Una eutanasia social
VARIOS MILES de personas se manifestaron el sábado pasado en Madrid en apoyo de las reivindicaciones de los minusválidos. Se culminaba así una semana de mentalización sobre la problemática del minusválido. Y en uno de los slogans esgrimidos por los manifestantes madrileños («¡ Queremos justicia, no caridad! ») viene a resumirse la historia de un largo olvido, de un entendimiento meramente paternalista del disminuido físico y de una mentalidad colectiva, cruelmente positivista, sobre los valores del ser humano.Las sociedades de elevado desarrollo industrial, significadas por una relación marcadamente competitiva entre sus hombres y mujeres, han caído en ritos propios de Esparta o de tribus contemporáneas culturalmente infradesarrolladas. Si aquéllas eliminaban o eliminan a sus ciudadanos físicamente disminuidos, la sociedad tecnológica los ignora. En el mejor de los casos les compadece, pero -valga el ejemplo- en la décima potencia industrial del mundo (España) millón y medio de mi nusválidos-sobreviven literalmente de la caridad pública, de una mínima y vergonzante subsidiariedad del Estado o de la tolerancia de sus familias.
Pasar por alto o tener por asunto menor la protesta de los minusválidos, sus familias y quienes entienden cabalmente este problema, sería prueba de notable ignorancia de la amplia gama de egoísmo que pueden segregar una comunidad con más preocupaciones tecnológicas que morales.
Diríamos que el desdén de nuestros urbanistas por las barreras arquitectónicas, por el ancho de escaleras o ascensores, por la ausencia de rampas en edificios y servicios públicos o privados, es uno más de los motivos denunciables, pero no el principal. El abandono de los disminuidos fisicos aparece en forma notoria en la falta de centros de rehabilitación, de escuelas de avanzada pedagogía para los retrasos cerebrales, en la segregación social padecida por la mayoría de los afectados en el rechazo laboral que sufren, en las prestaciones benéficas que algunos reciben y que no alcanzan los niveles de subsistencia física, en la ausencia de un entendimiento elemental sobre la donación de órganos entre los familiares de los desahuciados, la falta de residencias adecuadas y, en general, el tabú que aún implica para muchas familias el albergar a un niño subnormal, a una persona con sus sentidos o facultades disminuidas.
Estudios médicos y sicotécnicos, científicamente contrastados, han llegado a la conclusión de que la mayoría de los físicamente disminuidos son sujetos útiles para tareas productivas. Empero poco pueden esperar los minusválidos de sociedades atentas a sus índices de paro y ocupadas en disolver su mala conciencia en maniobras caritativas tendentes a ocultar el problema antes que a solucionarlo.
Alguien ha dicho que hay que pensar en el futuro para ser contemporáneos del presente. Bien podrían afirmar los disminuidos físicos que si lo anterior es cierto, en lo que a sus problemas atañe, vivimos aún en las cavernas de la insolidaridad. Si el futuro es habitable no habrá barreras para minusválidos ni otros racismos fisiológicos. Si el futuro es habitable lo será para todos y acabarán desapareciendo las sutiles y cotidianas eutanasias sociales que ahora condenan a miles de ciudadanos a una existencia precaria, relegada y humillante.
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