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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Jesús murió en la India

Me parece que debo aportar algunos datos minúsculos al artículo «Jesús murió en la India» o «El retorno de los brujos», de don José Jiménez Lozano, escritor cuyos trabajos leo cada día con mayor interés. Ahorrándome la faena de desvelar el sueño de mis libros, escribo de memoria. Es antigua, antigua de siglos, la tradición hindú o budista que se adjudica al cadáver de Jesucristo. He conocido a muchos brahmanis y monjes de Buda que la creen a pies juntillas. Enrique Serrano, que fue embajador de Chile en los tiempos de Nehru y que es muy buen amigo de Indira Gandhi, tiene escrito un libro sobre la India donde publica la fotografía (hecha por él) de un zócalo pétreo de Shrinagar, capital de Cachemira, donde se dice en sánscrito: «Aquí murió Jesús de Nazareth ». Hay en el libro otra foto de las huellas de los pies de Jesús. Huellas sobre la piedra, y «ça va sans dire».Según la leyenda, fue en los años incógnitos de la vida de Jesús cuando el Cristo estuvo estudiando filosofía y religión en Nepal, a la sombra de los Himalayas, y tuvo un «gurú» que le inició en las doctrinas predicadas, cuatro siglo antes, por el Buda verdadero. Jesús se hizo entonces «yogui». Regresó a su patria hebrea y predicó entre los judíos unas enseñanzas para ellos tan peregrinas como el «amor al prójimo, a los árboles y a los animales», las cuales de tal modo contradecían el bíblico «diente por diente y ojo por ojo», que provocaron una irritación incoercible. Jesús fue perseguido, crucificado y asaeteado. Pero, habiendo aprendido en Nepal el dominio de su cuerpo, dominio que llega hoy mismo a ser tan perfecto que parece milagroso cuando lo practican los hindúes y los budistas, esquivó diestramente las flechas. Diéronle Por muerto y lo enterraron. De noche, el Cristo se levantó de la tumbra y echó a andar en dirección de los Himalayas. Anhelaba contar su trágica aventura al «gurú» de Nepal. Pero murió en el camino, en una senda oscura, que es hoy calleja, de Shrinagar, y allí fue definitivamente enterrado. En mis viajes por la India he oído muchas veces esta historia que José Jiménez Lozano inserta, con razón, en ese cuadrante de «Hombres y nostalgias mistéricas» que sigue atrayendo a los hombres. Recuerdo que hacia 1966 una voluminosa revista de Nueva York explicaba muy seriamente toda la aventura, y también daba crédito al asunto.

Con excepción de Francisco Umbral, los hombres -hoy como en la Grecia clásica- se creen todo lo que les echan. Saturno capó en el cielo a su padre y arrojó las vergüenzas al mar, y de allí se levantó una espuma, de que nació Venus, y porque se llamaba la espuma «aphro», aquella venus se llamó Afrodita. ¿Quién puede asegurarnos que el escéptico autor de «El diario de un snob» no piense para sus adentros que ése es el origen de Nadiuska?

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