Japón, 26 contra 11
Los nipones, que ante España tuvieron la posesión más baja en un Mundial desde que hay registros, buscan contra Croacia superar su barrera de octavos agarrados al plan flexible del discutido Hajime Moriyasu
A la sentencia de Gary Lineker de “el fútbol es 11 contra 11 y siempre gana Alemania” le ha salido una versión japonesa. “Entre nosotros decimos que somos 26 contra 11″, se alegraba hace dos días el extremo nipón Ritsu Doan, que marcó, precisamente, en la victoria contra Alemania y repitió para superar a España (2-1 en ambos) y acabar primeros de grupo. En medio, eso sí, gatillazo contra Costa Rica (0-1). El caso del extremo del Friburgo es un buen ejemplo para ilustrar el transformismo en mitad de los partidos de Japón, mutando con facilidad de jugadores y planes en busca de vuelcos imprevistos.
Las dos veces que Doan anotó había salido desde el banquillo en lugar de Take Kubo, que tras derrotar a la Roja lo explicó todo de una forma muy directa, muy española. Le preguntaron cuál había sido la clave del triunfo y respondió que fue “no apretar intencionadamente en la primera parte para sorprender en la segunda”. Les bastaron cinco minutos de furia ante una selección que se sintió “en pánico”.
En octavos les espera Croacia (16.00, Gol Mundial), el extremo opuesto. Si los asiáticos han utilizado ya 22 jugadores; la vigente subcampeona, solo 16, y 10 de ellos han repetido en el once en los tres partidos. “Mis futbolistas son versátiles. Es difícil responder sobre tácticas y alineaciones, pero seguro que seremos competitivos. Estamos listos para 120 minutos de batalla. Tendremos que presionar más al rival y ser agresivos”, analizó este domingo el seleccionador japonés, Hajime Moriyasu (Nagasaki, 54 años).
Él es quien está detrás de la pizarra nipona, un técnico no siempre comprendido en su país por la administración de los futbolistas. Apodado Poichi en su época en corto, en sus peores momentos en el banquillo agradeció el apoyo impagable de sus viejos compañeros de selección, con los que vivió el trauma de la “Tragedia de Doha”, en 1993, cuando se quedaron fuera del Mundial de Estados Unidos, el que hubiera sido el primero de Japón, con un tanto de Irak en el descuento. En medio de las críticas, lo reunieron en un restaurante y lo respaldaron.
Las tragedias varias de Japón
Toda su carrera se ha desarrollado en casa, como jugador y técnico. De joven llegó a hacer una prueba con el Manchester United, pero no pasó el corte. Siempre con una libreta encima para tomar notas, su gente cercana lo describe como un tipo realista, poco fantasioso. Sobre el campo, sus decisiones apuntan a un modelo de entrenador muy intervencionista con un uso minimalista de la posesión si es necesario. Y en Qatar lo ha sido hasta ahora. Contra España terminó con el porcentaje más bajo (17,7%) de un conjunto en un Mundial desde que hay registros (1966) y ante los germanos se quedó en un escaso 26,1%. Dos choques que acabó celebrando. En el trompazo frente a Costa Rica, sin embargo, amasó un estéril 56,8%. Salvo gran giro de los acontecimientos, el duelo con los croatas seguirá el plan germanoespañol.
En el fútbol japonés no faltan episodios con el cartel de “tragedia”, y la cita de este lunes con los balcánicos se presenta como una oportunidad para enterrar la conocida como “la tragedia de Rostov”. Esta es reciente, de hace cuatro años y medio, cuando Bélgica le levantó en octavos de final del Mundial de Rusia a falta 20 minutos un 2-0. “Ahora lo vemos como una experiencia positiva, seguro que hemos aprendido de ella”, trató de convencerse Moriyasu este domingo.
Entonces, él era asistente de Akira Nishino y tomó posesión del cargo tras esa caída. Más allá de capítulos puntuales, la misión ahora a ese lado de Oriente es, en realidad, histórica porque Japón forma parte de ese paquete de selecciones que nunca han catado los cuartos. En sus tres intentos anteriores, cayeron contra Turquía (2002), Paraguay (2010) y Bélgica (2018). Con más predicamento entre los suyos después de cargarse a Alemania y hacer tiritar a España, Hajime Moriyasu mueve las piezas de una Japón impredecible.
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