Una constitución para un pueblo
A partir del día 15 de diciembre, el Estado español entra en una situación inédita. La victoria del sí podrá ser interpretada como se quiera pero, en todo caso, significa, jurídica y políticamente, el entierro de un régimen personal ya muerto. Pero la democracia estará aún por hacer y por reconocer. ¿Qué va a haber en el entretanto?Tras la victoria del sí, el Gobierno debiera, en buena lógica, dimitir y ceder el paso a una coalición de políticos de derecha y de izquierda, encargada de elaborar el decreto electoral y presidir las primeras elecciones legislativas que la ley de Reforma Política prevé. Pero está claro que eso no ocurrirá y que, en el mejor de los casos, el presidente Suárez ampliará su Gabinete con alguna personalidad «moderada».
La crisis económica y el caos que inmoviliza al aparato estatal obliga a un pronto Gobierno «surgido de las urnas», pero eso es un decir, porque de las urnas difícilmente saldrá un Gobierno. Lo impide la legislación actual y, además, no existe un partido mayoritario en España. Todo lo más deberán ponerse de acuerdo los partidos que resulten tener más votos y los que teniendo menos, puedan aliarse. programáticamente con ellos. ¿Sabrá trasmitir el Consejo del Reino al Rey esta voluntad de Gobierno de una determinada coalición? Y, en caso de haber más de una, ¿se limitarán los consejeros a echar cuentas y proponer una terna de líderes de partidos con mayor respaldo electoral? Nada sabemos, excepto que la última responsabilidad recaerá en el Monarca.
¿Qué harán las nuevas Cortes? ¿Legislar o reformar las Leyes Fundamentales? Pueden hacer ambas cosas, pero la más urgente es dotar al Estado de unas normas constitucionales que hagan viable una modesta forma de Gobierno democrático o, al menos, liberal. Es preciso regular las relaciones entre las Cortes y el Gobierno, el nombramiento de éste, los poderes del Rey, la llamada «institucionalización de las regiones» y muchas cosas más. El acuerdo en todas estas materias transcendentales no será nada fácil. El mecanismo previsto por la ley refrendada el día 15 es complejo y ocupará mucho tiempo. Desde el ángulo de la técnica constitucional es de prever que lo que salga se asemeje más a eso que los italianos llaman una «ley-churro» que a una constitución sistemática y coherente.
La razón de esto último que digo es sencilla. Una constitución ha de responder a un espíritu, a una concepción de la política y del Estado mínimamente compartida. Y en el caso español, la inevitable presencia en la pugna electoral de gentes que sólo son demócratas a título póstumo va a hacer muy dificultoso el consenso necesario. Mucha paciencia y habilidad necesitarán los demócratas que logren llegar a los escaños para ser capaces -si es que tienen la fuerza previa para ser generosos- de pactar una constitución simplemente formal y operativa que permita la coexistencia pacífica con los restos del pasado, no por ser restos menos poderosos.
La gran cuestión se planteará en este punto. Difícilmente tendrá España una constitución sólida y de largo alcance si no obtiene la mayoría de los escaños parlamentarios una coalición «constituyente» de partidos democráticos. Las posibilidades son tres. Si la mayoría la obtienen los demócratas conversos, se contentarán con reformar las Leyes Fundamentales vigentes en lo que les convenga. Si la correlación de fuerzas está equilibrada se adoptará, tal vez, un texto constitucional que tan sólo expresará la hibridez de la situación histórica y que no tendrá más vida -como ocurrió en el siglo pasado- que el tiempo que tarde la democracia en imponerse desde la vida misma del país. Y si ganan los demócratas, pese a las muchas dificultades que tienen para ello, entonces sí, entonces -si se ponen de acuerdo- pueden hacer una Constitución para el pueblo español, del que surgen tras una larga noche de piedra.
Ese es el panorama que nos impone la victoria del sí. Claro está que no hay otro posible. Por eso los que hubiesen querido entrar -de acuerdo con el Rey y los poderes «fácticos»- por la clara senda constituyente no pudieron hacer otra cosa que abstenerse para dar testimonio democrático. Testimonio que habrá de darse de nuevo yendo a unas elecciones dificilísimas con la esperanza de que el pueblo español pueda tener algún día su verdadera Constitución.
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