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La amnistía pendiente y la declaración de paz

Sí, probablemente la amnistía que acaba de otorgarse ha sido, por ahora, la mejor de las posibles. (Otro día trataremos el tema de la política, lo posible y lo utópico o Imposible»). Con el tercer Gobierno de la Monarquía, o con el actual, si es capaz de conducir al país a la democracia, tendrá que llegar la amnistía total, que es necesaria y aun urgente. ¿Por qué es necesaria y urgente la amnistía de los condenados como terroristas? Es lo que serenamente, en ejercicio de estricta función intelectual, voy a tratar de razonar aquí. ¿Cómo ha sido, cómo es, esperemos que residualmente, el terrorismo español de la última fase franquista y del posfranquismo? Lo primero que hay que decir respecto de él es que ha ido más allá que el anarquismo clásico. Este atentaba, indiscriminadamente, es cierto, contra cualquier encarnación suma del poder, lo mismo del absolutista zar de todas las Rusias que de un gobernante conservador o liberal, pero en cambio nunca practicó ni predicó la eliminación, para producir terror, de muy subordinados agentes de la autoridad. La segunda precisión, hecha generalmente de modo insuficiente incluso y, en especial, en documentos oficiales, es la de que el Partido Comunista no tiene nada que ver con el terrorismo, siempre repudiado por él. Agregar que los métodos terroristas son condenables, parece obvio. Como intelectual, pienso que me incumbe, más bien, entender qué es lo que ha pasado con esos jóvenes, pues, en efecto, en su mayoría, de jóvenes, y aun de muy jóvenes, se trata.¿Qué pasa, qué pasaba con estos muchachos? ¿Están, estaban locos? No me opongo al calificativo, sobre todo después de la antipsiquiatría. Hace algunos años un psicoanalista norteamericano dijo de un joven paciente suyo, pero con indudable referencia a otros muchos también, que, sin duda, padecía graves desequilibrios psíquicos, pero que él solo no podía curarle, porque su curación dependía de un contexto social, de la curación de un mal nacional, la guerra del Vietnam. Pues bien, en toda responsabilidad -como en aquella enfermedadpor muy individual que parezca, y muy real que sea, hay siempre una corresponsabilidad social.

Estaban locos, sí. O, si se prefiere, estaban desesperados. Habían perdido la esperanza, la confianza. En el régimen franquista es claro que nunca la tuvieron. A sus padres les consideraron como los cómplices de aquél, cuando menos por omisión. En la pseudo oposición, protagonizada por los mismos detentadores del poder, ¿cómo iban a creer, si ni los «sensatos» creímos? Nada esperaban de la oposición ilegal, tolerada bajo la inoperancia, y ni tan siquiera del Partido Comunista, al que consideran como dispuesto a entrar en el juego o composición de las fuerzas establecidas. Sus hermanos mayores, ellos mismos tal vez, hace unos pocos años, participaron en las asambleas, huelgas y otras protestas universitarias, pero ya tampoco creían en eso. Se opusieron frontalmente a todo lo establecido. Se, declararon en guerra.

¿Guerra? ¿No nos revela algo muy profundo esta palabra? Durante decenios se ha estado afirmando exaltadamente por quienes nos gobernaban que la guerrano ha terminado ni terminará nunca contra la anti-España, que la victoria ha de seguirse conquistando cada día. Los hombres del régimen no se han cansado nunca de decir esto y apenas han dicho otra cosa sino esto. Por eso yo mismo pude escribir, volviendo famosa frase de Clausewitz del revés, que la política ha sido aquí la continuación de la guerra por otros medios.

Hasta que un día nos encontramos con que los sucesores de los vencidos tomaron a los vencedores por esta palabra de la «guerra permanente». Primero y principalmente fueron los vascos de la ETA, cuya sensación, así como la de otros muchos vascos, nada terroristas, ha podido ser, aunque no nos guste, aunque nos cueste admitirlo, la de vivir en país ocupado por las fuerzas armadas enemigas. Tras ellos, los miembros de otros grupos revolucionarios de fuera del País Vasco siguieron su ejemplo. Sí, esta es la verdad, por aberrante que suene: estos chicos han estado, están aún en guerra abierta contra el régimen. De acuerdo con el dicho «en la guerra como en la guerra», se mata a cualquiera del bando enemigo; y, naturalmente, es más fácil matar a un guardia civil o a un agente de la policía que al jefe del Gobierno, aunque también éste fue muerto. En la época culminante del terrorismo, a veces, me preguntaba, quizá por la deformación profesional de quien trabaja con palabras, si el hecho de ser juzgados por consejos sumarísimos de guerra no habrá constituido una especie de gratificación para aquellos jóvenes, quiero decir, el reconocimiento de que eran, en efecto, enemigos de guerra. Es menester recordar el más grave de aquellos consejos, cuya revisión tantas veces se ha pedido, porque parece dudoso que los condenados dispusiesen de una defensa suficiente o, dicho en otras palabras, que hubiesen sido ellos y no otros los autores del delito. También entre los franquistas hubo entonces quienes pensaron quedaba lo mismo, con tal de que se tratase de miembros de la organización enemiga, pues, como en la guerra, todos son solidariamente responsables.

Ahora hay, también, un terrorismo de extrema derecha. Aunque nos repugne, hemos de esforzarnos por entenderlo. Durante 40 años se ha indoctrinado a los jóvenes españoles en la lucha contra el comunismo, el socialismo y la perniciosa democracia «inorgánica», contra la libertad, contra el sufragio universal, fuente de todos los males políticos. Y ahora, casi de repente, se deja pasar, oficialmente inadvertida, la fecha del 18 de julio y se prometen, para pronto, sufragio universal, pluralidad de partidos políticos, democracia. ¿No tiene que equivaler esto, para algunos, a subversión de todos los valores establecidos?

En cierto modo, así es. Democracia, antes y más profundamente que un sistema de Gobierno, es un sistema de valores, que demandauna reeducación político-moral. Inspiremos a los jóvenes confianza en él, invitémosles a la tarea de su instauración, la de un Gobierno que no recurra a la violencia estructural, al terror institucionalizado. A partir de esa instauración poseerá el Estado autoridad moral para reprimir y penar el terrorismo. Y, por lo que se refiere al País Vasco, sólo entonces podremos de verdad saber qué es lo que él quie re, cuál es su voluntad comunitaria probablemente bastante más alejada de extremismos de lo que ahora puede parecer.

Sí, la total amnistía pendiente tendrá que coincidir con la terminación del actual período predemocrático y el real en la democracia. O, dicho de otro modo, con la declaración, por fin, de la paz.

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