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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El duque de Cádiz y la Familia Real

En la entrevista con el duque de Cádiz publicada en EL PAIS el 3 de julio, me ha sorprendido la ambigüedad que don Alfonso de Borbón Dampierre despliega al referirse a su posición dinástica. Así, por ejemplo, cuando afirma: «Yo estoy dentro de la Familia Real»; ó bien: «Pensando en la responsabilidad que tengo de pertenecer a la Familia Real y, por tanto, de poner por encima de todo la salvaguarda de un futuro monárquico ... », etcétera. Esta me parece una postura sumamente equívoca y tendenciosa que puede inducir a confusión, cuando, en realidad, la situación de don Alfonso de Borbón Dampierre, bajo un punto de vista exclusivamente dinástico de la Casa Real española, está clara.En efecto, ni el duque de Cádiz ni su hermano don Gonzalo son miembros de la familia real española, ni jamás han sido reconocidos como tales por ninguno de los jefes de la Casa Real de España. Y su mismo padre, el finado infante don Jaime de Borbón y Battenberg, así lo reconoció en formal documento enviado en 1945 a su hermano, el conde de Barcelona, en el que expresaba: «Precisamente para evitar toda posibilidad de futuras discusiones en cuanto a la indiscutibilidad del orden sucesorio, base fundamental de la legítima monarquía, cuando me decidí a contraer matrimonio, con posterioridad a la renuncia que por mí y por mis descendientes había hecho a los derechos que me correspondían a la Corona de España, elegí mi esposa fuera del círculo de las familias reales, condición indispensable, según las seculares leyes de nuestra patria y casa, para que nuestros descendientes pue dan intentar reivindicar derecho alguno como tales personas reales. »

A este respecto conviene también considerar que, habiéndose efectuado la renuncia de don Jaime al trono de España cuando todavía se hallaba soltero, mediando casi dos años hasta el día de su matrimonio morganático con doña Manuela Dampierre, dicha renuncia fue válida a todos los efectos posteriores y no causó perjuicio alguno a terceros. Es decir, el duque de Cádiz -agraciado después de su boda con el tratamiento de alteza real para él, su esposa y descendientes directos por el general Franco- y su hermano don Gonzalo de Borbón Dampierre no han sido, por tanto, desposeídos del eventual derecho dinástico de poder reinar en España, sino que sencillamente, nacieron ya sin él. En el mismo caso se encuentran los nietos del rey Alfonso XIII, hijos de las infantas doña Beatriz y doña María Cristina, casadas morganáticamente con el príncipe Torlonia y el conde Marone, respectivamente, y que antes de sus enlaces efectuaron ambás, también, explícitas renuncias a su eventual sucesión dinástica.

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Asimismo quisiera llamar la atención sobre un aspecto enturbiado con excesiva frecuencia por la ignorancia o el equívoco. Es el siguiente: hay que distinguir, aunque parezcan sinónimos, los dos conceptos de «familia real» y «familia del rey», El primero denota a las personas que, con arreglo a la práctica constante de cada dinastía, tienen derecho más o menos eventual a la sucesión en una monarqpía hereditaria. El segundo, mucho más amplio, comprende a quienes están unidos por vínculos de sangre con el soberano.

Naturalmente, un miembro de dinastía excluido de la sucesión es pariente del Rey, pero no forma parte de la familia real.

Está claro que, desde un punto de vists estrictamente dinástico, tanto don Alfonso de Borbón como su hermano don Gonzalo, como consecuencia de la renuncia de su padre nacieron fuera de la familia real española y, por consiguiente, nunca han formado parte de ella.

De no ser así; es decir, si los hermanos Borbón Dampierre estuvieran legítimamente integrados en nuestra familia real, la jefatura de la Casa de España correspondería en puro derecho dinástico a don Alfonso de Borbón Dampierre. Pero éste no es el caso y ello, precisamente, corno consecuencia de la mencionada renuncia del infante don Jaime; renuncia de cuyas consecuencias, sin embargo, don Alfonso dice a EL PAIS que «prefiere no hablar»... Cuando, en realidad lo más conveniente seria que el duque de Cádiz se pronunciase sobre esta cuestión de una manera clara y definitiva, para que de una vez sepan a qué atenerse quienes se toman el trabajo de seguir sus variadas manifestaciones.

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