Roland Garros, en pie contra el ‘hooliganismo’
La directora del grande francés prohíbe el alcohol en las gradas tras varios episodios fuera de lugar, mientras la atmósfera del tenis sigue empeorando
Cuenta Victor, un empleado de Roland Garros que controla el acceso de los aficionados de un expositor de bebidas, que “la cerveza, el vino y el champán se venden mucho”. El precio de las pintas oscila entre los 10 y los 12 euros, y aquellos que se decanten por la opción chic, tendrán que rascarse un poco más el bolsillo: 100 euros los 75 centilitros y 180 la botella de litro y medio. Nada que frene el ánimo por calmar la sed de los aficionados, que aprovechan los tiempos muertos originados por la lluvia —de parón en parón las tres últimas jornadas— para hidratar las gargantas, y que estos días han cruzado varias veces la raya del código de comportamiento en las gradas.
“Esto empieza a desmadrarse, es una total falta de respeto. Empieza a parecer un partido de fútbol. Pronto veremos bengalas y hooligans pegándose en las tribunas. Empieza a ser ridículo. Algunos provocaban para crear un ambiente hostil, y un espectador me escupió su chicle”, denunciaba el miércoles el belga David Goffin, indignado tras vencer al local Giovanni Mpetshi Perricard. Pero la suya no era la única queja. Varios jugadores ya habían afeado a la organización algún episodio fuera de tono y la número uno del mundo, Iga Swiatek, lamentaba ese mismo día el ruido emitido por los espectadores de la central durante el duelo con la japonesa Naomi Osaka.
“Tengo mucho respeto por los aficionados y sé que jugamos para vosotros, porque es entretenimiento y ganamos gracias a vosotros, pero a veces estamos bajo mucha presión cuando gritáis durante el peloteo o antes del resto, y se hace muy difícil estar concentrada”, se expresaba la polaca a pie de pista, tratando de que calase el mensaje y, a la vez, de no herir susceptibilidades para que en su próxima actuación no sople el viento en su contra; “esto es serio para nosotras. Llevamos toda la vida luchando por ser mejores y estamos jugando por mucho dinero. Por favor, apoyadnos entre punto y punto, pero no durante los puntos. Sería increíble”. Luego profundizó en la sala de conferencias: “Si hubiera ocurrido una vez, lo hubiera dejado pasar, pero fueron unas cuantas. Sé que el público francés es muy entusiasta, pero en el tenis estamos acostumbrados a jugar en silencio. Espero que me entiendan”.
La reprimenda pública de la mejor jugadora del mundo, así como las protestas de Goffin y otros jugadores, surtió efecto de manera inmediata. Al día siguiente, la organización del grande francés organizó un “encuentro informal” entre la directora del torneo, Amélie Mauresmo, y los enviados especiales. Y la francesa fue tajante: “Después de la pandemia hicimos un seguimiento en términos de ambiente, y nos encanta que haya emoción y la gente se exprese. Pero seremos inflexibles en cuanto al respeto por los tenistas y el desarrollo de los partidos. Si no te comportas bien o lanzas cosas a los jugadores, te vas. Las instrucciones a los servicios de seguridad son muy claras y no habrá duda, y también se las pasé personalmente a los jueces de silla, quienes deben reaccionar de inmediato para controlarlo”.
La mala educación
Mauresmo, de 44 años y en la dirección desde finales de 2021 —primera mujer al mando en Roland Garros—, ha sido intervencionista desde su acceso al cargo. Por ejemplo, distanció a los jugadores y los equipos de los reporteros, al dosificar la presencia de estos en la zona reservada a los profesionales. Ahora, dados los últimos episodios, prohibirá el consumo de bebidas alcohólicas en las gradas. “Hasta ahora estaba autorizado [excepto en los boxes de los jugadores y la zona presidencial], pero ahora se acabó en todas partes. Vamos a ser intransigentes. Si alguien desborda los límites, será expulsado”, comunicó el jueves la exnúmero uno (2004) y ganadora de dos grandes (Open de Australia y Wimbledon, ambos en 2006).
