Ben O’Connor desata el caos en la Vuelta a España
El ciclista australiano del AG2R, nuevo líder por casi cinco minutos sobre Roglic, revienta la carrera con una fuga asombrosa
Del Carrefour al cielo. Ese fue el recorrido de este jueves de Ben O’Connor, australiano del Decathlon AG2R, superhéroe sobre la bici, rey del caos, corredor de Marvel que reventó de un plumazo la carrera y puso la Vuelta patas arriba. Tanto, que, de repente, ya es el favorito para coronarse en Madrid. Más que nada porque su suficiencia se plasmó con el cronómetro, toda vez que llegó con 6 minutos y 31 segundos de ventaja sobre los favoritos (ahora es líder con 4m 51s sobre el segundo clasificado, el desnortado Roglic). Una alegoría sobre ruedas que destrozó al pelotón, sosias de Sepp Kuss en el curso anterior –también en la sexta etapa–, pues en Javalambre sacó la mitad de tiempo sobre los aspirantes al cetro y con eso le valió para ponerse la corona. No tiene el mismo equipo abrigándole, pero la minutada es tal que Roglic, Mas, Almeida y compañía entran en tembleque, desconcertados porque deberán ser algo más que kryptonita para O’Connor. “Puede ser que gane la Vuelta, es una gran oportunidad, de las mejores de mis carreras. Daré lo mejor por conseguirlo”, resolvió tras la etapa el corredor, sonriente como siempre, feliz como nunca.
Todo empezó en Jerez de la Frontera, entusiasmada la gente por ver a la caravana del ciclismo, a varios de los corredores que marcan época, por lo que se dio un tumulto morrocotudo, un guirigay de tomo y lomo. Tráfico exasperante, calles cortadas, coches y más coches, gente y más gente, caos definitivo. 10 kilómetros se cubrían en una hora. Pero los que llegaron a tiempo al Carrefour Jerez Sur, que fueron miles, disfrutaron de una fiesta sensacional, al punto de que atronaba la música –Potra Salvaje de Isabel Aaiún se llevó la palma– al tiempo que el speaker animaba el cotarro, después sonido de fondo porque llegaron los autocares y el imperativo pasaba por recolectar algún bidón, gorra o lo que fuera, que para eso es gratis. Superado el agobio, pues resultaba difícil caminar sin meter codos, los ciclistas salieron desde el supermercado, cosas del patrocinio, oiga. Aunque nada nuevo en una Vuelta que siempre tiende a sorprender con las salidas, ya que se ha hecho desde el interior del portaaviones Juan Carlos I en Cádiz, desde una batea en Vilanova de Arousa, desde una pasarela sobre el mar en Barcelona o desde las catedrales de Burgos y Breda (Países Bajos), también desde una montaña de sal, desde un anfiteatro romano en Nimes (Francia) o, incluso, desde San Mamés. Pero pocas tan abrigadas por la gente como la del Carrefour. Ocurrió, además, que la batahola de la salida se extendió durante la carrera.
La teoría del caos explica que pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro, imposibilitando la predicción a largo plazo. Por eso desde el pelotón se atendía con apetito a la etapa, pues se sabía que el perfil orográfico podía ser un espaldarazo para las fugas. Cuatro puertos, el inicial de primera categoría y el resto de tercera, un sinfín de curvas, carretera estrecha y desnivel a más no poder que validaban las ambiciones. Así que se sucedieron desde el inicio los ataques, demarrajes abnegados sin premio porque eran muchos los que se apuntaban a la fiesta. Era, sin embargo, cuestión de tiempo, el que faltaba para llegar a las faldas del Puerto del Boyar, la primera cima del día. O’Connor afilaba el colmillo.
Uno, dos, tres, cuatro… y hasta 33 corredores abrieron brecha con el pelotón, que seguía intentando recomponerse. Pero la selección natural del más fuerte dejó el ramillete en 13 ciclistas con nombres importantes como Jay Vine y Del Toro (UAE), Arensman (Ineos), Lipowitz (Bora)… Y, sobre todo, Ben O’Connor, que tenía mucho más en las piernas y en la cabeza, que detonaría la etapa como pocas veces sucede.
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Aguardó al segundo puerto, de nuevo desmigándose el grupo. Se trataba de deshojar la margarita. Y al australiano le salió que sí, que las montañas de la región de Málaga le querían. Riscos de tierra ocre y piedras calizas, carretera estrecha y sinuosa, algún pinar escondido y, sobre todo, espectáculo del bueno y del mejor. Arranque del australiano y todos a sufrir, por más que Leemreize (DSM) pudiera cogerle rueda. No duró mucho, pues como ocurriera antes con Frigo (Israel) y Pelayo (Movistar), Leemreize también se desfondó en la intentona de perseguirle. No había tutía. Era el momento O’Connor, el ciclista que también ha ganado en el Giro (2020) y en el Tour (2021). Le quedaba esta muesca en la Vuelta por autografiar y bien que lo hizo. “Ese era el objetivo”, convino el australiano; “ganar una etapa porque es muy bonito conseguirlo en las tres grandes. No sé porque se pensó que mi forma era mala y la Vuelta era el segundo objetivo de la temporada. Ha merecido el esfuerzo”.
Bajó O’Connor el puerto a la velocidad de la luz y ascendió el tercero con un ritmo de los que quita el hipo, pues al coronarlo le sacaba más de seis minutos a un pelotón que no reaccionaba, cosa extraña para el Bora de Roglic, desconchado y desatinado, desajustado en la táctica y sonrojado por su falta de pelea. Pero, de nuevo, no había nada que hacer ante la gazuza de O’Connor, que encaramó el Alto de las Abejas con la misma fiereza, con la misma cadencia de pedalada, flus, flus, flus y atrápame si puedes. O, recórtame. Porque ni eso pudieron. “En la última ascensión, pensaba solo en cuánto podía conseguir de ventaja en la general. Tenía claro que ganaría la etapa”. Fue mucho. Fue una oda al ciclismo, un canto australiano, un show de bombín. Fue, simplemente, O’Connor.
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