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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Por qué los dos recientes descensos del Everest con esquís anteponen los intereses comerciales a la ética del alpinismo

Tanto el polaco Andrzej Bargiel como el estadounidense Jim Morrison usaron cuerdas fijas y sherpas, y este último guías de montaña y oxígeno artificial, datos que sus patrocinadores han preferido disimular convenientemente

Óscar Gogorza

En apariencia, el presente otoño ha regalado dos de las páginas más brillantes de la historia del esquí alpinismo en las laderas del Everest. Pero muchos especialistas cuestionan los hechos y opinan que se trata solo de un espejismo: en realidad se ha dado una involución. El pasado 23 de septiembre, Red Bull, patrocinador principal del esquiador polaco Andrzej Bargiel, anunció a bombo y platillo que este había efectuado el primer descenso integral del Everest sin ayuda de oxígeno artificial. En los titulares no se mencionaba que el esquiador alcanzó la cumbre a rueda de un pelotón de sherpas fijando cuerda y abriendo huella. Dicho dato fue reflejado en el comunicado oficial, pero relegado al fondo de la noticia, como un detalle sin importancia. Muy poco después, el 15 de octubre, National Geographic anunciaba: El descenso sobre esquís más importante de la historia, refiriéndose al completado por el estadounidense Jim Morrison en la cara norte del Everest. Recorrió el ‘supercorredor’ que une el Horbein con el de los japoneses, una línea de 2.800 metros de desnivel. Ningún comunicado de National Geographic, ningún post en las redes sociales de Morrison, aludía al uso, tanto en el ascenso como en el descenso, de oxígeno embotellado.

No es que escondieran el importante detalle; parece, simplemente, que obviaron puntualizarlo. Ocurre que en los asuntos propios del alpinismo, no informar con la transparencia debida equivale a mentir, puesto que se atenta contra la ética de una disciplina que basa su credibilidad en la honestidad absoluta. Morrison invirtió poco más de cuatro horas en deslizarse hasta la base de la montaña: ¿Cuánto hubiera tardado sin la ayuda del oxígeno embotellado? ¿Hubiera sido posible, siquiera?

La noticia, como cabía esperar, dio la vuelta al mundo, aupada por la notoriedad del canal anunciante, que trabaja a destajo para elaborar un documental. Su director es el oscarizado Jimmy Chin (por el documental Free Solo), y acompañó a Morrison hasta el techo del planeta.

En la cima del Everest, 11 personas más rodeaban a Morrison, entre trabajadores de la etnia sherpa y guías de alta montaña. El supercorredor que escalaron para plantarse en lo más alto apenas había sido escalado por cinco personas en la historia de esta montaña. Unos pocos más lo habían intentado, sin éxito. Entre los cinco alpinistas mencionados, destacan, como parte de la historia fantástica del himalayismo, los suizos Erhard Loretan y Jean Troillet. La pareja enlazó el corredor de los japoneses y el Horbein enarbolando un estilo que bautizaron como night naked (desnudos en la noche).

Sin tienda, saco de dormir y con apenas un litro de agua por cabeza se lanzaron ladera arriba escalando de noche y descansando brevemente al sol, en un ataque que duró 39 horas: la ventana de buen tiempo parecía escasa y necesitaban volar y ahorrarse las noches en altura que tanto desgastan el organismo. Si su escalada resultó inconcebible para la época, el descenso resultó una locura que apenas duró cuatro horas. Bajaron deslizándose sobre sus posaderas, los pies levantados al aire y usando un piolet para perder velocidad: el estilo ramassé. Alguno diría, no sin ironía, que esquiaron el ‘supercorredor’ con el culo.

Casi 40 años después, el equipo de National Geographic ha usado sherpas, guías, cuerdas fijas, dos campos de altura y oxígeno embotellado para colocar a Morrison ante la esquiada de su vida. Un alpinista de élite que prefiere guardar el anonimato asegura que “se ha tratado de la ascensión guiada más brillante de la historia”, recordando así que el valor de una ascensión (y de un descenso sobre esquís) no se mide por el punto alcanzado, sino por el estilo empleado para lograrlo. Importa mucho más el cómo que el qué, y las formas empleadas por National Geographic remiten a un pasado que el alpinismo moderno juzga superado.

