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El "derby" chico degeneró en una guerra

Castilla y Atlético Madrileño brindaron un «espectáculo» sencillamente lamentable. Quizá, de haberse cortado con prontitud los brotes de dureza cuando éstos comenzaban a hacer su aparición, los cauces antideportivos de la mayoría de protagonistas se hubiesen calmado. No fue así, y la absoluta impotencia del árbitro -pese a las expulsiones- hizo que el juego transcurriera en un contínuo y absurdo «toma y daca» de brusquedades.Comenzó, sin embargo, el encuentro por unos cauces normales. El Castilla salió en tromba y a los veintidós minutos ya había marcado dos tantos que presagiaban una fuerte goleada. Allí no había más equipo que el filial blanco, que con un juego rápido, fluido y, en ocasiones, hasta brillante, superaba con rotundidad al desangelado conjunto colchonero. Pero comenzaron los choques y entradas punibles y aquello degeneró en una guerra. Antes del descanso, el Castilla ya había perdido a un hombre por expulsión, cuando lo cierto es que alguno más -sobre todo rojiblanco- debió haber seguido el mismo camino. No varió la tónica tras el descanso, y otra expulsión -G. Hernández ahora- dejó al Castilla en absoluta inferioridad numérica. Se aprovechó de ello el Atlético, que forzó la igualada en los minutos postreros, dueño y señor ya del campo. Mal partido, por tanto, para olvidar cuanto antes, y tarjeta roja no sólo para los expulsados, sino también para el árbitro y prácticamente para todos los jugadores.

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