La “zona de confort criminal” del fútbol español
Hay individuos dispuestos a realizar acciones en provecho propio que entran en contradicción con las normas legales o de la ética sin que ello suponga que su imagen de persona honesta se vea comprometida
Una expresión de uso común en el ámbito criminológico es la de “zona de confort criminal” para referirse a la situación que puede encontrarse cualquier individuo dispuesto a realizar comportamientos en provecho propio, pero que entran en contradicción con las normas legales o de la ética, sin que ello suponga que su imagen de persona honesta se vea comprometida o cuestionada. Un ámbito donde se puede aplicar este concepto es el fútbol. Y en especial con la corrupta gestión federativa que llevan a cabo sus dirigentes sin que ello suponga una asunción de culpa, ni de expresión de arrepentimiento. Todo ello por la simple razón de que en esa zona de confort criminal la acción inmoral o ilegal se normaliza o, incluso, se justifica.
Otro ámbito de confort criminal futbolístico –por desgracia, también de actualidad–, es la expresión de insultos racistas por parte de aficionados a jugadores y entrenadores. Normalmente, esto tiene lugar desde las gradas, por parte de aficionados que se diluyen en la masa, aprovechando la histórica aceptación de que en el estadio de fútbol está permitido llevar a cabo esos comportamientos. Ese privilegio, creen, va incluido en el precio de la entrada. Las razones de esa tolerancia han sido varias, pero la principal ha sido apelar a la idea de que los campos de fútbol eran ámbitos para que los aficionados pudieran expulsar sus tensiones personales, laborales o de cualquier otro tipo. El resultado, en todo caso, es que ese aficionado insultón y racista, una vez finalizado el partido puede volver a casa tranquilamente, sin recibir ninguna reacción crítica del resto de aficionados y, por lo tanto, su imagen de ciudadano honesto sigue estando intacta. Esta comprensión va acompañada de una pasividad generalizada por parte de los clubes y la federación que, hasta hace poco tiempo, apenas habían reaccionado para prevenir y sancionar esas actitudes.
Pero, ciertamente, se ha producido un cambio cultural en los últimos años que ha llevado a la adopción de nuevas estrategias, cambios legislativos y protocolos anti-racismo. No obstante, a la vista de la reiteración de los insultos, no han resultado exitosos. Aquellos siguen reiterándose, convirtiéndose no solo en un problema deportivo, sino que hasta han generado tensiones diplomáticas con países como Brasil, dada la nacionalidad de alguna de las principales víctimas de las expresiones racistas.
Por eso no extraña que se apele a medidas más drásticas como la suspensión del partido y pérdida de puntos para el club local o la clausura de las gradas. Sin embargo, estas decisiones plantean problemas al extender la sanción a aficionados no responsables de la infracción o incluso, al propio club, más allá de que hubiera actuado correctamente adoptando los protocolos establecidos a dicho efecto. Pero la apelación a otras intervenciones más drásticas no acaba aquí. Una de las víctimas más notorias de los insultos racistas, Vinicius, ha reclamado un endurecimiento de las sanciones. En unas recientes declaraciones señaló: “Solo tendremos victoria cuando los racistas salgan de los estadios directos a la cárcel, lugar que se merecen”.
Pero, ¿es este el único camino a explorar para resolver el problema? ¿Son este tipo de sanciones las que eliminarán un marco mental tan antiguo y extendido como es el racismo? Poco se ha hecho en el fútbol español (clubes, federaciones, poderes públicos) por ensayar otras estrategias de naturaleza distinta al punitivismo desproporcionado subyacente a las medidas antes señaladas. Bastaría con dirigir la mirada a lo que se hace en otras ligas para preguntarse si no sería más adecuado para este tipo de “delitos” optar por las denominadas prácticas restaurativas, caracterizadas por procurar que el autor de la infracción se haga cargo del daño producido y que, como resultado de ese proceso de comprensión del perjuicio provocado a la víctima (y los daños colaterales a su club), sea capaz de modificar sus creencias y sentir arrepentimiento e, incluso de pedir perdón. Ejemplo de estas medidas restaurativas fue la adoptada por el Chelsea FC para algunos de sus aficionados tras varios incidentes en los que estos lanzaron proclamas antisemitas en su estadio. En lugar de sancionarlos “convencionalmente”, el club organizó un viaje. La sorpresa fue la elección del lugar de destino: el campo de concentración de Auschwitz. La razón que se ofreció de tal elección era sencilla: las medidas adoptadas hasta el momento con estos aficionados –básicamente sanciones– no habían sido exitosas. De ahí, la intención del club de que la visión en primera persona del sufrimiento de los judíos conseguiría que los aficionados valoraran con más perspectiva el daño que produce la intolerancia y la xenofobia.
Es entendible que se pueda tener dudas respecto a estas medidas. Pero estas reticencias estarían más justificadas si, tras experimentarlas, no hubiera ninguna mejora. Démosles una oportunidad de fracasar.
José Luis Pérez Triviño es profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Pompeu Fabra e investigador principal del proyecto de investigación financiado por el CSD: “Prevención y resolución de conflictos en clubes deportivos: mediación y prácticas restaurativas”.
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