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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Saber ganar

LOS PRIMEROS datos sobre la concurrencia de los españoles a las urnas confirman los pronósticos de un amplio refrendo al proyecto de reforma política. Todo hace pensar que los resultados definitivos confirmarán el aplastante triunfo del sí a la reforma sobre el no de los continuistas. El escrutinio representa también una victoria del Gobierno sobre la consigna abstencionista de parte de la Oposición.La parcialidad y amplitud de la campaña propagandística oficial -con todo el aparato de la prensa del Movimiento y RTVE incluidos- a favor de la participación y del voto afirmativo, las restricciones puestas a la defensa del abstencionismo y, finalmente, los efectos psicológicos producidos por el secuestro del señor Oriol permiten, sin embargo, especular sobre cuál hubiera podido ser el resultado en otras circuristancias. Y todo esto sin considerar que el país sale de un silencio de muchos años durante el cual la conciencia ciudadana fue sistemáticamente lavada por una propaganda que se proponía aniquilar cualquier discrepancia y favorecer la despolitización. No cabe duda de que España tardará tiempo en curar de los malos hábitos creados en épocas en que un referéndum apenas registraba abstenciones.

En cualquier caso, la habilidad al presentar el sí como única alternativa viable al continuismo es un factor que pesa en el éxito obtenido. Planteamiento compartido, por lo demás, por algunas familias políticas alejadas ahora del poder y aceptado de hecho por aquellos grupos de la oposición democrática que dejaron a la libre conciencia de sus partidarios la decisión final.

Ahora bien, el refrendo al Gobierno no tiene un significado unívoco y claro. Las motivaciones han sido diversas e incluso contrapuestas: desde los franquistas que tratan de evitar males mayores hasta los demócratas posibilistas que han preferido esta apuesta antes que el fortalecimiento relativo del no. El Gobierno ha forzado al país a elegir entre continuismo o reforma, en vez, de plantear el dilema continuismo o no continuismo, subsumiendo en este último término tanto el voto afirmativo como la abstención. Por esta razón, los sentimientos matizados de muchos ciudadanos no han tenido el debido cauce de expresión. Hay gente que ha votado sí, pero; y otros han dicho me abstengo, pero. Porque los círculos del voto afirmativo y de la abstención no han sido tangentes sino secantes, y es de sospechar que la superficie común entre ambos -el abandono definitivo del franquisnio- ha sido grande. El Gobierno ha de saber que si el sí sirviera para un continuismo corregido y disfrazado, buena parte del voto afirmativo hubiera ido a la abstención.

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Ahora se trata de comprobar si el Gobierno está realmente dispuesto a emprender la vía democratizadora. La primera prueba será que haga gala de una virtud propia de los sistemas pluralistas: saber ganar, esto es, no abusar de la victoria.

El reducido porcentaje de votos negativos es tranquilizador. Y más aún si se piensa que parte de los que ayer dijeron no pueden perder el irracional temor a la democracia cuando los hechos les demuestren que el orden público y la prosperidad económica están mejor protegidos por las instituciones representativas que por la dictadura.

Frente a quienes han propugnado la abstención, la única actitud consecuente del Gobierno es invitarles a la mesa de negociación para llegar a un acuerdo sobre los tres grandes problemas pendientes: ley electoral equitativa en un clima de libertades políticas y sindicales efectivas; acuerdo sobre el problema de las nacionalidades (cuya gravedad pone de relieve el mayor abstencionismo vasco y catalán), y una política económica que siente las bases, socialmente pactadas, para salir de una situación no sólo grave, sino peligrosa.

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