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Letra pequeña

Siempre he creído que si se leyera la «letra pequeña» de los contratos y, sobre todo, de las pólizas de seguros muchos lo pensarían dos veces antes de poner al pie su firma. Normalmente se leen los párrafos en letra grande. las cláusulas más llamativas y promisoras se supone que el resto es más o menos lo mismo en todo caso inofensivo, y se firma «como en barbecho». Si alguna vez tuviese autoridad para ello -no hay miedo de que suceda- exigiría que todos- los documentos que hay que firmar y que establecen una obligación o compromiso se imprimiesen en tipo de letra clara y cómodamente legible. Se evitarían algunos pleitos e innumerables berrinches y arrepentimientos.Algo semejante ocurre con los programas políticos, con la figura de los partidos que hoy se ofrecen al futuro elector. Desde hace bastantes años se ha producido una general corrupción de los nombres y las etiquetas, y ya no puede hacerse demasiado caso de su tenor literal. Cuando era estudiante leí un periódico alemán en que se hablaba de política española. Entre los partidos mencionados había uno llamado Erneurengsbewegung (literalmente «Movimiento de Renovación»); me costó bastante trabajo caer en la cuenta de que se trataba de Renovación Española, el partido acaudalado por don Antonio Goicoechea y Cosculluela; pensé qué imágenes cruzarían la mente del lector alemán, y cuales acompañaban a ese nombre cuando lo pronunciaba un español. Un partido que publicaba un periódico titulado «El Fascio» no tiene el menor reparo en proclamar que nunca ha sido fascista. El partido de Hitler se llamaba Partido Obrero Nacional Socialista Alemán. El nombre «República» solía acelerarme el pulso con una emoción de libertad, pero si pienso que se llaman Repúblicas el Africa Ecuatorial, Albania, Uganda, Haití, Cuba, ambas Coreas, Iraq, Checoslovaquia y las Soviéticas. procuro que se normalice mi circulación. En cuant o al uso de la palabra «democracia» con variedad de adjetivos, lo único que queda en pie es el homenaje que su uso abusivo representa a lo que efectivamente es, y todos saben, aunque no les auste.

Un equívoco permanente es el que afecta a la palabra «socialismo»; la confusión teórica entre esa palabra y «comunismo» es considerable ya desde sus orígenes; enel uso práctico la cosa es todavía peor. Donde imperan partidos comunistas se establecen «repúblicas socialistas» (empezando por la URSS). Cuando, en los nombres y programas, tomamos en serio la distinción, en seguida se nos recuerda que apenas la hay, o que es provisional, o que no se debe tomar al pie de la letra. Por supuesto, «populares» son casi todos, hasta los que parecen más impopulares.

Casi todos los partidos hacen unas vagas apelaciones a principios plausibles. destinados a promover la prosperidad universal. ¿Cómo rechazarlos? Ninguno promete hacernos infelices, esclavos o pobres de solemnidad. Hay que leer la «letra pequeña»; quiero decir, ver el contenido concreto de las declaraciones programáticas y sus implicaciones, es decir, lo que dan por supuesto. Conviene imaginar -en concreto, pensando en nuestro país, en las repercusiones sobre su estructura, sobre nuestra vida profesional, sobre nuestra economía, nuestras formas de convivencia, nuestras posibilidades vitales -lo que significaría el tríunfo de tal o cual partido o coalición. Seguramente. después de hacer esta operación, habrá algunos que querrán realmente una u otra alternativa. Me parece legítimo. Pero ¿cuántos, y quiénes? Mucho temo que la mayoría de los que se sienten atraídos por los rótulos, las consignas, las generalidades o la vaga persuasión de que esa es «la corriente de la historia», sentirían profunda aversión por muchos programas en su realidad efectiva, don inclusión de la «letra pequeña».

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Hay grupos políticos que pueden suscitar el deseo y la adhesión de minorías fuertemente politizadas, que se han puesto a una carta sin reservas ni restricciones; pero es dudoso que prometan, si se toman las cosas en concreto, si se imaoina el país organizado como ellos proponen. nada que resulte vividero para los hombres y mujeres que no hacen de la política su oficio, sino que la consideran como simple instrumento para ordenar efícazmente y con la mayor justicia y libertad posible, la vida colectiva. ¿Me iría yo a un país en que las cosas estuviesen organizadas como tal_partido nos propone?, ésta sería la pregunta pertinente.

Hay países en el mundo con muy diversas estructuras políticas, sociales y económicas. Algunos de ellos son oficialmente «admirados» por partidos que pretenden ser de masas. ¿Es a esos países adonde se van los que se establecen en un país extranjero, sea un obrero industrial o un técnico o un profesor o un escritor, ya sea por descontento político o por dificultades económicas o simplemente por intentar un cambio, una aventura incitante? ¿Qué sistemas tienen los paíse s para los cuales piden pasaportes o visados los españoles? Habría que invertir la fórmula famosa y decir: Lo. que no quieras para otro -o para ti fuera-, no lo quieras para ti, no lo quieras en casa.

Apenas dicho esto se ve que no puede ser así. Es decir, que los que dicen querer dentro lo que no quieren fuera, no lo quieren. Unas veces se trata del embalamiento mecánico de una fórmula o un nombre que no se llena de contenido, que no se imagina; otras, el que dice quererlo tiene la esperanza de quedarse fuera del sistema que propone, no sometido a él, sino más bien encargado de su manejo y aplicación a los demás. En el mismo séntido en que algunos escritores del Siglo de Oro elogiaban el Santo Oficio de la Inquisición y hasta eran familiares suyos, porque preferían, como dijo uno de ellos, «ser cocineros mejor que pollos». Hay unas cuantas fórmulas, unos pocos esquemas de organización política que se pueden realmente querer aquéllos que eligen los hombres cuando pueden elegir. Quiero decir cuando pueden seguir eligiendo -esta es la prueba definitiva-. cuando pueden insistir o rectificar. Por que puede haber una elección que sea solárriente una fascinación. un espejismo o una oleada de locura colectiva y ya no tenga rectificación posible. El ejemplo máximo es por supuesto. Hitler. pero no es el único. Hay riegíménes políticos que deberían inscribir sobre sus accesos el verso del Dante: Lasciate ogni speranza, voich'entrate.

La política tiene que ser todo lo contrario: lo reversible, lo qué se nutre de ensayo y error. intento y rectificación, corrección constante entrada, y por supuesto, salida. Casa de muchas puertas y de ventanas abiertas no espacio confinado, ni obsesión, ni manía. Las fórmulas políticas tienen que ser capaces de resistir la prueba de la práctica, de la realización, del desgaste contra las asperezas y las esquinas de la realidad, pero antes otra: la de la imaginación. Los que después de haber entrado tienen que abandonar toda esperanza de salida son los que han firmado sin haberse parado a leer, entera, la letra pequeña.

Pero -preguntará alguno- ¿yel entusiasmo? ¿Es posible en estas condiciones? ¿O es posible vivir sin él? Personalmente, sin entusiasmo la vida notiene sentido para mí; y en la medidá en que la política es vida, el entusiasmo tiene que animarla. Pero desde la juventud definí el temple del liberaIismo como entusiasmo escéptico. Y desde entonces me acompaña una breve definición: el liberal es el que no está seguro de lo que no puede estarlo.

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