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Europa: el común denominador

Las simplificaciones corren el riesgo de no reflejar la verdad cuando son exageradas, pero no sería posible entender la perspectiva de un problema político sin elevarse alguna vez a la síntesis simplificadora. Para resumir la Europa de hoy, es preciso recurrir al común. denominador de su vida pública, al consenso, mínimo de su filosofía política, al tronco básico de sus instituciones representativas y al ámbito o clima predominante en la convivencia general. La Europa de hoy es una gran comunidad de naciones democráticas cuyos cimientos se llaman soberanía popular, sufragio universal, pluralidad ideológica, libre acceso al poder por la vía legal abierto a todas las alternativas, y respeto y protección de las libertades civiles de la persona humana. Desde 1945, fecha en que se acaba la segunda guerra mundial, hasta el momento presente, el proceso democratizador de la sociedad política europea no ha tenido sino un continuo sentido de avance en tal dirección, sin que los frenos, inconvenientes y obstáculos habidos hayan logrado entidad suficiente, a lo largo de estos 32 años, para impedir aquel progreso.La verdad es que en el decenio de los años treinta, el sistema democrático de gobierno había perdido prestigio, arraigo en la masa y autoridad en todos los campos. Imposibilitado de resolver por sí solo los grandes aspectos de la crisis económica de 1929, rota la estabilidad del poder y la actuación de los gobiernos por la irresponsabilidad parlamentaria y la atomización de los partidos; incapaz de crear unos ideales populares abiertos a las nuevas generaciones, hay que reconocer -como escribía André Fontaine- que las instituciones democráticas europeas se hallaban en grave trance de desaparecer por consunción patológica interna, hacia 1939, cuando fueron atacadas, ideológicamente, a la vez que militarmente, por los poderes del eje germano-italiano y sus satélites europeos.

El desenlace de la guerra de 1939-1945 supuso no solo la derrota de los ejércitos del fascismo, sino también el repudio de aquella doctrina, en beneficio de la. filosofía democrática de gobierno por parte de los vencedores occidentales. El hecho de encontrarse como aliado decisivo en el bando victorioso la Unión Soviética, con su totalitarismo dogmático, no impidió la identificación de los triunfadores angloamericanos con los ideales de la democracia y la incorporación dialéctica de esos ideales a la guerra fría que iba a iniciarse seguidamente contra el aliado de la víspera, amenazante e implacable en la instalación de su poder autoritario, más allá del telón de acero.

Conviene recordar estos hechos para analizar el proceso de la renovación del pensamiento democrático como mínimo común denominador de la Europa occidental. Los vencedores no sólo consolidaban sus instituciones apoyadas en la voluntad popular sino que las imponían a los vencidos. Alemania occidental fue !eincorporada poco a poco al ejercicio de la vida democrática, partidista, parlamentaria, democristiana, socialista y liberal, mientras la ayuda americana se vertía generosa en la puesta en marcha de la productividád industrial germana, asombrosa en su disciplinada resurrección. Italia se convirtió en democracia parlamentaria. El general De Gaulle no cayó en la tentación que sus lecturas políticas de juventud quizá le aconsejaban y restauró la Cuarta República, aun a sabiendas de que la estructura funcional de la misma sería incapaz de regir las crisis venideras. Quedaron solamente en el ámbito dictatorial España y Portugal, aferradas a sus regímenes personales, si bien el Gobierno de Lisboa fue admitido en la Alianza Atlántica por carecer de las hipotecas que el franquismo llevaba consigo y también por mantener «relaciones especiales» seculares con el Reino Unido.

Las dos grandes construcciones europeas de la posguerra, la, NATO y la CEE, mantuvieron ese frente común en sus principios informadores. La Alianza, con menor riesgo doctrinal que los países del Tratado de Roma. Quizá fuera la presencia decisiva de Estados Unidos en la alianza militar lo que motivara ese matiz, en época como aquella, en que la política de Foster Dulles, con su cerco implacable a Rusia y su doctrina de la represalia potencial masiva, se apoyaba en el pragmatismo estratégico y hacia pactos con dictadores asláticos o suramericanos sin ocuparse demasiado de su virginidad democrática. La España de Franco pudo así llegar a los acuerdos ejecutivos de 1953, y a partir de esas fechas, manifestarse en Washington, Congreso y Senado, por «unanimous consent», en cuatro o cinco ocasiones, en los años sucesivos, en favor de la entrada de España en la Alianza Atlántica.

Así, pues, el proceso de unificación comercial, aduanera, conomica y social del Occidente se puso en marcha sobre la falsedad del régimen democrático aceptado ya, como un eje de referencia obligado que casi no es preciso recordar entre los antiguos socios fundadores. Solamente se extiende la amistosa advertencia a los Gobiernos antidemocráticos de Lisboa y Madrid, a los que se une más tarde Grecia, al convertirse su Gobierno en dictadura militar en 1967.