De esta forma, el major parisino es el primero que adopta la medida. En Melbourne, Londres y Nueva York, donde se celebran los otros grandes torneos, los aficionados pueden introducir sin ningún tipo de restricción el alcohol que adquieran en los puestos. Desde hace tiempo, la atmósfera en las pistas se ha futbolizado y el pulcro código del tenis —silencio durante la acción, protagonismo exclusivo para los jugadores— va difuminándose en favor de que el espectáculo se traslade también a las gradas. Aumentan los decibelios, los gritos fuera de lugar y a destiempo, así como los episodios estrambóticos; sin ir más lejos, recuérdese la peineta dedicada a Rafael Nadal hace tres años en Australia, por parte de una mujer en evidente estado de embriaguez.
Su tío Toni, precisamente, incidió en este problema creciente en enero, por medio de un artículo publicado en este periódico, titulado: La mala educación, lamentablemente, ha llegado al tenis. “Ya no basta con acudir y disfrutar de un espectáculo. Pareciera, de hecho, que esto es lo de menos. De lo que se trata es de vociferar, de participar y, por supuesto, de llamar la atención”, escribía el preparador, denunciando una corriente que viene extendiéndose. El año pasado, por ejemplo, un hombre fue expulsado del US Open tras proferir en pleno partido entre Jannik Sinner y Alexander Zverev un eslógan nazi: “Deutschland über alles (Alemania por encima de todo)”. Este último lo percibió y reclamó que se detuviera el juego: “Acaba de decir la frase más famosa de Hitler. Es inaceptable”.
Una línea muy fina
El dicho torneo, otra persona amenazó al capitán serbio en la Copa Davis, Viktor Troiki, mientras se medían Borna Gojo y Hamad Medjedovic en una de las pistas exteriores: “¡Esto es Nueva York, no la puta Serbia!”. En 2015, dos aficionados se enzarzaron a golpes en medio del Fognini-Paire. En enero, Novak Djokovic se las tuvo tiesas con un sujeto que le increpaba constantemente: “Me ha dicho muchas cosas, mejor no lo queráis saber. Lo he aguantado durante casi todo el partido, pero al final le he preguntado si quería bajar y decírmelo a la cara”. Y así un buen puñado de capítulos de mayor o menor grado, y muchos otros que no llegan a trascender. Sucede aquí y allá, en casi todos lados; Wimbledon, el oasis. La Caja Mágica de Madrid, buena muestra de gritos, voces y pitos cuando no se debe.
“Los fans de aquí son muy aficionados, y a veces no son fáciles; he tenido varias aventuras amorosas con ellos, algunos partidos y algunas fases difíciles”, ironizaba Djokovic, que durante el pulso con Roberto Carballés protestó al árbitro por la actitud de un hombre cada vez que trataba de pescar alguna dejada; “siempre quieres que te apoyen a ti o que al menos haya una especie de neutralidad, pero no es posible que eso ocurra. Si juegas contra un francés, debes ser consciente de que vas a tener que afrontar una gran batalla. Pero en cierto modo es normal, animan a los suyos. Es parte de lo que hacemos, del deporte. Somos diferentes al fútbol o al baloncesto, pero al mismo tiempo queremos que haya ambiente. Wimbledon es diferente, claro”.
Y continúa Nole: “La línea es muy fina y, cuando se pasa, empieza a ser irrespetuoso hacia el jugador. Por eso entiendo la reacción de Goffin del otro día; he vivido eso muchas veces. Apoyo que un jugador se rebele cuando alguien le insulta o le abuchea. A veces hay que plantarle cara a quien está molestándote”. Así que frente a la involución y los excesos, París, territorio canchero que ha ejercido tradicionalmente una fuerte presión ambiental sobre los jugadores, especialmente si al otro lado de la red hay uno local, actúa: a partir de ahora, solo aguas, zumos y refrescos en el interior de las pistas; el vino, la cerveza y el champán, solo en los espacios exteriores. Ley seca (a medias). La diligente Mauresmo, al cruce.
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