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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La juventud afirma y niega

Las juventudes de todo el mundo tienen una forma común de interpretar la existencia humana en su versión política, cultural, económica, religiosa, moral, del significado y carácter de la sexualidad, de las formas y hábitos de vida, etcétera. Incuestionablemente se descubre una verdadera filiación generacional, como si al convertirse en hombres y mujeres los nacidos en estos últimos veinticinco años viniesen dotados de una nueva sensibilidad que el ambiente histórico que le recibe se la hubiese conformado.El porqué de este hecho no tiene una fácil respuesta, y quizá podríamos, con Pascal, decir que a veces hay razones del corazón que la razón ignora.

En el mundo existen hoy mil millones de jóvenes de menos de veinticinco años, de los cuales, doscientos millones hay en Europa y Estados Unidos y novecientos millones en los países en proceso de desarrollo.

En nuestra sociedad posindustrial y tecnoelectrónica, aunque se configura como una sociedad de masas, se advierte la existencia de distintos niveles y estratificaciones que configuran plurales grupos humanos y que dan una estructuralidad al ambiente histórico que vivimos de sólida realidad.

Los jóvenes, sólo por su condición cronobiológica de forma explícita testimonian su propósito de desvincularse de todo lo que es pasado y de todo valor y fuerza vigente que tenga sus raíces ahincadas en el presente.

Sería un error creer que las juventudes de hoy, por un proceso de frustración y de desencanto por difícil adaptabilidad, adoptan el inconformismo, una posición nihilista; ni siquiera se descubre en los jóvenes ese estado psicológico que nuestro Unamuno llamó «nadismo», y que no representa una actitud polar de vivir entre cero o el infinito, y optar entre el Alfa y Omega de una existencia en la que no hay otra alternativa que elegir entre ser «César o nada».

Un potente propósito de no perder nadie su identidad personal también se descubre hoy, pero el joven conjuga su afán de individualidad con un irrefrenable anhelo en formar parte de la comunidad y vivir con ella y en ella.

Algo rechazan nuestros jóvenes en todos los países, y es la figura del enemigo, ese invento de las sociedades decadentes para liberarse de la angustia que produce la frustración y para no tener que desarrollar el necesario coraje que exige toda autoafirmación. El enemigo nos disculpa a cada uno de que no nos preguntemos qué debemos y qué tenemos que hacer en cada caso, cuál es nuestro sentir ante toda situación, sea política, cultural, económica, religiosa, moral, etcétera.

Los jóvenes actuales, sí sienten la necesidad de «tener amigos» y han aprendido, no sabemos dónde, que no se puede concebir una vida plena sin crear esa preciosa calidad que brota de la relación humana, que es la amistad. El corazón de nuestros jóvenes no late, y su sensibilidad no sabe sentir sin contar con los amigos.

Buscando la amistad, los jóvenes rompen fronteras raciales, de clases, económicas, culturales, de costumbres, y todos los movimientos de los campus universitarios de estos últimos veinte años se desarrollan bajo una bóveda celeste que proyecta sobre los jóvenes el sentido de la fraternidad y la amistad.

Los jóvenes rechazan al enemigo necesario, y a pesar del martilleo con que los medios audiovisuales siguen golpeando a la sociedad para crear la figura del «enemigo necesario», nuestros jóvenes son refractarios a ser seducidos por estos mensajes.

Los jóvenes saben que el hombre posee pulsiones. Por ello repudian la violencia, que es la imagen negra de la agresividad.

El joven tolera al sabio si no es arrogante, y no considera la compasión, como quería Nietzche, como una cualidad de los esclavos. Lo que desprecia es la cólera, la pereza y la letargia paralizante, la apatía, la falta de beligerancia en la defensa de una tesis determinada, siempre que ésta vaya acompañada de la tolerancia.

Las culturas orientales y cierto brote irregular para vivir la existencia a través de estados psicoemotivos que provocan drogas, han sido, al comienzo de este movimiento de nuestra juventud, el torpor de todo proceso que comienza, que sabe dónde quiere llegar, pero no conoce cómo ha de llegar.

Hoy están los jóvenes buscando dentro del Cristianismo la versión de los Evangelios en el arameo occidental con que se expresó el Rabí, pues quieren la palabra, quieren la historicidad y no la simbología. Buscan una, nueva relación segura con Dios Padre.

Si hay teólogos católicos y protestantes que escriben una teología política, es porque desde el lado religioso se advierte que la miseria, la opresión, la alienación, da lugar siempre a un -producto de malas condiciones. Véase si no, los trabajos de K. Rahner, J. Moltinann, J. B. Metz, A. Alvarez-Bolado, los cuales aluden a Esquilo cuando dijo que «en la esclavitud pierde el hombre la mitad de su virtud, y en la libertad gana el hombre la mitad de su virtud ».

