Las pecas de Infantino
El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad
Martín querido:
En efecto, estamos en el raro momento de la pausa que los futbolistas suelen aprovechar para escupir. Nadie ha estudiado a fondo ese fenómeno. Aunque no hay pruebas de que un gol fallado produzca un exceso de saliva, terminada la jugada, el gladiador escupe como una extraña manera de pasar página. El salivazo es el punto y aparte del fútbol.
No es fácil cambiar de ritmo después de la sobredosis de partidos. En el supermercado entran ganas de patear toronjas.
Cuentas que desde 1974 escribes de fútbol. Aunque te llevo un año, te me has adelantado en todos los terrenos del oficio. Cubrí mi primer Mundial en 1990, pensando que sería el último, y aquí me tienes. En aquel tiempo irreal, donde las cámaras no eran objetos de poder sino aparatos, los periódicos impresos conseguían numerosas acreditaciones (¡mi periódico tenía siete!, lo cual explica mi inclusión). Hoy escribimos de lo que vemos en la tele y seguimos en las redes. ¿Seguiremos el próximo Mundial por Metaverso?
Paso a una forma primitiva de las imágenes, el cine. ¿Recuerdas la película El tercer hombre? Ahí Orson Welles dice que la paz y la neutralidad de Suiza no produjeron otra cosa que el reloj cucú. Ignoraba que entre esas pacíficas montañas prosperarían los enredos de la FIFA.
Gianni Infantino asumió la difícil tarea de darle otra imagen a una de las instituciones más corruptas del planeta, que dio la sede del Mundial de 2022 a un país que viola los derechos humanos. Ya hemos hablado de eso, de modo que me concentro en una superficie limitada: el cutis de Infantino. Al principio del Mundial, el jerarca futbolero lanzó una arenga en la que dijo sentirse gay, catarí, negro, piel roja, discapacitado, migrante y, de ser necesario, extraterrestre. ¿Qué motivaba tanto amor a la diversidad? Infantino hizo una confesión autobiográfica: de niño conoció la discriminación por tener pecas. ¿Es posible comparar su suerte con la de quien viaje durante días en una patera, sin agua ni comida, para llegar a las costas del progreso donde la explotación será su alivio?
La televisión coordinada por la FIFA está obligada a mostrar a Infantino en cada partido. Lo he estudiado en su alcochonada butaca de sheik mientras revisa su celular (rara vez mira la cancha), y, por más que me esfuerzo, no lo veo tan pecoso. ¿Se sometió a un tratamiento de dermoláser? Sus pecas son un símbolo de lo que no existe en el Mundial.
Los temas sociales no pueden ser borrados con declaraciones. Además, hay carencias netamente deportivas.
¿Extrañas especialmente a algún jugador? Como buen madridista, supongo que te habría gustado ver al incalculable Benzema. ¡Qué injusticia que se perdiera el Mundial en el momento superior de su carrera! Lo mismo se puede decir de Sadio Mané, que dejó en la orfandad a Senegal, o de Diogo Jota, que habría completado en forma temible a Portugal.
¿Y qué decir de los italianos que no llegaron a Qatar, o del noruego Erling Haaland, que anota goles de kung-fu? Las pecas que no veo en la cara de Infantino me hacen pensar en los jugadores que tampoco veo en el Mundial. El exceso de partidos produce perturbaciones que no tengo empacho en confesar. Después de los octavos de final, el hincha no se salva de la enajenación. Esto es válido para ti, que aún sufres por los tuyos, y para mí, que juego a la ruleta rusa emocional y cambio de pasiones y esperanzas.
La pausa no hace que la región del cerebro dedicada al fútbol disminuya. No hay partidos, pero hay recuerdos.
Los Mundiales sirven para medir nuestras vidas en plazos de cuatro años. Es un lapso ideal para que haya cambios significativos. Alemania 74 te recuerda a tu primera novia y Argentina 78 que no te casaste con ella. El codicioso Infantino no entiende esto y ha propuesto que los Mundiales se celebren cada dos años, con lo cual perderían relevancia memoriosa.
Qatar 2022 ha traído para mí una revelación familiar. Desde el principio del torneo me llamó la atención Joao Félix, jugador de clase excepcional que arruinaba ciertas jugadas. Su problema no es de talento, sino de conducta. ¿No puede portarse mejor ese muchacho? Entendí que el Cholo Simeone lo reprendiera en el Atlético, pero no dejé de seguirlo con un afán persecutorio. El habilidoso y joven portugués me alteraba sin saber por qué.
Hace unos días fuimos a comer a casa de mi madre y mi hija Inés, que a sus 22 años ve los partidos por su cuenta porque ocurren cuando ella está en la Universidad, dijo que lo único que le interesaba del Mundial era…¡Joao Félix!
El héroe de la hija nunca es el héroe del padre. Por primera vez veo un Mundial con mirada de suegro.
Acabaré queriendo a Joao Félix.
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