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Alemania: policía en los funerales

Como residente de largos años en Alemania, y viejo conocedor de la política de aquel país no puedo menos de comentar aquí la situación profundamente perturbada y difícil que ha seguido al rapto y asesinato del presidente de la asociación patronal, Hans Schleyer, a la espectacular liberación de los rehenes del avión que viajó desde Palma de Mallorca hasta Somalia, y al inexplicable suicidio en el penal de Stuagart de los tres máximos anarquistas presos: Baader, la Ensslin y Raspe.La catástrofe, que se produjo con sincronización impresionante, terminaba de golpe una tensión que desde la abducción de Schleyer había ido in crescendo. De golpe se hallaba el público ante una acción policíaca que reducía y eliminaba, con muerte de tres, a los cuatro raptores del avión de pasajeros, con la liberación del pasaje y tripulación, excepto el piloto, que ya antes había sido asesinado por los terroristas; ante una mujer ahorcada y dos muertos de tiros de pistola en sus respectivas celdas, donde se suponía que no podían tener instrumentos mortíferos, ni aparatos de radio que los informaran, y ante el cadáver de uno de los más ricos y poderosos magnates industriales de Alemania.Un eminente especialista alemán en ciencia política, Ralf Dahrendorf, que ha desempeñado altos cargos en su país y en la Comunidad Europea, escribe desde Londres un artículo (que leo en el Herald Tribune de hace unos días) en el que analiza tan inquietantes acontecimientos y se pregunta lo que pueden significar y lo que presagian para el futuro.

En la lucha que se ha desencadenado en Alemania entre los terroristas y el Gobierno, señala Dahrendorf con razón, que se trata de algo nuevo. Y a propósito de los acontecimientos recientes recuerda otro suceso, del 30 de pasado julio, en que el terrorismo actuó con frialdad y resolución escalofriante. Jürgen Ponto, director de uno de los grandes bancos alemanes, conocía a la joven Susanne Albrecht-hija de un prestigioso abogado de Hamburgo amigo suyo. La muchacha visitaba a veces a la familia Ponto y discutía, en un tono que parecía amistoso y más o menos académico, sobre capitalismo y anticapitalismo: ella era fanática anti. Tanto, que en la indicada fecha se presentó con un ramo de rosas, como de costumbre, y esta vez con dos amigos más. en la residencia del banquero. Pronto apareció y le hicieron saber que no se trataba de una visita, sino de un rapto, y cuando se negó a seguirlos, dispararon sobre él y le dieron muerte. Escaparon y la policía no ha conseguido aún encontrarlos.

Estos son los eslabones recientes de una cadena de asesinatos que han alterado, que están alterando profundamente, la vida política de la República Federal. El anterior fue el asesinato del fiscal general, cuyos autores tampoco pudieron, a lo que parece ser habidos. En sus búsquedas la policía localizó por fin a dos estudiantes que consideraron sospechosos, un muchacho y una joven, en una pequeña ciudad junto a la frontera suiza. Se resistieron a la policía y tomaron con sus pistolas la delantera, con lo que mataron o hirieron a dos agentes y consiguieron ponerse en fuga: se perdieron luego en automóvil y al fin fueron reducidos con nuevo tiroteo, en el que la muchacha resultó levemente herida y el estudiante recibió un disparo que le atravesaba el cerebro. En nuestra pequeña ciudad de Tübingen, a cuyo hospital universitario hubo de ser traído el terrorista herido, se produjo en seguida una conmoción cuando la Fachschaft, lo que podríamos traducir como asamblea de los estudiantes. de teología evangélica, le envió un ramo de flores con la expresión de su simpatía al hospital neurológico, sin que podamos decir si era sarcasmo el envío de otro ramo al policía herido en otra clínica, con un mensaje que no dejaba de sonar ambiguo. El manejo de una confusa democracia «directa» permite considerar legítima representante del estudiantado a una asamblea que no se convoca con ninguna regla ni plazo y que tampoco se basa en representación delegada o elegida. El acuerdo de una asamblea de doce o veinte estudiantes era, según el usus de tan directa democracia, perfectamente válido y representativo y fue en vano que la correspondiente facultad y las autoridades universitarias intentaran explicar lo sucedido y reducir a su significación el mensaje del ramo para el estudiante terrorista herido. Una asamblea de facultad había expresado su simpatía a un terrorista que había hecho por dos veces en una mañana frente a la policía, y que posiblemente tuviera algo que ver con el asesinato a, tiros del fiscal. Pero lo grave es que no se produjo protesta de es tudiantes contra los que habían tomado, por autodesignación, la representación del, estudiantado. La falta de sentido Y tradición parlamentaria es tan grande en Alemania (y ahí sí que pesa sobre los alemanes, como sobre nosotros, una larga falta de costumbre de autogobernarse), que en las elecciones para los representantes en el claustro académico participa generalmente un número muy reducido de estudiantes, a veces un cinco, o apenas un 10%. Y no es apatía, sino el hábito de plegarse a la corriente. Es la atonía, que bien conocemos, del que prefiere que le gobiernen, la misma atonía que se traduce en esos 95 o 99% de los plebiscitos de Franco, de Hitler o de los regímenes socialistas.

