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Río de Janeiro resucita sus elefantes blancos olímpicos ocho años después de los Juegos

La ciudad convierte estadios en escuelas públicas, pero otras promesas, como la descontaminación de su bahía, siguen siendo una asignatura pendiente

El  parque municipal y el museo olímpico, en Río de Janeiro, en 2024.
El parque municipal y el museo olímpico, en Río de Janeiro, en 2024.Leonardo Carrato

Los Juegos Olímpicos que se inauguran esta semana en París han obligado a Río de Janeiro a echar la vista atrás. En la ciudad brasileña, la primera de Sudamérica en albergar unos Juegos, el temido presagio de los elefantes blancos se hizo realidad: en plena resaca olímpica tras los fastos de 2016, las enormes instalaciones deportivas sin uso fueron pasto del óxido y el abandono. Era justo la foto que todos los políticos querían evitar. Ocho años después, el paisaje en el Parque Olímpico es bastante diferente: varios de los pabellones donde los atletas conquistaron sus medallas han sido desmontados o reconvertidos para adaptarlos a otros usos, y el ayuntamiento ha lanzando una fuerte campaña para poner en valor el impacto que los Juegos tuvieron en la ciudad más allá de lo estrictamente deportivo, desde el transporte público a la renovación de la fachada marítima del centro de la ciudad. No obstante, muchas de las promesas olímpicas, como la descontaminación de la bahía de Guanabara, siguen siendo un sueño distante.

En el pabellón donde se celebraron las competiciones de taekwondo y esgrima las gradas han dado paso a clases para 850 alumnos. Los jóvenes corretean y practican deporte con las fotos de los ídolos de 2016 estampadas en las paredes. Inaugurada en marzo, es la escuela pública más grande de Río y la joya de la corona de los planes de transformación del Parque Olímpico, que ha pasado de ser la patata caliente que las administraciones se pasaban de mano en mano a un ejemplo de reciclaje arquitectónico: el estadio de balonmano se ha desmontado y su fachada ahora forma parte de cuatro escuelas repartidas por la ciudad. Tampoco había demanda para un enorme pabellón de judo, que ya está en obras para transformarse en un instituto de formación profesional. Con las vigas del centro de prensa se ha levantado una moderna terminal de autobuses y la piscina donde Michael Phelps hizo historia y que estuvo abandonada durante años se ha trasladado a un nuevo parque en una barriada a las afueras.

Todas estas ideas para no desperdiciar recursos ya estaban en los planes iniciales que Río de Janeiro presentó al Comité Olímpico Internacional (COI) en la época de la candidatura, pero no empezaron a ver la luz hasta hace pocos meses. El actual alcalde, Eduardo Paes, que ya lideró la ciudad en los años de las obras preolímpicas, culpa del parón al desinterés de su sucesor, el obispo evangélico Marcelo Crivella. Ahora el clima es otra vez de obras frenéticas. En el velódromo, el trajín de albañiles, que ultiman un museo olímpico, recuerda a las prisas por tenerlo todo listo antes de que llegaran los atletas. Los que llegan ahora son los votantes, y es que toda esta maratón de inauguraciones también se explica porque en octubre Brasil celebra elecciones municipales. La resurrección del legado olímpico es una de las bazas de Paes, favorito para la reelección. El alcalde ahora incluso presume de que Río de Janeiro sirve de inspiración para otras ciudades olímpicas. “Es el caso de París. La alcaldesa de la capital francesa, mi querida Anne Hidalgo, dijo que aprendió con la experiencia de Río al potenciar el legado y reutilizar de la mejor manera todo lo que es temporal”, asegura en un libro sobre la huella de los Juegos a punto de ser publicado por la alcaldía.

De algo de lo que también pueden hablar los dos alcaldes es de los dolores de cabeza que genera hacer ambiciosas promesas en materia ambiental. En París, el río Sena recibirá pruebas de triatlón y maratón acuático, pero a pesar de las inversiones millonarias, el agua sigue con preocupantes niveles de bacterias fecales. Los debates de estos días recuerdan a los que se escuchaban en Río cuando se intentaba limpiar a contrarreloj la bahía de Guanabara antes de que llegaran los regatistas olímpicos. Descontaminar la bahía es un sueño que se arrastra desde hace décadas en la ciudad y los Juegos parecían la oportunidad de oro para hacerlo realidad. Hubo algunas obras superficiales que mejoraron la situación en algunas playas y puntos concretos, pero el agua negra del interior de la bahía sigue ahí. Para el activista Sérgio Ricardo Potiguar, fundador del movimiento Bahía Viva, el legado ambiental de los Juegos de Río dejó mucho que desear: “Nuestro país sigue estando en un estado medieval en términos de alcantarillado y la bahía sigue recibiendo 90 toneladas de plástico al día”, lamenta.

