melero: se agotan las esperanzas de salvación

El estado del púgil almeriense Juan Rubio Melero sufrió un empeoramiento progresivo durante el día de ayer, hasta el punto de que a la hora de cerrarse esta edición se temía más que nunca el desenlace fatal. A pesar de que el presidente de la Federación, Roberto Duque, ha acusado en sus declaraciones a la prensa al manager del boxeador y al árbitro de la pelea, la opinión más extendida en el mundillo del boxeo es la de que no hay que buscar culpables, sino aceptar el hecho como un accidente propio de este deporte.

El tema plantea de nuevo la posible supresión del boxeo profesional. Los propios hombres metidos en ese mundillo son los primeros en plantearlo: «El boxeo es así; se toma o se deja. Si hay que suprimirlo, adelante...» Benito Castejón, director del Consejo Superior de Deportes, prefiere aplazar su pronunciamiento sobre el tema: «Es un asunto difícil; no se trata de obrar precipitadamente, a impulsos de este accidente. Ese es un tema que ya me preocupó hace años, en mi etapa como secretario de la antigua DND. Se inició un estudio a instancias mías, pero luego quedó olvidado, cuando yo me fui.» De las responsabilidades, por supuesto, no quiso pronunciarse hasta que no le llegue el informe de la Federación de Boxeo.Existe un tema marginal, que no ha tenido influencia negativa en el caso, pero que ha dañado la imagen pública del Palacio de los Deportes y, por consiguiente, del Consejo: no había en el momento de la velada oxígeno, ni medicamentos necesarios para una reanimación rápida. Castejón, al respecto, es tajante: «El Palacio sólo está obligado a poner a disposición de la velada un médico; nada más.» No comparte una opinión que está en todos los comentarios de la calle: que resulta inadmisible que la bomba de oxígeno del Palacio esté agotada y que nadie se ocupe de rellenarla: «Eso, en todo caso, es responsabilidad del organizador de la pelea; si lo considera necesario, que se preocupe de ello».

El promotor, Martín Berrocal, encuentra eso absurdo: «Yo alquilo el Palacio de los Deportes y doy por hecho que está dotado de todo lo esencial para atender a un boxeador que se daña. Ahí hay boxeo el viernes, balonmano el sábado, ciclismo otro día...

¿Cómo voy a pensar en que tengo que ocuparme del material sanitario? Entonces tendría que ocuparme también de los cristales de las ventanas, del agua caliente... Claro, que mejor hubiera sido, porque no la había y Perico se tuvo que marchar sin ducharse.» El tema de la ambulancia también colea: «Allí hay cuatro soldados de la Cruz Roja; ¿a qué van, si no llevan ambulancia? ¿A ver el boxeo gratis?»

Realmente, el tema de las asistencias no agravó el estado de Rubio Melero, pero si lo traemos a colación es para demostrar hasta qué punto se funciona en estos casos sin elementales medidas de seguridad y cómo se diluyen las responsabilidades. La Federación, por supuesto, tampoco se considera obligada a esas precauciones.

En medio de esas lamentables imprudencias, y metidos en un deporte cuyo fin último es el KO, la conmoción, el daño al cerebro del contrario, el árbitro y el manager no son sino dos piezas más. Ezquerra, el árbitro, aclara: «Yo conté a Rubio en el séptimo asalto, le vi levantarse a la cuenta de cuatro, vi bien su mirada y él mismo me dijo que podía seguir ¿Qué iba a hacer? ¿Interrumpir la pelea y cortar así la primera gran oportunidad de su carrera profesional? Yo he sido boxeador y sé lo que eso le habría dañado; también sabía en ese momento que su carrera era la esperanza de una familia de doce hermanos.» Búfalo, el manager, se defiende con parecidos argumentos. Y aclara que lanzó la toalla justo en el momento en que llegaba el golpe decisivo.

Ante el análisis de los hechos, no parece realmente apropiado hacer dos cabezas de turco, como parece pretender Duque. Si hay que ir contra algo es contra la misma existencia del boxeo profesional, que conlleva todo esto en su propia esencia, en su propio funcionamiento.

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