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Interés por las corridas falleras y declive de la Feria de julio

En las plazas de Alicante y Benidorm, decíamos (ver EL PAIS del pasado día 20), que controla la fírma Alegre y Puchades, S. L., pero donde en realidad participan, con los herederos de estos empresarios, José Barceló y la empresa Nueva Plaza de Toros de Madrid, S. A., en la temporada 1976 disminuyó la asistencia de público por el descenso de turismo.

Son los dos cosos importantes de la provincia, porque en el resto la fuerza de la afición es muy relativa. En la plaza de Ondara también se ha notado el descenso del turismo. Es propiedad del Ayuntamiento, que tiene fijado el canon de arrendamiento en 225.000 pesetas. Se hizo cargo de ella Emilio Miranda, que sólo dio dos corridas, y la cedió para otras dos a Eduardo Lozano, el cual había montado el maratón de Palomo del mes de agosto, en el que debía torear las 31 tardes -suponemos que con objetivos publicitarios más que otra cosa-, y la necesitaba para cubrir dos fechas que no pudo contratar en ningún otro sitio. En las corridas que orga nizó Lozano hubo toreros que apodera Miranda, y en las de Miranda, toreros que apodera Lozano. Y no fue bien el negocio, salvo en la que se dio el 13 de agosto, con Palomo, Curro Vázquez y Edgar Peñaherrera en el cartel, no tanto por el tirón de estos diestros como por coincidir con fecha de máxima incidencia turística.

En Orihuela se montó una corrida, organizada pcir Manolo Lozano, y otra en Villena, plaza que es propiedad del fabricante de calzados Manuel Reig, el cual, por un porcentaje de taquilla, la tiene cedida a Victoriano Valencia. En ambos casos los resultados económicos no pasaron de deficientes.

Ya explicamos cómo la empresa de Madrid había constituido sociedad con Alegre, y Puchades, posiblemente para, entrar más o menos enmascarada en la subasta de la plaza de Valencia, que explota desde 1964, y que es propiedad de la Diputación, con cuya entidad finaliza el contrato de arrendamiento en 1978.

Tiene esta empresa muy mal ambiente entre los aficionados valencianos, por radicales desacuerdos con el montaje de las corridas. La feria de julio última transcurrió en un puro escándalo. La presión de estas opiniones se da por seguro que influirá en la Diputación para rechazar las ofertas de Madrid, y su finta es ir arropada con Alegre y Puchades, que tiene más pre stigio, aunque la empresa que verdaderamente añoran los valencianos es la formada por Jiménez Blanco y Miranda, que llevó la plaza desde 1961 a 1964 a satisfacción de todos.

Rentabilidad

El interés de la empresa de Madrid por la plaza de Valencia es, por su clara rentabilidad, que producen no sólo dos ferias, sino también los espectáculos nocturnos, frecuentemente extrataurinos, de gran raigambre allí, y para los que el coso es marco ideal por su aforo y porque se encuentra en la calle de Játiva, que es una de las vías más concurridas de la ciudad.

El contrato de arrendamiento entre la Diputación y Madrid finalizaba en 1968, pero se renovó para diez años, merced al compromiso por parte de esta empresa de construir la Venta del Saler, el cual no ha cumplido hasta la fecha, más un canon de arrendamiento de nueve millones de pesetas. Se pretendía que en la Venta, además de diversos,servicios, habría corraletas, al estilo de la madrileña Venta del Batán, para exponer los toros de las ferias, pero los empresarios han preferido mantener la popular desencajonada, en el ruedo, que tiene éxito seguro de público y deja unos beneficios superiores a los dos millones de pesetas.

La gerencia en Valencia la osten ta Alberto Alonso Belmonte, a quien se ve poco por la ciudad, pues dedica -dicen los taurinos locales- más tiempo a otras ocupaciones, con preferencia las de apoderamiento (José Mari Manzanares), y esta es otra de las quejas de la afición.

En 1976 se dieron en la capital quince corridas de toros, once novilladas picadas y seis festejos menores. Las novilladas tuvieron mal resultado económico. Entre las cerridas, las de Fallas dejaron mucho dinero, y las de la feria de julio, bastante menos, principalmente porque ésta apenas tiene arraigo, a pesar de sus muchos años de antigüedad. Es lógico: en julio el calor es muy intenso en Valencia; los hortelanos ya no acuden a la ciudad als bous como era tradicional, sino que, por el contrario, son los habitantes de la ciudad quienes acuden al campo y a las playas. Cada vez está más extendida la opinión de que esta feria de julio debiera trasladarse a mayo para hacerla coincidir con la Feria del Mueble, que concentra en Valencia muchísima gente, hasta el punto de que en estas fechas -como ocurre en Fallas- son insuficientes todas las plazas hoteleras. Pero la empresa de Madrid no parece dispuesta a acoger este tipo de ideas.

En Játiva y Utiel hubo dos corridas de feria en 1976, y en las cuatro perdió dinero Emilio Miranda. Tampoco fueron bien las que organizó Vicente Blanquer, El Gallo, en Requena.

En este primer resumen de la temporada no incluímos festejos menores, que tendrán su comentario próximamente, pero conviene hablar aquí de la feria de Algemesí, por su importancia, ya que ofrece numerosas novilladas con picadores -nueve en 1976, seguidas-, con gran éxito de público. Pero no es exactamente por afición. El Ayuntamiento monta una plaza rectangular y la subasta a las numerosas peñas locales por carafales, que son sectores de tendido de cuatro o cinco metros. Los carafaleros venden a su vez, entre familiares y amigos, las localidades correspondientes, al precio que más les convenga, y así se da el caso de que en un carafal los espectadores pagaron 75 pesetas por entrada, y los de al lado, el doble; pero no hay problemas, porque todo el mundo sabe que los carafaleros han de obtener buenos márgenes para costearse fiesta y merienda. Los llenos son rebosantes durante toda la feria, y, naturalmente, se siguen con atención las incidencias de las novilladas, pero aún es mayor la alegría y la pasión que se pone en los gritos y en los cánticos.

Pulso sostenido

El pulso de la afición valenciana es sostenido -quizá un poco apagado también- porque no estamos en época de buenos y numerosos toreros de la tierra, como hubo en etapas anteriores. Ricardo de Fabra, treinta y un años y 9 de alternativa, sólo toreó seis corridas en la temporada. Es un diestro interesante, valiente ante el toro íntegro, y con una de las mejores cuadrillas de la actualidad. Valencia, curiosamente, siempre dio excelentes subalternos, y entre los mejores están los banderilleros Capilla y Honrubia y el picador Mocholi, que actúan a las órdenes de Fabra. Se tiene por valenciano al albacetense Julián García, treinta años y seis de alternativa, protegido de la empresa de Madrid durante años -hasta que su directo mentor, abogado de la sociedad, falleció-, y sin más relieves por el momento que el tremendismo y cierta propensión al toreo bufo. Sumó cinco actuaciones. También pasa por valenciano Copetillo -que es de Jaén-, el cual sólo actuó durante 1976 el día de su alternativa. Vicente Murcia, éste valenciano de verdad, no contrató ningún festejo.

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