Si estudian el zen es porque buscan con la reflexión y el sosiego un método para caminar hacia sí mismo y evitar que su «yo » se lo rompa la sociedad tecnológica, ya que conocen bien que el ambiente esquizofrénico de la sociedad actual nace del «yo» escindido, que no cura ningún psicodrama y menos buscando un deterger emotivo con puros y ordenados movimientos físicos como ahora se propugna.

Los helenos, cuatrocientos años antes de nuestra era, por la voz de Pericles, sabían que los hombres deben ser honrados por su mérito, y que el más pobre, bajo y oscuro ciudadano tiene abierta la carrera pública si con ella puede servir a la ciudad. Pero a nuestros jóvenes les seduce, Aún más, conocer que si aspiramos a la libertad en la vida pública tampoco podemos carecer de libertad en nuestros asuntos privados. Si en el siglo XVIII y en la Revolución Francesa se habló de fraternidad y de igualdad, nuestros jóvenes saben lo que sucedió a Don Quijote cuando cabalgaba con un mal jamelgo y una celada de cartón, y, sin desconfiar del hombre de buena conciencia, buscan siempre el mérito en donde se encuentre y valoran al que habla de sacrificios por los demás cuando éste se ha producido y realizado y no creen en ninguna virtud heroica que es declamada.

Como rechazan a aquellos maestros que transmiten sólo sabiduría aprendida, pero que no les enseña a buscar el conocer lo que no saben.

Saben que el hombre inteligente, sólo por serlo, no es un valor positivo para la vida social, porque puede intentar manipular a los demás o su inteligencia ser instrumentada por otros poderes y no servir con fidelidad al interés de la sociedad humana. No tienen idolatría por el hombre inteligente como por las sociedades que crean un constante deseo de posesión de cosas inútiles y que abren necesidades permanentes en los ciudadanos, que al final terminan agotadas por no tener capacidad para usar más cosas. Respetan al que cree en la dialéctica de la historia, igual que. al metafisico y al que tiene fe en un mundo trascendente, en una escatología, en una existencia que está más allá de la adscrita a la vida biológica.

El «éxito» y el «bienestar» no son sus metas. Les importa el mérito y no la fama, y en la sociedad valen los significados económicos y culturales al servicio de la comunidad, no los que benefician a un grupo o a la individualidad.

Ya hace años, nuestro Ortega, al estudiar a Andalucía y ver en el olivo bético el símbolo de la paz y descubrir en ella una cultura antigua llena de valores humanos, evocó a la cultura china, milenaria, que prefiere el abanico a la espada. Esta comprensión de que en lugares de geografía tan distante se desarrollen culturas durante centenares de siglos para informar a un tipo de existencía, creados de valores estéticos y morales, sin lucha fratricida, sin necesitar la imagen del enemigo para actuar, es un fondo, un suelo que podía unirse al que eligen y construyen las generaciones nuevas desinteresadas y enfrentadas con el «ego», buscando los principios de la comunidad.

Lo que en los grupos de jóvenes de uno y otro sexo que viven en comunidad se vive experiencialmente no puede ser interpretado a través de una óptica cuyas lentes estén construidas con los materiales de una moral convencional, como tampoco con los de una clínica moral de situación; es necesario esperar, tener paciencia e ir reconociendo la nueva faz que la Humanidad ofrece en el actual momento histórico que, sin duda, será el perfil psicológico, caracterológico, relacional y humano del futuro que ya viene, que ya casi está aquí.

Los jóvenes afirman y niegan, pero no están dispuestos a seguir los surcos que en océano del tiempo ha ido trazando el barco de la historia que pasa. El hombre de hoy no vive de las experiencias de las civilizaciones que la Humanidad vivió hace decenas de miles de años y es error creer que la historia de ayer ha sido el motivo de alcanzar lameta que hemos conseguido.

El hombre irreductiblemente se repite como categoría personal por su conciencia, por su responsabilidad y por su inteligencia, pero ninguna experiencia vuelve y las invariancias históricas son sólo aparentes.

La imagen antropológica que proyectamos para comprender la historia identificándola con ella no resulta ser verdadera más que en una historiografía, pero no en el hondo significado que lleva el proceso histórico en todos los ciclos que las civilizaciones han configurado.

Ni el hombre, ni la Humanidad, ni los pueblos con identidad están condenados por ningún argumento a destinos fatales.

La Providencia, con un mistenoso ritmo, cambia la vida social en todos sus significados y sentidos y son los jóvenes los que entonces dictan a los viejos lo que ha de durar y lo que tiene que desaparecer.

Por eso afirman y niegan.

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