La víspera era el futuro
¿Alguien esperaba un nuevo Messi después de Messi tan pronto? Messi tardó 20 años en aparecer después de Maradona


A estas horas en que escribo aún no han jugado Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, ni Arda Güler ni Lamine Yamal. Cuatro nombres que no existían en las páginas de un periódico hace diez años. Cuatro nombres que ocuparán todas las páginas en los próximos diez. Su aparición estridente convierte el tiempo en que no existían en pura víspera. Tienen algo en común los cuatro: no son especialistas en nada, no son jugadores de saque y red, ni de fondo, ni extremos regateadores, ni mediapuntas de último pase. Son todo y nada, fluidez absurda. Es curioso el tiempo que viene, un tiempo de impresiones fuertes. Uno ve jugar a Carlos Alcaraz y tiene la impresión de estar viendo el tenis que se esperaba dentro de diez o quince años. Quizá el futuro sea esto: deportistas jóvenes e impredecibles esforzándose en romper límites antes de tiempo. ¿Alguien esperaba a Messi después de Messi tan pronto? Messi tardó 20 años en aparecer después de Maradona. ¿Otro zurdo enloquecido yendo varios cuerpos de ventaja a los 17 años de sus rivales? El futuro es un lugar extraño y a la vez familiar. Es el extranjero con los papeles en regla.
William Shakespeare entendía que lo que pasa antes del combate es casi más teatral que el combate en sí. El momento de los discursos, de la duda, de la unión o la traición. La víspera concentra la ansiedad y la esperanza, porque el desenlace todavía no existe, pero ya se presiente. En Enrique V, la víspera de la batalla de Agincourt (1415) es uno de los ejemplos más célebres. La noche antes del enfrentamiento, el rey se disfraza de soldado raso y pasea por el campamento. Habla con sus hombres, escucha sus miedos, se enfrenta al peso moral de mandar a muchos a la muerte. Es decir: Shakespeare baja al rey de su pedestal para mostrar su humanidad en la víspera.
Es sabido que la batalla ocurre el día de San Crispín (25 de octubre). La víspera es el marco en que se gesta uno de los discursos más famosos de la historia del teatro: el famoso “We few, we happy few, we band of brothers” (Nosotros, pocos, felices pocos, banda de hermanos). El rey Enrique convierte la víspera en una promesa: los que sobrevivan, al recordarla en el futuro, serán ennoblecidos por haber compartido esa espera. Shakespeare adoraba el umbral: “On the eve of battle”.
Las cuatro figuras mundiales del tenis y el fútbol son presente y víspera al mismo tiempo. Están, por un lado, en el tiempo de conseguirlo todo; están por el otro en el tiempo de ser incapaces de predecir la próxima década. Les rodea la rara mezcla de expectación y delicadeza que consume a las estrellas tempranas. Les acosan las comparaciones. Les ponen focos hasta en los últimos rincones de sus fiestas de cumpleaños o de sus viajes a Ibiza. Y sin embargo, en la pista y en el campo, la disciplina y la exigencia es excesiva hasta lo imprudente.
Y entonces uno entiende que lo que vemos no es todavía el combate, sino la víspera. La víspera de un deporte distinto, de un lenguaje nuevo que aún no tiene nombre. Lo extraño es que, al contrario que en Shakespeare, aquí no hay un rey disfrazado entre la tropa, sino muchachos disfrazados de reyes, intentando convencerse de que pueden cargar con el peso de un relato que todavía no está escrito. El futuro, con su teatralidad absurda, ya está en escena. Y nosotros no sabemos si aplaudir por lo que han hecho o por lo que, como en toda víspera, prometen hacer mañana.
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