IV UNCTAD: Persisten las dificultades de comunicación entre "pobres" y "ricos"
La sociedad en que vivimos, en esta última andadura del siglo XX se ha ido tornando, tan compleja que olvidamos casi siempre las relaciones clásicas, físicas o psicológicas que vinculan a los hombres, quizá porque el lenguaje tecnificado con el que arropamos la mayoría de las actividades sociales sirve tanto para profundizar en la esencia de los problemas como para levantar un grueso muro entre esos problemas y los no especialistas en la materia.El mundo entero se ha vuelto a reunir en Nairobi para discutir por cuarta vez lo que le llevara a las anteriores conferencias -Ginebra (1964), Nueva Delhi (1968), Santiago de Chile (1972)-, es, decir, la relación entre el comercio, el intercambio de bienes y servicios entre los distintos países y el desarrollo de esos mismos países se ha hablado de financiación de stocks de materias primas, revisión periódica de cotizaciones, transferencias de recursos y tecnología... y el lenguaje en clave vuelve a generar una cortina de humo semántico entre el lector no especializado y el problema fundamentental al que se refieren esos términos.
Hoy reconocemos todos que existen profundas diferencias en el modo de vivir de unos y otros países, y muy especialmente porque los modernos medios de comunicación nos llevan a percibir directamente que un suizo y un afgano no viveron en idéntico mundo aunque pertenezcan a un mismo planeta. En unos países, los que denominamos desarrollados, el ser humano, tiene ante sí un haz de opciones vitales que le permite escoger el tipo de vida que más se ajusta a sus preferencias; en otros, la opción no existe: se trata, pura y simplemente, de subsistir. Sin caer en la mística de las cifras, puede, a estas alturas, afirmarse que un tercio de la población mundial dispone de más de dos tercios de los bienes y servicios que se producen en el mundo, mientras que los dos tercios restantes deben conformarse con manos de una tercera parte. La polarización desarrollo-subdesarrollo, no ofrece dudas como tampoco ofrece dudas el potencial explosivo que encierra ese desigual reparto del producto bruto del mundo.
Puesto que los países comercian entre sí, ese comercio será igualmente beneficioso para todos si el valor de lo exportado por cada país -metido en recursos naturales, en capital y en trabajo- permite adquirir una misma cantidad de factores productivos: los recursos naturales, el capital y el trabajo humano al que acabamos de referirnos. Si la igualdad no se cumple, nos encontramos con que unos países irán acumulando recursos -posibilidades de desarrollo- y otros perdiéndolos -limitando sus posibilidades-. Ese es el punto de partida de todos los debates de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Y sobre ese punto de partida existe ya un consenso generalizado que el comercio, en plano de igualdad, entre países desarrollados y subdesarrollados tiende a acumular recursos productivos para los primeros en claro detrimento de los segundos; que el intercambio de manufacturas -principal exportación de los países desarrollados- contra materias primas -grueso de las exportaciones de los países subdesarrollados- impulsa el desarrollo de los primeros en perjuicio del grupo de países subdesarrollados. Que, en suma, el comercio es, hoy por hoy, un amplificador de desigualdades.
Y al llegar aquí es fácil darse cuenta de que, en realidad, lo que ha llevado a la Conferencia de Nairobi -una reunión más de las muchas que tratan de encontrar ese orden nuevo de las relaciones económicas internacionales- es pura y simplemente, la distribución de la renta a escala mundial de la renta presente -la que hoy se está generando-, pero, sobre todo, de la renta futura, ya que, de continuar ésta acumulándose en un grupo reducido de países, nuestro mundo correría el peligro de alcanzar u nivel de tensión insostenible. Lo que en Nairobi se ha discutido es, pues, el «principal problema de la Economía política», como señalara Ricardo hace ciento cincuenta y cinco años. El problema distributivo sigue así, siendo el principal foco de tensión intrasocial. De ahí que no resista la tentación de terminar estas cortas reflexiones con la conocida frase de Whitehead, con la que Paul Fabra inicia el prólogo de su último libro: «Sólo las mentes agudas perciben el significado de lo obvio».
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