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Reportaje:

"A la fuerza por la alegría", ópera-rock sobre la vida de Hitler

Primero fue la ópera Jesucristo Superstar, después Evita, dedicada a la melancólica líder de Argentina, Eva Perón. Ahora comienzan a circular los primeros programas de la primera ópera-rock sobre la figura de Hitler, titulada A la fuerza por la alegría. Esta obra, cuya grabación está a punto de lanzarse al mercado, es otro exponente más de la oleada hitleriana -aunque presente al Fürer como un ser poseído por el demonio- que se ha abierto camino en múltiples frentes: libros, películas, insignias. Paralelamente, y mientras Kappler, acusado de asesinar a italianos en masa durante la segunda guerra mundial, se recupera en la República Federal de Alemania de su fuga de Italia, en el país germano se vuelve a leer Mein Kampf.

A la fuerza por la alegría. Vida sana, turismo de masas, folklore, fuegos de campamento y chicas monas, rubias para más señas, muchachos rubios «alumbrados» por una serie dad casi mística. Aquella «obra social» del que, según Hitler, habría de convertirse en el «imperio de los mil años» vuelve a despertar como añoranza de un bienestar que sólo cortó la pérdida de la segunda guerra mundial. En plena «ola Hitler», la República Federal de Alemania trata ahora de asimilar su pasado tras un período de 37 años en el que un artículo del Código Penal, el temor al «ser mal vistos» y el silencio oficial sobre el pasado habían convertido a este país en un enfermo de amnesia.Sin embargo, la amnesia empieza a cobrar caracteres alarmantes. El «enfermo» tan sólo era un paciente a lo Moliére: un enfermo imaginario. Por fuerza de la costumbre, el artículo 86-a del Código Penal ha quedado prácticamente sin efecto: «Quien exhiba en público signos de una organización nacionalsocialista será condenado a una pena de por lo menos tres años de cárcel. Bajo signos se entiende banderas, distintivos, uniformes o parte de ellos, lemas o saludos brazo en alto.»

Hace cuatro años, la fuerza de la ley empezó a decaer cuando el editor de Hamburgo John Jahr publicó su serie de fascículos sobre el III Reich. La colección terminó por quedarse en una historia más de coleccionables sobre la segunda guerra mundial, por presiones de la opinión pública que no conectaba con la orientación de la obra. La versión española apareció con los artículos que se retiraron de la edición alemana contando con que «lo que era reaccionario en Alemania era progresista en la España de 1972». Sin embargo, la propaganda impresa para España -orífIamas con la cruz gamada en el centro- fue destruida en Madrid y Barcelona al aparecer en algunos quioscos. Desde entonces hasta ahora las cosas han cambiado sensiblemente en Alemania Federal.

El historiador Joachim C. Fest, escritor concienzudo e investigador exhaustivo, quien aportó otro paso, primero con su biografía de Hitler en dos tornos, y luego, con el documental Hitler, una carrera, que mereció en Berlín, a raíz del último festival, el homenaje de los botes de pintura roja de la izquierda y el comedido beneplácito de la derecha abierta a un regreso a los tiempos que reflejaba el escritor. Comentario de un espectador: «Pues no me imaginaba que Hitler fue tan humano, a pesar de haber perdido una guerra.» Dos conservadores, John Jahr y Fest, han abierto el camino. Ninguno de ellos es nazi ni fascista. Sólo expertos en el negocio editorial. El primero ha logrado comprar la mitad de las acciones del semanario Der Spiegel y posee el 25 % del consorcio Bertelsmann, que edita el semanario Stern, entre otras revistas influyentes. Hitler es para él un negocio. Como negocio, Jahr ha distribuido a manos llenas distintivos y emblemas nazis... que ayudarían a vender sus libros y folletos. En 1932 hubo un precedente: Alfred Hugenberg, que no era nazi, sino editor, hasta que en 1933 apareció la primera ola Hitler con caracteres parecidos a los de ahora, y gracias a la producción de Alfred Hugenberd, que, insistimos, no era nazi, aunque luego sí lo fue por razones de negocios. Como ahora, una crisis económica impulsó al editor a lanzar una campaña «comercial» a la búsqueda de un hombre que fuese el salvador de Alemania o, lo que es lo mismo, quien dotase a los grandes consorcios de suficiente estabilidad social.

Oleada hitleriana

Treinta años después, la oleada hitleriana se presenta en múltiples frentes. Las encuestas disimulan sólo un 20 %, como mucho, considera que un Hitler solucionaría de una vez por todas la inestabilidad interior que padece la República Federal de Alemana.En la escuela -va a aparecer este año un libro-encuesta- Hitler ha aparecido de repente como el perfecto en la clase de un colegio de jesuitas: los alumnos estaban desprevenidos y algunos han reflejado lo que se habla en sus familias. Para uno de los jóvenes estudiantes, «Hitler perdió la primera guerra mundial, pero ganó la segunda» (no da razón de su repentina desaparición de, la esfera pública). Para otro, «fue el lugarteniente de Bismarck y ahora se encuentra detenido en la República Democrática Alemana» (tampoco aduce motivos). Para otro, finalmente, «Hitler fue democristiano».

El sonido tampoco es ajeno a la Figura de quien creó la gran exposición de la radio en Berlín, que aún subsiste ampliada a todos los medios audiovisuales. John Jahr lanzó al mercado no hace mucho, una serie de discos titulada automáticamente Un pueblo, un Reich, un Führer. Por entonces aparecieron en las pantallas cintas como Portero de noche, Adolf y Marle y Quick..., y Hitler, una carrera.

A la fuerza por la alegría. El diario de masas editado por Springer enviaba no hace mucho un ramo de flores a Kappler, acusado de asesinar italianos en masa durannte su jefatura de las SS en Roma, ya comienzan a circular los primeros programas de la primera ópera rock sobre la figura del Führer. Mientras tanto, cualquiera puede adquirir ya la obra cumbre del dictador, Mein Kampf; a través del diario conservador Franfurter Allgemeine Zeitung se anuncia para este otoño el estreno del musical EI Führer, de Lothar Siems, en ritmo rock.

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