El voto para el Senado, tan importante como el del Congreso
A doce días de las elecciones, la campaña electoral para el Congreso se encuentra en pleno apogeo, especialmente por parte de la izquierda. No ocurre lo mismo en lo que se refiere a la campaña para el Senado, desvaída y escasamente activa en todas las opciones, aunque en Madrid se ha animado algo en los últimos días.
Para participar en las próximas elecciones no bastará votar a un partido o coalición para el Congreso; será obligatorio depositar también el voto para el Senado, sin que el grado de información y propaganda en torno a este hecho iguale a aquél. Por otra parte, el voto para el Senado no es algo que deba tomarse como cuestión secundaria, porque la función asignada a esta Cámara puede resultar muy importante a la hora de las grandes decisiones. Por ejemplo, una reforma constitucional -que casi todas las opciones defienden en su programa electoral- exige la aprobación conjunta del Congreso y el Senado.Dos factores contribuyen a este olvido del Senado. Uno de ellos es de naturaleza técnica: resulta difícil montar campañas separadas para el Congreso, y unificadas para el Senado, ya que en este último caso se han visto obligadas a aliarse opciones que en la campaña por el Congreso actúan por separado. El segundo factor tiene una naturaleza específicamente política: ninguno de los jefes de fila de las diferentes opciones se presenta candidato al Senado, y este dato influye mucho a la hora de crear una dinámica preelectoral hacia las diferentes candidaturas.
Por otra parte, es de temer un desconocimiento bastante grande del electorado a la hora de emitir su voto para el Senado, no ya por la dificultad de identificar aquellos candidatos que más se aproximen a la opción elegida para el Congreso -ya que se les va a incluir a todos por orden alfabético en una misma papeleta-, sino por la difícil comprensión que tendrá, a la hora de la votación, el hecho de utilizar sistema diferente para el Congreso y para el Senado.
En el primer caso -Congreso- se trata de depositar en la urna la papeleta de una sola candidatura, tal y como venga impresa, sin tachar ningún nombre ni añadir los de otras candidaturas; es decir, el trabajo del elector, en el caso del Congreso, se limita a elegir una entre las diferentes opciones, con todos los candidatos que contenga. En el caso del Senado, por el contrario, se trata de elegir tres nombres entre todos los que hayan presentado las diferentes candidaturas; el trabajo del elector consiste en localizar a sus tres candidatos preferidos, sin que éstos tengan que pertenecer necesariamente a una misma candidatura.
En la soledad de una cabina electoral, y ante las diversas series de papeletas, más de un elector va a experimentar sudores fríos a la hora de seleccionar, sin equivocaciones, las dos que han de materializar su voto.
Por lo que se refiere a los resultados de la votación para el Senado, su comprensión es muy sencilla: en cada circunscripción resultarán ganadores los cuatro candidatos que más votos hayan obtenido (excepto en Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla, donde las respectivas circunscripciones eligen menos de cuatro senadores). El significado de este sencillo sistema es bastante más sutil: consagra la desigualdad del voto de los españoles, ya que cuatro millones y medio de barceloneses -por ejemplo- tienen derecho al mismo número de senadores que poco másde 100.000 sorianos, con lo que ésto puede significar de mayor o menor facilidad para las opciones implantadas en cada sector. Pero ésto ya no tiene remedio, aunque introduce evidentes motivos de inquietud de cara a un presunto proceso constituyente.
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