Las aguas bajan turbias
Un miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, Manuel Azcárate, amigo personal y adversario político, ha dado a conocer en estas mismas páginas, su opinión y las de su Partido sobre los requisitos del referéndum. Digo que ambas coinciden porque en las organizaciones totalitarias no existen otras opiniones que las que autoriza la maquinaria del partido. Las leo con interés y respeto porque, además, comparto algunas de sus manifestaciones. Y simultáneamente ojeo, en una revista de opinión, la fotografía del último pleno del Comité Central del Partido Comunista en Rusia aprobando el presupuesto de su país. En ella aparecen todos los miembros, sin excepción, con el brazo en alto, ratificando la propuesta de sus jefes en unanimidad no conseguida ni siquiera en la etapa más heroica del fascismo.Ya se sabe que el comunismo en Europa es democrático, es decir, acepta las reglas del juego en un sistema de libertades formales, sistema que ha hecho posible la democracia liberal y solo ella. Pero una cosa es que las acepte y otra que las comparta. El comunismo no puede, sin negarse a sí mismo, sin autodestruirse aceptar la democracia como forma de Gobierno. Es un imposible metafísico porque trasciende el mundo de las cosas reales y, por tanto posibles.
El eurocomunismo es democrático por necesidad, porque sin serlo no podría existir en el occidente de Europa. No les cabe, pues, mérito alguno a los comunistas en ese juego político que llamamos democracia. El mérito les corresponde a los liberales, socialdemócratas, democristianos y demás que les aceptan en un marco constitucional que ellos destruirían sí pudiesen alcanzar el poder.
Pero el hecho es que en las filas de la oposición democrática en nuestro país figura como uno de sus abanderados el Partido Comunista de España. Y tiene para ello muchos méritos, una importante organización que, como los icebergs, esconde su artillería pesada y unas cabezas visibles tan bien dotadas y moderadas como Manuel Azcárate. Franco les persiguió implacablemente sin tregua ni respiro, y con él, muchos sectores de la oposición pública española. La historia. sin embargo, ha demostrado millones de veces que nadie puede destruir los ideales de los pueblos, por dura que sea la represión ni por mucha que sea la eficacia del aparato policial. Doce pescadores de un mar insignificante que se llama GaIileo pudieron contra el Imperio Romano. Unos vietnamitas infraalimentados expulsaron de su suelo al aparato de guerra norteamericano. Y uno piensa que, tarde o temprano y por difícil que resulte hoy imaginárselo, los mismos rusos y chinos acabarán con la burocracia dramática del partido comunista.
Pero el caso es repito, que los comunistas españoles, con los ideales de su fe marxista, pueden hoy exhibir las credenciales de las cárceles. persecución y exilio acumuladas durante la etapa anterior. Ningún otro partido de la oposición democrática tiene.,en ese terreno, un historial tan brillante y espectacular como el de ellos. Nadie puede estar más a la izquierda -salvo los otros partidos comunistas-, nadie puede justificar mayores méritos en la llamada oposición democrática. Y así las cosas, el Partido Comunista de España otorga pasaportes democráticos o los retira con la misma autoridad con que algunos de sus líderes pierden el suyo para entrar en el país.
Así resulta que la herencia del franquismo es múltiple y diversa. Con las centrales eléctricas, las autopistas y las estadísticas que nos colocan en el décimo puesto del ranking industrial hemos heredado un Partido Comunista, con las cicatrices de la persecución Y el destierro que ennoblecen su rostro más humano y democrático. No seré yo. ciertamente, quien les niegue un puesto en las filas de la oposición democrática. Ni yo tampoco quien niegue mi pluma para defender su presencia en la democracia española del futuro. Pero aceptar que sean ellos quienes fijen las condiciones de esa democracia me parece que es pasarse en el protagonismo de estas horas difíciles.
La fuerza de la corriente nos arrastra a todos hacia la democracia. El país la pide y la necesita. entre otras cosas. para que aquí se sepa, a partir de ahora, quién es quién, de dónde se viene y hacia dónde se va. Las pide también para que hombres como Manuel Azcárate, Santiago Carrillo y tantos más no puedan en el futuro recordarnos -como hacen ahora legítimamente- su condición de exiliados. Para que en esta tierra del Occidente de Europa quepamos todos juntos, pero, como dice mi amigo extremeño, «sin aglomerarnos y sin confundirnos».
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