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Tres avisos a José Ibáñez

La guerra fue a partir del quinto, en cuanto empezaron a salir los toros de Cuadri, casta auténtica de la ganadería de bravo, fiereza, trapío verdadero. Fueron dos toros parejos, como sacados a molde los dos, hondos y largos, finos de patas, breve pezuña, bien armados. Dos toros como debieran ser todos en lo esencial, propios para la emoción, elemento idóneo para dar importancia a cuanto sucede en el ruedo.Otra cosa es la bravura, que no tuvieron, pero tampoco se trataba de mansos en modo alguno. Si el quinto tardeó y cabezó en una sola vara, el sexto recargó con brío en dos. Quizá ambos se quedaron sin picar. Enteros llegaron al último tercio. Sólo toreros muy puestos, con mucho oficio, hubieran podido con estos toros. Alfonso Romero, debutante, que al primero de la tarde, un torillo aborregado y sin fuerza, le había hecho una faenita larga, pesada y sin calidad alguna, perdió los papeles con el quinto. Tardo y con genio, resultó que éste Cuadri metía bien la cabeza, pero Romero le quitaba el trapo de la cara en lugar de embarcarle, no aguantaba nada, estuvo ala defensiva, y así no se puede torear.

El domingo se lidiaron en Las Ventas cuatro toros de Prieto de la Cal y dos (quinto y sexto) de Celestino Cuadri, para El Caracol, Alfonso Romero (debutante, que confirmó la alternativa) y José Ibáñez

El Caracol.- Estocada corta. Pinchazo hondo y media delantera, tendida y atravesada (silencio en ambos). Romero.- Estocada baja (más pitos que palmas y saludos). Estocada ladeada y cinco descabellos (silencio). Ibáñez.- Dos pinchazos, estocada corta atravesada y descabello (algunos pitos). Pinchazo, media atravesada, sin sacar la espada anterior dos pinchazos (primer aviso), otro pinchazo más, intenta el descabello (segundo aviso), dos nuevos pinchazos y cinco descabellos, en uno de cuyos intentos salta la espada al tendido (tercer aviso). Se acuesta el toro. (Gran bronca y lluvia de almohadillas). Los toros.- Los de Prieto de la Cal salieron en escalera, desde el primero, que no tenía trapío, hasta los correctos tercero y cuarto. Flojo el primero, que resultó noble, mansos segundo y, tercero. El cuarto se partió un cuerno. Hubo tres jaboneros. Los de Cuadri, con presencia, mucha casta, mal lidiados, acabaron difíciles. Presidió con acierto don Luis Gómez, excepto en los toros de Cuadri que dejó sin suficiente castigo. Hubo un gran quite del banderillero Capilla, quien tuvo que corresponder a la ovación del público montera en mano.

Si guerra convencional fue lo del quinto, guerra atómica resultó lo del sexto. El tercio de banderillas se convirtió en un drama en dos tiempos. El Caracol, director de lidia que no dirigía nada, estaba tan descolocado como siempre, como en su reaparición el domingo anterior, circunstancia que ya señalamos aquí. El banderillero tuvo que pedirle que se colocara en su sitio, en el centro del ruedo, y no intentó la suerte hasta que El Caracol llegó a donde se le indicaba. Y esa fue su salvación. El subalterno demostró saber más de toros que el maestro. Efectivamente el toro se arrancó, se frenó, volvió a arrancarse y a frenarse. Acabó por arrollar al peón y no le corneó allí mismo porque el capote de El Caracol estuvo al quite. En el siguiente turno, Mesa, hombre voluminosos que por tanto tiene muy disminuidas las facultades para ejecutar con garantías esta suerte, después de cuadrar con valor y colocar arriba los dos palos se vio perseguido, a milímetros de los pitones, y fue entonces el capote providencial de Capilla el que salvó la situación. De la andanada partían gritos de «¡dimisión!», dirigidos al presidente. Efectivamente el toro no estaba suficientemente picado. Desde el palco se cambió el tercio de banderillas para evitar un sinsabor. José Ibáñez, que ya había sufrido una voltereta cuando bregaba con el capote por no acertar a darle la salida al toro, tuvo que medirse con aquel regalo. Un ejemplar de casta, con edad y entero, mal lidiado, que fue desarrollando sentido segundo a segundo, se hizo violento, medía las embestidas. El trasteo y la suerte de matar fueron un desastre. Con los tres avisos, bronca y lluvia de almohadillas, acabó la corrida y al cabo es una suerte que concluyera así pues lo que se barruntaba era la tragedia.

Todo los demás, la condición y lidia de los anteriores toros, de Prieto de la Cal, no hicieron suponer que el final sería solanesco. El festejo había transcurrido deslucido y sólo eso. Prieto de la Cal mandó unos toros en escalera. Jaboneros, de precioso pelo los tres primeros, que iban del chico al grande. El segundo, terciado y bien armado, llegó a la muleta buscando tablas, se quedaba en el centro de la suerte y derrotaba. El Caracol estuvo valiente al intentar derechazos imposibles y aliñó con eficacia. El tercero, bien presentado y cornicorto, acabó noble aunque no tuviera mucho recorrido, pero Ibáñez fue incapaz de centrarse, se sucedían los enganchones de la muleta, hubo cinco desarmes, que ya son. El cuarto se partió un cuerno por la cepa cuando derrotó en un burladero al perseguir a un monosabio, y, dolorido, pasó a la defensiva, por lo que no podía tener faena (ni el público la toleraba en aquellas desagradables circunstancias), aunque El Caracol, pretendía hacerla. Primero -que se caía continuamente, sin trapío-, y segundo, soportaron sólo una vara. Este fue manso. Y el tercero. El mutilado cuarto, también es desgracia, tenía poder. Entre las desigualdades del ganado, los infortunios y la falta de recursos de los toreros, la corrida dio pie para que esta fuera una crónica de sucesos.

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