En abril de 1974 desaparece el caetanismo salazarista en Portugal. En julio de 1974 cae la dictadura griega y vuelve Karamanlis al poder con un Gobierno democrático. En noviembre de 1975 termina en Europa la dictadura franquista y empieza el reinado de Juan Carlos I. Se ha vuelto a establecer la homogeneidad de los sistemas democráticos en la Europa occidental, aunque los procesos de normalización hacia ese tipo de régimen no hayan llevado el mismo ritmo en Grecia, en Portugal y en España. Pero lo cierto es que han desaparecido los factores de heterogeneidad política y que tanto en el tema de la ampli ación de la Comunidad, como en el futuro Parlamento Europeo elegido por el voto popular, habrá una presencia de los tres pueblos que salieron del ámbito de los gobiernos personales hacia formas institucionales de representación, sufragio, libertades, alternativas de poder, y en definitiva, Estado de derecho.

Un paréntesis breve: se empieza a decir -como en los años tecnocráticos- que esta homogeneidad democrática requerida para ingresar en la CEE no era el obstáculo que se oponía a la aspiración española manifestada va en 1962, en el «memorándum-carta» del ministro Castiella. Que eran. por el contrario, las dificultades económicas y las rivalidades comerciales de algunas naciones las que utilizaban el argumento político como freno a la adhesión y subsiguiente incorporación de España al MC. Las cosas eran, sin embargo, de otra manera. Mientras no desapareciera la dictadura franquista, y se abriera el camino a la democracia, la negociación de ingreso no era simplemente posible. Ahora esa negociación va a comenzar. Que contenga dentro de sí inconvenientes y plazos muy largos, es seguro. Que, dados los años transcurridos desde 1962, han surgido otras circunstancias desfavorables para esa tramitación, es muy posible. Que la gravedad de la crisis económica general complique aún más la gestión, puede anticiparse. Pero ¿quién es en definitiva responsable de que se haya perdido quince años en iniciar el diálogo por no haber alcanzado todavía España el nivel del común denominador a los países que constituyen la Comunidad?

El basamento democrático europeo no presupone, evidentemente, que los problemas políticos hayan desaparecido en el seno del occidente continental.

La democracia es un ámbito jurídico de convivencia pública. No una panacea milagrosa para evitar conflictos. Tensiones y luchas, contradicciones y riesgos llenan el panorama cotidiano de la Europa de hoy. El terrorismo anarquista o marginal de la izquierda activista, el irresuelto nacionalismo teñido de religiosidad diferencial del Ulster; los brotes del irredentismo regional lingüístico de Córcega, Flandes el Alto Adigio. Las residuales pero larvadas formaciones fascistas que proclaman la violencia y el racismo discriminatorio, son otros tantos focos de perturbación grave para el buen funcionamiento del sistema predominante. Las libertades civiles se ven amenazadas por quienes aprovechan su vigencia para, en último término, acabar con ellas. El Estado democrático tiene que optar constantemente entre la obligada limitación de su uso por parte de la ciudadanía o el inevitable naufragio de las mismas si no se pone coto a su ejercicio abusivo. Pero en lo esencial, existe enorme consenso entre las poblaciones de Europa en el sentido de mantener en la vida pública instituciones plenariamente de mocráticas. No es la menor de las razones de la aparición de las nuevas formulaciones «eurocomunistas» en la Europa occidental, y concretamente en Francia e Italia, donde los partidos comunistas son especialmente poderosos, el ccinvencimiento de sus dirigentes de que no hay otra manera de salir del ghetto oposicionista hacia la alternancia compartida del poder, sino arrojando por la borda el lastre doctrinal del totalitarismo dogmático de una Iglesia moribunda, aceptando el libre juego de unas instituciones que con sus inevitables limitacio nes y defectos inherentes a, la condición humana no son com parables, a lo que del Oder-Neis se hacia el Este se ofrece como modelo de convivencia política en tiempos de paz.

Y ¿cuáles son, en conciso resumen los elementos que integran el mosaico democrático de los pueblos de la Europa occidental además de los principios doctrinales? En primer lugar, la opinión pública, como punto de referencia permanente, a la que se deben gobernantes, líderes, partidos y sindicatos. En segundo término, la información abierta, plenaria, sin más fronteras que el respeto a la personalidad íntima na y a la veracidad de los hechos. En tercer puesto, la conciencia crítica que permite relevar de un modo constante los aspectos más insinceros del sistema por otros más auténticos y evitar la corro sión o la «perversion de la democracia» -como la llama Duhamel- por la manipulación de los medios de comunicación. Así se va transformando sin cesar la sociedad de Occidente, democrática y liberal, ensayando nuevas formas de convivencia más adecuadas al vertiginoso cambio que imponen en sus estructuras el avance de la ciencia combinado con el arrollador empuje de la tecnología.

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