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La nueva incitación

Digámoslo una vez más. El paradigma general es hoy de crisis, no de estabilidad. Sin embargo, la idea de adaptarse a lo fluido apenas ha penetrado en las conciencias. Lo que la gente desea es, todavía, seguridad, estabilidad, protección, un contrato social que garantice el aumento paulatino del poder de adquisición. Las condiciones del mundo son de crisis, tanteo, posible encaje de un sistema mundial; sin embargo, las conciencias de sus habitantes siguen aferradas al modelo socioeconómico de los años sesenta, versión países desarrollados. Recuerdo en este instante la encuesta Gallup (publicada en EL PAIS del 8 de febrero de este año) realizada sobre setenta países: la salud y el dinero siguen siendo las máximas preocupaciones del mundo; Estados Unidos de América es el país más envidiado. Bien; uno suscribe la preocupación por la salud, pero entiende que el modelo USA ha tocado su techo. En el futuro (comenzando por los mismos Estados Unidos) se va a tratar de otra cosa.

¿Qué otra cosa? Seamos precavidos. Uno estima que la era de las grandes síntesis totalizadoras se clausuró hace tiempo. Posiblemente el marxismo haya sido la última gran síntesis totalizadora. Hoy ningún intelectual que se. encuentre en sus cabales pretende ya ofrecer un programa de salvación totalitario; a lo sumo puede describir los forcejeos propios. Y este es, por cierto, el hilo conductor de este bloc de notas que, de vez en vez, someto a la consideración de ustedes: el testimonio yuxtapuesto de unos forcejeos, sin disimular la ganga y el azar, el tira y afloja de la vida en su cuestión perpetua.

No, no creo que el modelo del futuro vaya a ser simple.Tampoco creo que la ética normativa tenga porvenir alguno. Para abordar una cuestión aparentemente tan clara como la de una «justa distribución de la riqueza», habría que dilucidar previamente el significado y el alcance de los términos justicia, distribución, riqueza; habría que dilucidar los nuevos ajustes autorreguladores (en el sentido de Piaget) que permitirían situar éstos y otros mil términos adyacentes. En definitiva, la nueva racionalidad (la nueva justificación de las opciones) comenzará con nuevos equilibrios de poder. Siempre la política condicionando a la «verdad». Pero nadie podrá arrogarse el derecho de decir a la gente lo que la gente debe hacer.Cada cual tendrá que afrontar su conducta, dentro del marco de sistemas muy sofisticados, por su propia cuenta y riesgo.

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En rigor, pues, no habrá un modelo del futuro sino varios modelos. El pluralismo impregnará la cultura. Y en un caldo de cultivo pluralista la comunicación tendrá que discurrir de maneras muy sutiles y trascendentes. Trascendentes en relación con el código de referencia de cada cual. Salvo que cada cual se resigne a encerrarse en el círculo de su propia secta, la nueva comunicación tendrá que hacer alardes de profundidad y equilibrismo. Metalenguajes e isomorfismos serán muy apreciados. Reaparecerá lo arcaico y la gente se dará la mano en la sombra de lo No-Sabido. Los especialistas inventarán sus «fiestas de los locos».

Tendrá todo esto más que ver con una sociedad socialista que con una sociedad mercantilista? Obviamente, uno no acepta la alternativa. Uno estima que el futuro será extremadamente híbrido. Nadie será tan necio -ni tan suicida- como para no inspirarse en cualquier modelo que funcione en cualquier parte; pero no me parece que el futuro vaya a ser ni socialista ni mercantilista. Se tratará, como decía, de otra cosa. Desde luego, habrá programación en los países de tradición liberal, y habrá un cierto market system en los países de économia dirigida. Es decir, esto ocurre ya desde hace tiempo. Se produce lo que Galbraith ha llamado «simbiosis burocrática» entre empresas y Gobierno. Pero a partir de éste y otros muchos fenómenos de hibridismo. la red se irá complicando. Y cómplejificando. Habrá que ir hacia un sistema a la vez mundial y descentrado. Uno diria que un cierto estructuralismo y un cierto existencialismo reaparecerán en el contexto de un nuevo orden/desorden, de una nueva ambivalencia. Porque cada cual tendrá que inventar por su cuenta y riesgo (existencialismo) la aventura de su vida; pero la vida se inscribirá en el «caos» de un pluralismo trascendental (estructuralismo). Y esa va a ser la ambivalencia del futuro. Y las encuestas Gallup tendrán que modificar su cuestionario. ¿Consigue usted articular con algún significado el enjambre de sus significantes? ¿Consigue usted respirar y comunicar en medio de los códigos múltiples? ¿Se diseña un nuevo «Dios» en la pluralidad infinita y descentrada?

Desde luego, la tentación totalitaria subsistirá, ni que fuere por la inercia misma del lenguaje. Pero, forzosamente, habrá que cambiar de lenguaje. Cabe sospechar que con el pluralismo vendrá la fluidez, y que esta fluidez vendrá acompañada de una nueva capacidad ambivalente de irse adaptando a lo nuevo en la misma medida en que uno vaya ahondando en la raíz. Imaginemos un programa genético que programase la misma variación de sí mismo. Esto sería un programa fluido. Ahora bien, este programa fluido sólo es estable en función de una retroacción hacia la raíz, una raíz previa a lo invariante (un tema muy largo).

En resolución. Uno estima que el mito de la «sociedad industrial» se va agotando. Un estamento humano (más que social), la adolescencia, sustituye a la clase obrera como centro del descontento y del desajuste. ¿Qué otra cosa son sino «adolescentes» esos terroristas explícitamente antisociales que amenazan parcialmente la estabilidad del sistema? La mayoría de los intelectuales sienten hoy la tentación adolescente-utópica, la nostalgia de los orígenes, un cierto tono caótico. Lo dicho: el paradigma general es de crisis y no de estabilidad. Comenzando por la misma ciencia. Galileo, Newton, Eins tein no habrían hecho más que desvelar la superminúscula par cela de un universo indefinida mente más vasto. Este universo, en contra de lo que creía la cosmología clásica, sería esencialmente inestable, no estacionario, poblado de objetos procedentes no de la condensación de una materia difusa, sino de procesos eruptivos de índole esencialmente extraña. Ahora bien, asumido este paradigma, el futuro resulta estrictamente imprevisible, abierto. Y esa es la nueva incitación.

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