Los códigos de los hermanos María y Diego Conde
La alero, de vuelta con la selección de baloncesto tras ocho meses lesionada, y el portero del Villarreal hablan de una vida dedicada al deporte


El fútbol perdió a una promesa y el baloncesto ganó a una estrella. María Conde se decantó por la canasta cuando el futuro le abrió las dos puertas. De niña jugaba a todo con su hermano Diego, casi dos años menor. Fútbol, baloncesto, natación, yudo, hípica… Ambos daban patadas al balón en el madrileño equipo del Carabanchel cuando dos clubes quisieron fichar a María y ella, una niña, tuvo que tomar la primera gran decisión de su vida: fútbol en el Atlético de Madrid o baloncesto en el Estudiantes. Ganó el balón naranja y el éxito la ha acompañado. Hoy es una de las mejores baloncestistas españolas y ha vuelto a jugar con la selección después de superar ocho meses de baja por una lesión del tendón de Aquiles. Diego siguió en el fútbol, bajo los palos, se formó en el Atlético y es portero del Villarreal tras pasar por el Getafe y el Leganés. María y Diego son un curioso caso de dos hermanos en la élite de dos disciplinas diferentes, y a la vez el mejor apoyo el uno para el otro por cómo comprenden lo que se siente allí arriba. En lo bueno y sobre todo en lo malo.
“Lloro cada dos por tres, no sé dónde queda el baloncesto ahora”, escribió María Conde el pasado enero cuando tuvo fuerzas para juntar unas palabras. Acababa de cumplir 28 años en un hospital de Valencia, operada de la rotura del tendón de Aquiles de la pierna izquierda que sufrió en la Euroliga con su equipo, el UK Praga, en Zaragoza. “Desearía mil veces haber sido yo y no tú al que le pasara”, respondió su hermano, que se recuperaba de un esguince de rodilla. Nadie mejor para entenderse que quien ha recorrido desde la niñez el mismo camino.

“Tenemos una grandísima suerte, una relación muy bonita por ser hermanos y porque hablamos los mismos códigos”, cuenta Diego, a la espera de minutos en la portería del Villarreal; “María ha tenido un camino difícil. Se ha enfrentado sola a muchas cosas, ha jugado en el extranjero, ha madurado fuera. Los dos siempre hemos tenido la misma ética de trabajo, la de prepararnos desde jóvenes lo mejor posible con fisios, nutricionistas, psicólogos… Esa manera de entender el deporte nos une mucho. Tenemos esa química y compenetración. Hay muchas cosas en las que nadie me va a entender como ella. Cuando nos necesitamos no nos hace falta explicar cómo nos sentimos”. María coincide: “Nos damos las palabras justas que el otro necesita escuchar. El deporte es una montaña rusa y hemos viajado de la mano”.
La alero sumó cuatro puntos y dos asistencias el pasado viernes en la derrota de la selección por 61-77 contra Italia en el Torneo Internacional de la Línea, en Cádiz, y ayer aportó también cuatro puntos y tres asistencias en otro choque perdido frente a Francia (68-72), subcampeona olímpica. Han sido dos duelos de preparación para España antes de jugarse el próximo marzo la clasificación para el Mundial de Berlín 2026. Conde es un pilar en el combinado, 78 veces internacional, oro en el Eurobasket de 2017 y plata en 2023.
Atrás empieza a quedar la lesión que le hizo perderse el pasado campeonato europeo. En plena recuperación fichó por el italiano Familia Schio, su última parada tras Estudiantes y Girona en España, y Universidad de Florida, Wisla Cracovia, Polkowice y Praga en el extranjero. Conde regresó a finales de septiembre a lo grande, ganadora y MVP de la Supercopa de Italia. “Estoy aprendiendo día a día lo que necesita el cuerpo”, explica sobre su regreso; “durante una lesión el cuerpo cambia no solo en la zona lesionada, sino en todo. Son muchos meses fuera. El resto del cuerpo para, se relaja. Ahora cada vez que acaba un partido me encuentro de una forma distinta”, analiza.
El peor momento, recuerda, fue ese chasquido al romperse. “Me vinieron muchas cosas a la cabeza, el tiempo sin jugar, cuándo volvería y si sería la misma. Los dos primeros meses no podía apoyar el pie. Era duro verme tan dependiente de mis padres cuando estaba acostumbrada a estar sola. Eso lleva un proceso de adaptación y tristeza”. Fue también una oportunidad, la de volver a su casa en Madrid, cerca de su familia. “Yo vivía en una espiral de club, selección y club. Desde los 18 años no había estado en casa más de dos o tres semanas seguidas y ahora he estado siete meses. Ha sido un tiempo muy bonito. No tenía ninguna duda de los lazos que tenemos, una red que cuando las cosas van bien es fuerte, y cuando van mal es fortísima. Era el momento de darles yo a ellos. Los deportistas somos los que no estamos”, comenta Conde.
Los nervios siguen en el estómago. “Y eso me gusta, significa que lo he echado de menos. A veces la cabeza va muy rápido y el cuerpo va detrás…”. Hoy María Conde vuelve a sonreír. Y si algo se tuerce, sabe que ahí estará su hermano Diego, y ella para él, como aquellos niños que jugaban “a tortas y picados”, y envueltos en sueños.
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