La importancia de las elecciones sindicales
EL DICHO popular de que los árboles impiden en ocasiones contemplar el bosque puede aplicarse con exactitud al tratamiento público (Gobierno, la mayoría de los medios de comunicación, la misma expectativa de la sociedad) que están recibiendo las primeras elecciones sindicales libres en más de cuarenta años. Excepción hecha del lógico interés que estos comicios suscitan entre la militancia de los partidos y las centrales y entre los trabajadores con mayor educación política o sindical, las segundas elecciones libres de la Corona se están celebrando con un cierto carácter vergonzante.En estas fechas se está procediendo a sentar las bases de una nueva forma de relación entre empresarios y trabajadores de la que dependen en gran medida la solución de la crisis económica y la consolidación de la democracia política. No se puede gobernar (y menos en un estado económico precario que obliga a tomar medidas de austeridad) sin el respaldo o el consenso de una mayoría sindical. Al menos no se puede gobernar así en un régimen democrático. Bien lo entendió el régimen anterior dedicando sus más exquisitos cuidados a la división de los trabajadores y a su férrea insertación junto con los empresarios en sindicatos verticales de rama dirigidos por un funcionariado de absoluta fidelidad política.
Sin embargo, se están llevando a cabo las elecciones sindicales un poco como si estuviéramos acostumbrados de años a respaldar a esta o a aquella central y sin entender cabalmente que se están estableciendo las correlaciones de fuerza entre los sindicatos de la España democrática, y más directamente de lo que parece, Ias relaciones de influencia entre los partidos de izquierda. Y caben pocas dudas sobre el protagonismo de la coalición en el poder -UCD- en la minimización de estas elecciones.
La Unión de Centro Democrático, tras despertar del sueño de crear una central sindical de su obediencia, redactó un decreto-ley por el que recayó sobre los empresarios la facultad de convocar las elecciones sindicales, hizo público en plenos comicios su anteproyecto de acción sindical, rechazó con su mayoría parlamentaria el proyecto de acción sindical de la UGT y el estatuto del trabajador de Comisiones Obreras y creó hábilmente un entorno a estas elecciones en base a la carencia de unas normas sobre contratación colectiva, el misterio sobre el futuro del patrimonio sindical, la provisionalidad de los resultados finales que arrojen las urnas, la denegación a las centrales de censos actualizados, la indefinición de las funciones representativas que tendrán los elegidos, etcétera.
Toda una nebulosa de imprecisiones que parecen procurar, de una parte, un alto nivel de absentismo que beneficiaría a CCOO antes que a UGT (la militancia de la primera está más endurecida por la clandestinidad que la de los afiliados a la central socialista), y de otra, el que el país no tenga los resultados totales obtenidos por cada central. Que se ignore, en definitiva, si las sindicales las ha ganado la Unión General de Trabajadores que respalda al PSOE como alternativa de poder o Comisiones Obreras, de dirección comunista, por barajar las dos centrales que se perfilan como mayoritarias.
Puede que la estrategia antes apuntada sea útil para el Gobierno en un planteamiento político a corto plazo y mirando únicamente en el propio interés partidario de que el PSOE no tenga una base de partida sindical demasiado fuerte o evidente de cara a las elecciones municipales. Pero si con la difuminación de estas elecciones, la imprecisión de su alcance legal, su sonrojante ocultación por parte de RTVE, lo que se consigue es el abstencionismo de los trabajadores y un reparto poco clarificador de los votos entre las centrales, de forma que ninguna aparezca como razonablemente mayoritaria, nos vamos a encontrar simplemente con que no tendremos con quién negociar la política económica; ni siquiera a quién exigir coparticipación en el cumplimiento de los acuerdos de la Moncloa. Y quien primero sufriría esa falta de interlocutores válidos sería el propio Gobierno de UCD, que puede acabar viendo, como en los mejores años del franquismo, cómo los empresarios y los trabajadores buscarán en cada empresa el pacto social a sus espaldas.
Es sabido que los empresarios, en los últimos años del verticalismo, optaron mayoritariamente por contactar con las centrales clandestinas para encontrar el acuerdo que hacía imposible la Central Nacional Sindical. Y ahora la Confederación Española de Organizaciones, Empresariales no parece dispuesta a secundar las operaciones estrictamente políticas de UCD y sí a buscarse interlocutores sindicales fuertes con los que, negociar soluciones a la situación de las empresas.
Hay que colocar, en suma, estas elecciones sobre su auténtica peana y no tenerlas por comicios de segundo orden. No basta con que cada empresario sepa cuál es la mayoría sindical de sus talleres. Descartada a medio plazo, desde antes del 15 de junio, una intersindical, ahora se hace necesario conocer cuál es la opción sindicalista de la mayoría de los trabajadores españoles.
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