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Es ante esa atonía y esa sumisión ante la que Dahrendorf se pregunta por el futuro de Alemania. Los éxitos indudables del régimen democrático- parlamentario.en la República Federal, señala él con razón, son espectaculares: el éxito económico, el respeto a los derechos individuales, el, triunfo en los últimos años de una socialdemocracia que es sin duda capitalista (y no sólo por su alianza electoral con los liberales) y muy moderada, pero que representa en muchos aspectos (y bien lo resiente el muy conservador alemán medio) un avance izquierdista.

Dahrendorf, que conocía personalmente a fondo a las dos más recientes víctimas del terrorismo, Ponto y Schleyer, que habían sido companeros suyos de estudio en la Universidad de Hamburgo, está seguro de la actitud liberal de ambos, de su profunda adhesión, aprendida sobre las ruinas del crepúsculo de los dioses nazis, a la democracia. parlamentaria.

¿Cómo se explica, pues, ese terrorismo, esa minoría de locos, pero con vagas y amplias zonas de simpatía entre los estudiantes que disfrutan de una sociedad de «afluencia» y, «bienestar»? En Alemania no hay obreros anarquistas ni comunistas. Estos últimos son casi imposibles teniendo al lado las alambradas del gran campo de concentración de la República Democrática. La seguridad social, ahora con enormes problemas, sirvió ya en su tiempo de modelo al propio Roosevelt para las reformas en Estados Unidos, y ha reducido a límites realmente bajos la miseria. Parece por las estadísticas que el margen de beneficio del cmpresario alemán es de los más reducidos del mundo.

Pero entre los estudiantes, incluso entre hijos de familias de alta posición económica, prende a menudo la idea revolucionaria. Y no una idea romántica y loca, ni tampoco vocifereante y cínica, encubridora de una vida Viciosa y en el fondo cómoda, sino enloquecida, desesperada, de enfrentamiento con el mundo entero, de declaración de guerra a la sociedad, de guerrilla urbana imitada de países no desarrollados, en las que la división en clases está marcada por la opulencia y la miseria, con servicio doméstico y jornalero explotado. Pero ¿qué sentido tiene la guerrilla en un país industrial sin grandes problemas raciales, con una legislación tributaría y social que, con todas sus imperfecciones, es, dentro de un sistema capitalista de mercado, no sólo un buen repartidor de beneficios, sino un eficiente creador de ellos?

Dahrdorf se pregunta por la íntima inseguridad, confuso remordimiento, que ha llevado a la juventud alemana entregarse a veces a un loco e imposible frenesí revolucionario y que puede amenazar el futuro de la República Federal.

Por nuestra parte reconocemos factores poco claros en esa oscura fermentación, esde la frustración que es el recuerdo de los horrores del hitIerianismo hasta el hecho presente de la división política, con la adscripción de las dos Alemanias al bando norteamericano y al ruso en la gran polémica mundial.

Pero quizá estas consideraciones no agotan el problema. Las últimas noticias parecen acusar que todo este tema, con aspectos tan oscuros como es el suicidio simultáneode los tres más significados terroristas en su prisión, es síntoma de una crisis profunda de los principios mismos de la democracia. Recordemos que la revolución rusa de 1917 expresó una definitiva falta de fe en el pluralismo y en el Parlamento, y que inmediatamente Mussolini aprendió la lección de fuerza de un Gobierno no controlado por el Parlamento ni por la ley. La violencia desesperada de esos anarquistas, el fanatismo con que sus abogados se prestan a burlar, favoreciéndoles más allá de lo permitido, las normas, y plantean así el delicado problema del respeto a las garantías procesales lleva a la policía y a los Gobiernos de los länder alemanes a la tentación de la ira y la dureza.

El clima se vuelve tan inhóspito que ahí tenemos en la prensa las reservas que el socialdemócrata Helmut Schmidt, canciller de la Alemania Federal, ha expuesto al presidente Suárez sobre la colaboración de la minoría comunista en los pactos del Gobierno. Y mientras tanto los socialdemócratas alemanes sufren de graves tensiones, pues, sus elementos jóvenes y progresistas prefieren distanciarse más de los muy conservadores democristianos y menos de los comunistas. Y para aumentar las preocupaciones de quienes estamos convencidos de que no se ha inventado hasta ahora mejor sistema de Gobierno que el democrático-parlamentario, ahí están también las tensiones en la Unión Democristiana Alemana ante las maniobras del derechista Franz Joseph Strauss, jefe supremo del partido de Baviera, que hasta de las cintas magnetofónicas, misteriosamente aparecidas, en las que el asesinado presidente de la patronal Schleyer critica la actitud de los políticos de Bonn, quiere sacar capital político contra todos: no sólo los sociaIdemócratas y los liberales del Gobierno, sino también sus colegas de oposición, Kohl y otros, que él considera demasiado blandos.

El tema de los anarquistas misteriosamente suicidados, en cuyo funeral había más policías que partidarios, nos hace temblar devolviéndonos a lo que pasó una vez, cuando fuimos testigos del abandono de la democracia parlamentaria en las catastróficas circunstancias de desbocados extremismos, que llevaron al poder, en Alemania, a un torbellino de locura que, a los que lo conocimos algo de cerca, aún nos tiene aterrados.

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