Este número no corresponde a ningún usuario
Esa ausencia que se manifiesta a través de los números de teléfono de los que se van tiene algo que ver con cómo podemos llegar a extrañar a un jugador a través de su viejo dorsal
Cuando murió mi padre, mi madre decidió que no iba a dar de baja su teléfono. Quería mantener esa parte con vida, por si llamaba alguien. O por si lo hacía él, quién sabe. Su teléfono, un iPhone 5 pequeño y negro, sigue en la repisa de la chimenea del salón y se pasa la mitad del tiempo conectado porque la batería ya no le permite sobrevivir de forma autónoma. Es como un respirador de aquellos que nos faltaron en la pandemia y con los que traficaron algunos miserables, pero conectado a nuestros recuerdos. A todos los efectos. Hasta hace poco su número seguía en el chat familiar, como esperando a que alguien le interpelase en alguna de las conversaciones o que tuviera la oportunidad de comentar la foto del cumpleaños de las nietas que no ha visto crecer. A veces mi madre se olvida de que no es el suyo y me da un susto de muerte cuando me llama a mí desde ese número y veo que aparece el nombre de mi padre en la pantalla. Y justo en ese momento vuelves a conectarte con él violentamente. Es completamente absurdo, pero muchas veces no te extrañaría que tus muertos siguieran vivos.
No sé cuánto tarda en otorgarse un número a otro cliente cuando este lo da de baja. Supongo que habrá un tiempo de cortesía, para que los contactos del finado no sigan llamándole ignorando que el canal adecuado sería ya más bien una médium. Cada vez más gente tiene teléfono y cada vez vivimos más, así que supongo que ese lapso irá acortándose por la necesidad de dar salida a tanta demanda. Pero en todo caso, el otro día pensé que, de algún modo, esa ausencia que se manifiesta a través de los números de teléfono de los que se van tiene algo que ver también con cómo podemos llegar a extrañar a un jugador a través de su viejo dorsal. Hay números que por muchos que se los entreguen a otros durante años, siempre seguirán perteneciendo al mismo usuario.
Cruyff siempre será el 14, aunque jugase en el Barça con el 9. El 11, en mi agenda futbolística, es Rivaldo, y el 4, Guardiola. No tiene que ver con que fueran los mejores o los más queridos, porque el 9, lamentablemente, sigue siendo Kluivert y el 7 —y eso sí sería motivo de cese, como diría Núñez— no podrá ser de otro que de Luis Figo. Esa es la gracia de retirar camisetas, claro, impedir que una llamada a destiempo enturbie el recuerdo de un ser querido. Y eso, la sensación de embrutecimiento, es lo que te alcanza de forma violenta cuando ahora ves correr a otros con los dorsales de aquellos.
El Barça, es curioso, ha tomado consciencia de forma espontánea de ese problema y por primera vez en 28 años nadie lleva la camiseta con el número 10 a la espalda, el 10 de Messi, claro. Tras la marcha de Ansu Fati, a quien ese número terminó de hundirle como si fuera un peso muerto atado a la pierna en pleno océano Índico, nadie se ha atrevido a agenciárselo. Y al paso que vamos, es posible que el 10 se quede ya así para siempre. Mejor. Supongo que, de algún modo, retirar la camiseta de un jugador, si el futbolista en cuestión fuera en realidad un familiar o un buen amigo, podría ser eso: dejar que su teléfono siguiese encima de la repisa de la chimenea cargando batería un tiempo, por si un día alguno de nosotros necesita localizarle. O él a nosotros.
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