Como él, no son pocos los cariocas que tienen un recuerdo agridulce, por no decir amargo, de los Juegos. Hubo promesas quizá demasiado grandilocuentes que después generaron mucha frustración. Movimientos sociales y activistas no olvidan que las obras de infraestructura obligaron a desplazar a miles de personas y en muchos casos derivaron en monumentales escándalos de corrupción. La prometida “pacificación” de las favelas fue como un efectivo maquillaje que durante un tiempo consiguió bajar los índices de violencia y generó un incipiente movimiento de gentrificación en estos barrios, pero hizo aguas poco después. Además, Brasil celebró el mayor acontecimiento deportivo del mundo en medio de una grave crisis política, el impeachment de la entonces presidenta Dilma Rousseff, y con la economía en caída libre. Menos de dos meses antes de inaugurar los Juegos, el estado de Río decretó la bancarrota. La competición fue un auténtico éxito organizativo teniendo en cuenta que estaba todo cogido con pinzas. Cuando se fueron los últimos atletas, el castillo de naipes se desmoronó.

Ahora, las autoridades locales intentan que los cariocas se reconcilien con los Juegos y valoren la huella que dejaron en la ciudad, recordando que, pese a los sobrecostes, fueron mucho más baratos que los de Tokio, por ejemplo. Según el ayuntamiento, el 60% de las obras se hicieron con financiación privada. Es el caso de la Villa Olímpica donde durmieron los atletas, ahora reconvertida en un condominio de lujo. Los críticos lamentan que no se aprovechara para crear vivienda pública. El alcalde rebate que así se evitó gastar más dinero público. El ayuntamiento también defiende que en instalaciones deportivas se gastaron apenas 732 millones de reales (130 millones dólares) y que el 63% del presupuesto olímpico fue para servicios y obras de infraestructura que poco o nada tenían que ver con el evento deportivo, pero que quedaron como legado para los vecinos. Aquí se incluye la ampliación del metro o los más de 150 km de corredores exclusivos para autobús (BRT) construidos en barrios con grandes carencias de transporte público.

La combinación de las luces y las sombras del legado olímpico se aprecia claramente en la plaza Mauá, en la región portuaria de Río, en los últimos años rebautizada con el prometedor nombre de Porto Maravilha. Por un lado, el flamante Museo del Mañana como símbolo de la revitalización de esta antigua zona degradada del centro. Por otro, el contraste con el agua (todavía negra) de la bahía de Guanabara como incómodo recordatorio de las promesas incumplidas. Y aun así, a pesar de la contaminación, no es raro ver a grupos de chavales divirtiéndose lanzándose al agua. Las plazas y paseos del puerto, con su moderno tranvía y sus nuevos museos, son el nuevo corazón del centro de Río y un imán turístico, el resultado de una macro operación urbanística muy inspirada en la apertura al mar de Barcelona 1992.

Para la arquitecta Carla Cabral, exconsejera del Consejo de Arquitectura y Urbanismo de Brasil, el cambio en esta parte de Río ya es innegable, pero es optimista y cree que irá a más: “Es una reforma que todavía dará muchos frutos, hay que entender que son obras que no tienen un retorno inmediato”, dice por teléfono. Tras el parón de la crisis post olímpica y el cambio en la administración local, el puerto de Río vive ahora, ocho años después, un auténtico boom inmobiliario. Las grúas han vuelto, esta vez para levantar edificios residenciales: la mayoría de apartamentos ya están vendidos, y se calcula que en los próximos años se mudarán aquí 27.000 nuevos vecinos, algo hasta hace poco impensable para esta zona.

Alumnos juegan ping pong en el gimnasio polideportivo de Río de Janeiro, Brasil.
Alumnos juegan ping pong en el gimnasio polideportivo de Río de Janeiro, Brasil.Leonardo Carrato

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