Gloria y caída de los héroes de Zaire, repudiados tras el Mundial 1974
La victoria en la Copa de África desató la euforia del dictador Mobutu, que ante el fracaso en el Mundial ordenó asesinar años después a su máximo goleador. Un libro rescata su historia

Brasil gana 3-0 a Zaire en Gelsenkirchen, Mundial de Alemania 1974. Rivelino, heredero del 10 de Pelé, coloca el balón para lanzar una falta peligrosísima. Faltan cinco minutos para el final del partido. Y a Joseph Mwepu Ilunga, defensa de Zaire incrustado en la barrera, la cabeza le va a mil. De repente, para asombro de todos, sale disparado de la barrera y chuta el balón con toda la fuerza, toda la rabia del mundo, tanta que casi le vuela la cabeza al pobre Rivelino. La estupefacción es tal que el árbitro ni saca la roja: saca amarilla, y Rivelino, el mejor ejecutor de faltas del mundo, dispara fatal a portería. Durante años, la anécdota se quedó como la ida de olla de un lateral africano poco familiarizado con el fútbol, un bruto al que el escenario y el rival le venían grande, sorprendente conclusión sobre Mwepu Ilunga, incluido en el mejor once de la historia del fútbol africano del siglo XX.
En 2002, tras soportar durante décadas la mofa, Ilunga habló en la BBC. Contó que corrió y disparó por miedo, muerto de miedo y rabia, pura explosión emocional: el dictador Mobutu había enviado a Alemania a los peores afamados de su guardia presidencial para reunir a jugadores y técnicos en una habitación tras perder Zaire contra Escocia y Yugoslavia. “Podéis perder también el tercer partido, pero por un máximo de tres goles. Si no, la cosa se pondrá fea para vosotros y vuestros seres queridos”. Ilunga, cuando faltaba tan poco para acabar (y salvar el pellejo), lanzó el balón lo más lejos posible y, con ello, arañar tiempo y desconcertar al rival, enrarecer el ambiente.
La historia, mucho más extensa y compleja, la relata Stefano Bizzotto en un libro extraordinario, Historia del mundo en 12 partidos de fútbol (Círculo de Tiza, 2025). Es un recorrido político y social a través de 12 partidos concretos.
Zaire jugó el Mundial porque ganó la Copa de África y provocó un terremoto: el país entero salió a la calle a recibirlos, el país aclamó a su gran goleador y estrella, Pierre Ndaye Mulamba. Mobutu se entregó al fútbol, regaló a cada jugador un piso y un coche, y les prometió a todos 45.000 dólares. Tan arriba se vino el sanguinario tirano que puso deberes en el Mundial: Zaire debía llegar a octavos, a las rondas finales de la Copa. Era, por otro lado, un equipazo. Pero claro: también su primer Mundial, y con Escocia, Yugoslavia (que les metió nueve) y Brasil en el grupo. Con las derrotas, Mobutu y el país van cambiando de humor. Al volver, son personas non gratas y tratadas como traidoras, recuerda Bizzotto: “La gente les niega el saludo, se apartan o cambian de dirección”. Su estrella, Mulamba, es pretendida por el PSG, pero Mobutu lo impide. 20 años después de aquel Mundial, y de la Copa de África que ganó y en la que marcó nueve goles en seis partidos, Mulamba fue a recibir una medalla a Túnez. Al volver, soldados de Mobutu entraron en su casa para robarle la medalla y el dinero que tenía, lo tirotearon y lo arrojaron por un puente creyéndolo muerto (en el asalto su hijo es asesinado). Pero Mulamba sobrevivió. Huyó a Sudáfrica, donde vivió en un barrio de chabolas y ganó dinero como aparcacoches. Con la llegada de Mandela al poder, su historia mereció un libro y un documental, y obtuvo un reconocimiento tardío. Años antes se había comunicado al planeta fútbol su muerte en una mina de diamantes en Angola, de hecho se guardó un minuto de silencio en un partido entre la República Democrática del Congo (la antigua Zaire) y Sudáfrica. Era una noticia falsa.
Mavuba, otro integrante de esa selección histórica de Zaire 1974, se casó con una mujer angoleña y fue a vivir con ella a su país. La guerra de Angola los expulsó y Mavuba y su mujer, embarazada, y sus diez hijos se subieron a pateras para tratar de llegar a Europa. El crío nació el 8 de marzo de 1984 en el océano, entre el estrecho de Gibraltar y la costa africana. Se llama Antonio, pero su padre le añadió Rio por haber nacido entre aguas. Ya de niño le gustó el fútbol, como a su padre. La familia se asentó en Francia. El chico, Antonio Rio Mavuba, pretendido en 2005 por el Real Madrid, ha jugado siempre en el Girondins de Burdeos y jugó, con la selección francesa, el Mundial de Brasil de 2014.
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