En 1996, el brillante himalayista italiano Hans Kammerlander, dejó atrás el campo base avanzado de la vertiente norte o tibetana del Everest, se plantó en la cima en 16 horas y 45 minutos y esquió de regreso. Su ascensión figura aún como la más rápida de la historia sin ayuda de oxígeno artificial, récord que ni el mismísimo Kilian Jornet pudo romper en 2017 (invirtió cerca de 17 horas). Pero Kammerlander se calzó las tablas a 7.800 metros y tuvo que quitárselas en zonas donde no había nieve suficiente para deslizarse, razón por la que su descenso no se considera integral. El reciente descenso de Bargiel, por la vertiente sur o de Nepal, sí se considera integral porque no tuvo que rapelar, ni quitarse los esquís… salvo para pasar la noche en su tienda del campo 2, detalle que a ningún purista parece incomodar. Bargiel, eso sí, no usó oxígeno embotellado en ningún momento, pero fue guiado gracias a un dron para dar con la ruta más lógica. A falta de jueces en una actividad sin regular, muchas voces consideran que Kammerlander sigue siendo la referencia y el ejemplo a seguir.

En declaraciones a la cadena RaiNews, Kammerlander se declaró esta semana atónito ante la relevancia concedida al descenso de Bargiel: “Lo suyo es el show de Red Bull que amenaza con destruir el alpinismo. Donde él ha usado sherpas (12), yo estuve solo, cargando todo a mis espaldas y resolviendo el asunto en menos de 24 horas. Si esto sigue así, pronto un sherpa llevará un bebé a la cima del Everest. Es un carnaval”. Si Kammerlander admira las calidades de esquiador de Bargiel, recela de las estrategias comunicativas de sus patrocinadores, dispuestos a cualquier esfuerzo logístico para propiciar el éxito de sus atletas. Ocurre algo similar con National Geographic, que parece haber relegado a un segundo plano las consideraciones propias de la ética del alpinismo para firmar un documental que tiene todos los ingredientes para triunfar. Jim Morrison perdió a su pareja Hilaree Nelson en 2022: la vio desaparecer bajo un alud de nieve segundos después de abordar el descenso con esquís del Manaslu (8.163 m). Después, se juró que le brindaría un homenaje en el Everest, en cuya cima esparció sus cenizas poco antes de calzarse las tablas.

Para poner los pies en el supercorredor, Morrison y su equipo cruzaron el glaciar de Rongbuk, donde, a la fuerza, reposan los restos ocultos del alpinista y snowboarder francés Marco Siffredi, un mito a estas alturas. En 2001, con apenas 22 años, descendió con su tabla por el corredor Norton, paralelo al Horbein. Pero su línea soñada era la combinación del Horbein con el corredor de los japoneses. En 2002, regresó al Everest y alcanzó de nuevo la cima acompañado por tres sherpas. El monzón había quedado atrás y parecía que había nieve suficiente para deslizarse por la increíble y estética canal que corta la pared de forma vertical.

Ciertos biógrafos consideran que escaló con oxígeno artificial, otros aseguran que no lo hizo, pero en su última foto, con la tabla bien fijada en sus botas, no hay máscara de oxígeno tapando su rostro: deseaba un descenso sin ayuda artificial. Los sherpas le vieron girar una vez, luego otra, y desaparecer en el abismo. Nadie ha vuelto a verle, nadie sabe qué pudo ocurrirle. Sí se sabe que llevó el juego del alpinismo todo lo lejos que pudo: al no haber ascendido por el supercorredor carecía de toda la información que sí tuvo recientemente Jim Morrison (amén de las cuerdas fijas que le permitieron rapelar el tramo más expuesto y que suponen una inestimable red de seguridad). Siffredi deseaba esquiar la pared de la forma más pura posible, fiel a su ética alpina. No se trataba de bajar simplemente, de deslizarse, sino de hacerlo de forma honesta, sin trampas.

La historia documental que elabora National Geographic acerca del primer descenso del ‘supercorredor’ del Everest será emocionante, las imágenes cortarán el aliento, puede que gane un Oscar… pero nunca ganará un Piolet de Oro, el máximo galardón que concede el mundo del alpinismo.

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Sobre la firma

Óscar Gogorza
Periodista especializado en actividades de montaña y escalada, escribe para EL PAÍS desde 1998. Coordina el blog 'El Montañista'. Dirigió la revista' CampoBase' durante una década y es guía de alta montaña UIAGM.

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